01 agosto 2011

voto mandala

Eli Bravo



La primera vez que me crucé con la palabra mandala me quedé con la imagen literaria. Nadie se sumerge en la totalidad en la primera zambullida y para un adolescente todo descubrimiento encierra un secreto. En mi caso mandala era Rayuela. Si, lo se, a estas alturas del laberinto la referencia pinta como un Unicornio Azul, pero hay que entender las cosas en su contexto. A los 16 años una novela como esa te vuela los tapones.

En el prólogo de Jaime Alazraki para la edición del Fondo de Cultura Económica, Rayuela es un mandala “en el sentido de que la novela despliega un diseño que puede recorrerse siguiendo múltiples senderos, eligiendo una ruta desde la cual el lector asume su propia búsqueda”. Hubiese sido fascinante tener a Cortázar navegando Internet hoy en día. Literatura de hipertextos y patafísica.

El mandala. El espacio donde buscamos. ¿Qué? Algo, evidentemente.

Tiempo después llegó el mandala sin palabras. En una pared vi colgado el diseño que sirve de apoyo a la meditación. A la búsqueda del centro. Y no entendí un carajo. ¿Qué centro puede existir cuando vives el vértigo de la primera juventud?

No fue sino hasta hace pocos años que el mandala se reveló en su parcialidad (la totalidad, si aparece, vendrá más adelante) En una exposición sobre el arte budista en la Sociedad Asiática de Nueva York encontré una selección de mandalas en las distintas tradiciones. Por instantes, los ojos fijos en ese universo, la mente vio en profundidad el camino. No era la geometría tibetana, los paisajes chinos o la simpleza japonