08 octubre 2011

vis-à-vis

Andreína Guenni


Todos los hombres son buenos en la alegría y el placer, malos en la tristeza.
Ludwig Feuerbach

Hay algo místico en el erotismo. Una entidad, un olor, una sensación, un trillado “no sé qué” que permanece indescifrable. El erotismo no posee las características necesarias y requeridas para ser un concepto que pueda definirse, explicarse en diccionarios (aunque todos lo intentan sin éxito).  La palabra “erotismo” huye del “es” tan decimonónico, tan arcaico, tan solemne, y prefiere la soledad. Hay algo místico en el erotismo: una conjunción perfecta entre placer y sublimación. Quizá el primero en orden sea el placer, que luego místicamente se sublima. Quizá. No lo sé con exactitud.

Entre el misticismo que lo envuelve y el “no sé” que lo invade, el erotismo permanece un enigma; pero está allí, en cualquier detalle que despierte los sentidos. Funciona, así, como verbo, pues acciona deseos, activa esperanzas, propicia encuentros, fomenta entregas. El erotismo se insinúa en descripciones que tangencialmente juegan a ser concreciones, pero su esencia no reside en ellas; su esencia da un paso más allá de la palabra misma y se encapsula en un clímax originario.


Se le asocia, no con poca frecuencia, con aquello que llaman “sensualidad”. Muchos otros lo desplazan a un espacio adjetival después del “amor”, como si por sí mismo no tuviera valor verbal suficiente como para permanecer erguido en su propio sentido. Incluso hay algunos que históricamente han forzado su entrada al juego maniqueo del romanticismo versus la pasión en pleno, como si no tuviese átomos de ambos; o como si en esto de los sentidos pudiese separarse una cosa de la otra.

Para el erotismo no hay sino absolutos y solo existen dos posibilidades de acción: entrega total o preferencia por la inercia. Yo prefiero la primera. Que Eros y Ágape se tomen de la mano y, vis-à-vis, se enfrenten a la experiencia del existir, a la experiencia de la honestidad, a la experiencia de la profundidad. Que sus iris y pupilas se toquen entre sí y conozcan los límites de sus entregas para que ambos se den cuenta de que esos límites son etéreos. Así es el erotismo: un encuentro cara a cara con lo que no tiene límites, y eso que no tiene límites es la entrega a conciencia de uno mismo.

Lo erótico como adjetivo flanquea en la escala valorativa donde se ubican otros como picante, soez, travieso, obsceno o pornográfico, y se degrada con el uso indiscriminado para calificar actos y formas que poco o nada tienen que ver con su pureza. En mártires se han convertido aquellos que, como los franceses Théophile de Viau o Claude Le Petit, han muerto en la hoguera o han sido de alguna forma condenados por osar poner en palabras y sacar a la luz pública algún intento de comunicar aquello místico que embriaga al erotismo auténtico.

¡Y cuán rico y complejo es ese mundo del erotismo por el que se ha condenado a tantos! Porque, al mejor estilo de Salvador Dalí, aquí quienes reciben el principal foco de luz del escenario son la imaginación y la realidad: el surrealismo solo advertido entre los que han decidido lanzarse a la aventura de caminar sobre elefantes de patas largas y delgadas o de derretirse en tiempos que no se detienen aunque carezcan de agujas marcadoras. La primera y principal zona erógena del cuerpo no está entre las piernas, está más arriba. En la cabeza.

Es en el cerebro donde ocurre el erotismo, al lado de las fantasías y de un imaginario casi infinito de posibilidades de entrega. Que sean emociones o sensaciones lo que se perciba en lo erótico debe tenernos sin cuidado, porque para el erotismo no hay esquemas ni escalas. Todo es posible cuando las sinapsis se activan. En el erotismo se articula sobre el cuerpo todo aquello que ha ocurrido ya en la mente, todo aquello que es anterior a nosotros y mucho más primigenio que el desenfreno de la actualidad.

Y es por esta razón que, contrario a lo que muchos creen, el erotismo realmente sobrepasa lo corpóreo, de hecho lo vence en la lucha por el protagonismo de la existencia, porque lo que ocurre en el momento del vis-à-vis no tiene paralelo tangible. En su unión de deseo y delirio incluso desafía a la tiranía de la razón, que de hecho nunca fue invitada al festín que había sido reservado únicamente para el misticismo, el surrealismo y para la entrega sin convenciones. Lo que ocurre en el momento del vis-à-vis, esa irrupción del absoluto, desconcierta y modifica todos los estados de conciencia abriendo paso a una confusión cargada de muchos más sentidos que cualquier otra situación semejante.

Y luego el vértigo, luego el clímax, luego el momento sublimado. Nietzsche nos lo había advertido ya: “Con el placer como hilo conductor, el hombre deja de ser un artista siendo él mismo la obra de arte”… El hombre deja de ser el objeto del placer y se convierte en placer en sí mismo. El erotismo esculpe el placer en un intento de jugar con nuestros fantasmas en vez de dejarnos cancha abierta para encerrarlos, pues actúa gracias al impulso que ofrece la tensión del surgir y del mostrar lo que detrás de las pupilas casi siempre está oculto.

El erotismo supera cualquier límite que pueda ser impuesto por el cuerpo físico con el placer de la experiencia de saberse entregado a plenitud, transgredido en todos sentidos, puesto en juego por la conciencia individual y llevado al absurdo surrealista de un estado que no puede ser definido sino dejado en manos de lo sublime, de lo místico. La invitación a la desnudez que ofrece el vis-à-vis tiene que ver con el deseo de traspasar las telas que nos cubren y dejar abiertas las posibilidades de sentido que nos conducen a la entrega en plenitud de lo que somos ante otros. Dejémonos ver.





 Andreína Guenni Bravo (23 de enero de 1984)
Periodista venezolana graduada de la Universidad Católica Andrés Bello. Trabajó en producción para radio y comunicaciones corporativas para luego especializarse en impresos, su verdadera pasión. Comenzó escribiendo para la revista dominical Todo en Domingo del diario El Nacional. Escribe para el suplemento literario Papel Literario del mismo medio. Forma parte del equipo editorial de la revista Estética y Salud como coordinadora de redacción y colabora con otras publicaciones como On Time, Too Much y Sexo Sentido, entre otras. Está próxima a culminar sus estudios de maestría en Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar.

No hay comentarios.: