08 octubre 2011

confesiones en la red

Vivian Stusser


La pasión por el erotismo puede convertirse en una obsesión. Desde que unos años atrás yo había tomado ese camino de expresión literaria, no era la primera vez que el afán por encontrar una buena historia me hacía sobrepasar los límites, no solo de lo ético, sino incluso de lo humanamente decente.
Me gusta considerarla una deformación profesional, aunque soy consciente de cuánto morbo hay oculto en esa necesidad compulsiva de escuchar experiencias íntimas ajenas. Y ese día comprendí cuan perversa podía llegar a ser bajo el influjo de mi enfermiza curiosidad.

Antes resultaba más difícil conseguir personas que te contaran sus experiencias sexuales, pero gracias a la llegada de Internet y de las conversaciones por chat, la comunicación se ha hecho mucho más abierta. La gente se siente más inclinada a hablar de cosas privadas en un ambiente anónimo y con personas a las que nunca conocerá personalmente y a las que con un simple golpe de mouse puede borrar de su vida para siempre. El problema es encontrar confesiones que sean a la vez espontáneas y originales. El interés por lograr una fácil y anónima sesión de sexo virtual, hace que la conversación sea apenas un medio para lograrlo, y eso la banaliza. Tienes que escuchar muchas tonterías y aburrirte a muerte, para que de vez en cuando emerja alguna cosa de valor. 
La conversación con este chico, al principio, también pareció ser más de lo mismo. Su físico era bastante común, pero sus ojos, negros y un poco achinados, eran sumamente expresivos. Pronto no necesité más que posar mi vista en ellos para adivinar cuál era en cada momento el estado anímico de su dueño.
Teníamos un rato conversando y  comenzaba a sentirme aburrida. Ya me había soltado un par de burdas insinuaciones sexuales, que yo me había ocupado de evadir. Ahora me escribía sobre los problemas que aún tenía con su exesposa, la que, al parecer, estaba empeñada en hacerle la vida miserable.
—Mujeres… —escribió.
—Hombres… —lo remedé yo.
Sus ojos brillaron, pícaros.
— ¿Sabes? A veces pienso que sería mejor ser marico.   
—¿Si? ¿Acaso crees que tienen menos problemas entre ellos que los hombres y mujeres?
Su mirada ahora expresó duda.
—La verdad es que tengo una pareja de amigos gay y se la pasan peleándose…
—Y puede que otras se lleven de maravilla. En ese mundo puedes encontrar de todo, como en todas partes.
El tema murió ahí mismo. Hablamos de otras cosas banales y ya iba a decirle de frente que me iría a dormir, cuando de repente dejó de escribir y me miró fijamente a los ojos. Yo le sostuve la vista, del modo en que es posible hacerlo a través de una web cam.
—Entonces dime, ¿me meto o no a gay? —escribió al fin, utilizando una emoticon de guiño.
Enseguida comprendí por dónde venía. Se trataba de otra de sus pobres tácticas de seducción. Me le fui por la tangente.
—No me atrevería a aconsejarte en ese sentido. Es una decisión demasiado personal, que sólo tú puedes tomar —respondí, aparentando seriedad.
Él pareció decepcionado, y entonces fue más directo.
— ¿Tú qué opinas? ¿Crees que un tipo como yo debería seguir del lado masculino?
Resultaba más difícil evadirlo, pero aún encontré una manera.
— Solo tú puedes saber si te conviene. ¿Qué te hace pensar que te iría mejor si cambiaras de bando? –Ya empezaba a aburrirme incluso de  mí misma.
No me respondió de inmediato. Se le veía desencantado.
—Y yo que pensé que podrías ayudarme…
Ahora sus ojos rasgados eran apenas una línea imperceptible en su rostro. Aquello se estaba poniendo patético. Decidí cambiar de táctica. Lo pondría en un aprieto y él mismo cambiaría el tema. Y yo aprovecharía para terminar la conversación.
—En realidad sí podría, pero tienes que responderme primero. ¿Has tenido alguna experiencia que te pueda servir, digamos… de referencia?
Esperaba que se mostrara ofendido, pero sus ojos en principio solo expresaron perplejidad. Más tarde se animaron con cierta picardía, aunque no me miraba directamente.
—¿Y si hubiera sido así?
No me esperaba semejante giro y me encontré sin saber qué responder. Pero de inmediato dejé de sentirme aburrida. Algo en su mirada me indicaba que no estaba hablando por hablar y de ser ése el caso, la cosa podía ponerse interesante. De todas formas preferí tantear un poco más.  
-Entonces me lo podrías contar y yo te ayudaría a decidir qué hacer. Te dije que estudié Psicología, ¿no? –agregué ante su cara de indecisión.
No se lo había dicho, por una razón muy sencilla: lo acababa de inventar. Mi insaciable curiosidad erótica se había activado y comenzaba a dictarme la conducta a seguir. Aquella veta prometía y  yo tenía que aprovecharla.
Él pareció considerarlo, lo que me indicó que no andaba muy descaminada. Ese chico tenía algo que contar, aunque era posible que necesitara cierta ayuda para decidirse
-Pues sí, tuve una experiencia de ese tipo -escribió-. Pero no es lo que piensas –se apresuró a acotar-. Fue sólo felación. –Y ocultó la cara entre las manos, avergonzado.
Me sorprendió la franqueza y sobre todo la rapidez de aquella respuesta, pero de inmediato me repuse y cuando él alzó lentamente la vista, temeroso de mi expresión, puse cara de quien ya está de vuelta de ese tipo de revelaciones.
—Hum, pero aclárame algo. ¿Lo hiciste tú, o te lo hicieron?
No titubeó esta vez.
—Me lo hicieron, claro.
— ¿Y cómo fue? —Noté que se ruborizaba, pero no me detuve—. Vamos, responde, ¿te gustó?
—Bueno, la verdad es que un chico lo hace muy bien.
— ¿Mejor que una mujer? ¿Se siente diferente o si cierras los ojos, puedes imaginar que te lo hace una mujer?
—No es exactamente igual. Una mujer es más delicada. Sus dedos largos y finos son más acariciadores, y aún cuando muerde, lo hace con más suavidad. Un hombre es como si… estuviera comiéndose un perro caliente.
Sonreí. Sus mejillas ya estaban como la grana y los ojos se veían pequeñitos, de tanto intentar esconderlos de mi mirada, pero seguía tecleando.
—Aunque en general viene siendo lo mismo. Y sí, puedes hacerte la idea de que es una mujer, si cierras los ojos.
—Eso pensé. Pero dime algo más, ¿cómo pasó? ¿En qué circunstancias?
Su mirada se tornó esquiva. Mi curiosidad se estaba haciendo demasiado evidente, tenía que disimular mejor.
—Oye, te juro que es un interés meramente profesional… Y a ti puede ayudarte hablar de eso. Apuesto a que nunca lo has comentado con nadie.
—Sí, tienes razón, eres la primera persona con quien lo hablo.
-Entonces, ¿me lo cuentas?
Dudó unos instantes y comenzó a teclear.
—Fue hace años, cuando estaba en el servicio militar. Una vez nos quedamos toda la noche de guardia, en el campamento otros dos cadetes y yo, mientras el resto participaba en un ejercicio nocturno. Estábamos aburridos y empezamos a contar historias subidas de tono. Terminamos excitándonos tanto, que casi sin pensarlo, comenzamos a tocarnos entre nosotros mismos.
— ¿Tú también tocaste?
Mirada entre pícara y culposa.
—Pues… sí.
— ¿Y qué sentiste?
— ¿Dónde? ¿En mi boca?
— ¡Ajá! ¡Entonces lo hiciste también! ¿Te gustó?
Escondió la mirada, pero respondió.
—No estuvo mal. Aunque me dio un poco de asco cuando tuve que tragarme… tú sabes qué. Entonces, ¿qué opinas?
A esa altura yo estaba bastante entusiasmada, y sospechaba que todavía había más que averiguar allí. Aquello podría resultar en un cuento muy bueno. Pero me hacían falta más detalles.
—Tienes que contarme más. Me parece que todavía no me lo has dicho todo y así no puedo hacer mucho por ti —lo vi ponerse a la expectativa, pero continué—.Cuéntame, ¿hubo alguna penetración?
Ocultó la cabeza entre los brazos. No le veía los ojos, pero a esa altura no era necesario. Sabía que había dado en el clavo.
—Sí que hubo –soltó al fin.
—¿Lo hiciste, o te lo hicieron?
—Lo hice.
— ¿Y qué tal? Ahí también puedes imaginar que es con una mujer, ¿no?
— ¿Ah, sí? ¿Y qué haces con los pelos?
—Claro, qué tonta —dije y usé el emoticon que ríe a carcajadas—. Pero si no miras, la sensación debe ser similar.
—No tanto, las mujeres dilatan más.
—Pero también hay mujeres que no dilatan. No puedes saber si con todos es igual. Tal vez le pasaba a ése en particular…
Sólo estaba expresando una duda genuina, pero ahí estaba la concha de mango y él fue a ponerle el pie justo encima.
— ¿Sí? ¿Y qué me dices del otro chico?
—Hum, veo que aprovechaste muy bien el tiempo.
Aún se ruborizó, pero se veía más relajado. Era obvio que se estaba quitando un gran peso de encima al compartir aquella historia. En cuanto a mí, ya tenía bastantes elementos para escribir mi cuento, pero la curiosidad no cedía. Además, él había ido soltando todo tan a retazos, que probablemente quedara más. Esta vez fui directo al grano.
—Oye, ¿y cómo fue contigo? ¿Dilataste o no?
Casi se metió del todo bajo la mesa, con lo que supe que nuevamente había acertado. Pero la expresión de sus ojos me advirtió que esta vez le sería más difícil soltar prenda. Yo ya no podía detenerme, así que decidí jugarme la última carta.
—Vamos, cuéntame, anda –insistí-. ¿Crees que voy a juzgarte? Es más, te confesaré algo. La cosa comienza a excitarme un poco.
Me quedé observándolo. Leyó, levantó una ceja, incrédulo y clavó la correspondiente pupila en mi cara.
— ¿Cómo es eso de que te excita?
—No sé, yo misma no lo entiendo. Pero ya me ha pasado antes. Una vez, estaba con un paciente homosexual, que me estaba contando como había sido seducido la primera vez por otro hombre. –Estaba improvisando, pero la cosa me salía con una fluidez increíble-. Mientras él hablaba, yo no podía evitar sentirme excitada. Cuando se fue, hasta tuve que masturbarme. Y ahora… lo estoy empezando a sentir otra vez. Anda, no me dejes así.
Todavía me miró, dudoso. Él se había tragado aquel cuento de la Psicología y ahora de pronto yo lo estaba regresando a sus intenciones iniciales. Si en verdad fuera psicóloga, aquello habría sido el colmo de la falta de ética. Pero por suerte no lo soy, así que le sonreí, incitante. El anzuelo estaba echado. Si en verdad le gustaba, no dejaría de morderlo.
—Tú sí eres fuerte. No sé como consigues sacarme todo esto.
—Entonces, ¿tengo razón? ¿También te penetraron?
Vio que ya no tenía sentido resistirse más.
—Sí, me lo hicieron. ¡Pero eso sí que no me gustó! —se apresuró en agregar.
—Debe ser que no te relajaste lo suficiente.
—No, sí estaba relajado y muy excitado también. El otro chico me había estado estimulando antes con el dedo y con la lengua y yo… estaba a millón. Pero cuando me penetró y comenzó a moverse, la sensación fue muy desagradable… Ya sabes, como si fueras al baño, pero aquello en lugar de simplemente salir e ir a parar al agua de la poceta, entrara y saliera una y otra vez. Aguanté hasta que el chico acabó y me salí de ahí. Pero dime, entonces, ¿estas excitada? ¿No tienes ganas de masturbarte?
El muy ingenuo, venía por su recompensa y yo no tenía ninguna intención de dársela. Eché mano  a lo primero que se me ocurrió.
—Lo estaba, pero con eso último que describiste, tan gráficamente, se me cortó la nota. Uf, toda la excitación se me fue para los pies.
La decepción era clara en sus ojos. Se estaba sintiendo estafado y no era para menos. Primero él solo buscaba un poco de diversión virtual y yo lo había alentado a abrirse, con la promesa de asesoría profesional. Y cuando lo hizo, revelándome el que probablemente era su secreto más profundo, yo había echado mano a la más sucia de las estratagemas, la excitación sexual, y al final lo había dejado con las ganas.
A mí la cosa me había dado resultado, había obtenido la información que quería. Aquella historia resultaría un relato perfecto. Tenía buen ritmo e incluso poco de suspenso. En cuanto al chico, al final hasta me agradecería haber conseguido desahogarse contándole a alguien aquella historia que quién sabe desde cuando tendría atravesada en la garganta. No, no me sentía para nada culpable.
Lentamente moví el puntero del ratón a un punto en el lado inferior derecho de mi pantalla, justo donde decía desconectar. Sin despedirme, mi dedo índice oprimió hasta que sonó click.







Vivian Stusser nació en La Habana el 8 de junio de 1968 y se graduó en 1991 de Licenciatura en Psicología en la Universidad de La Habana. Desde 1996 reside en Caracas, Venezuela. En 2007, su relato “La princesa triste” resultó finalista del VI Concurso de Cuento de la Sociedad de Autores y Compositores de Venezuela (Sacven) y fue posteriormente incluido en una antología. En 2008 salió a la luz su primera novela “Bisexual”, de mano de la editorial La Casa Tomada. Colabora con varias publicaciones periódicas nacionales, entre ellas la revista Urbe Bikini, donde publica un relato mensual en la sección “Sexo para leer”.

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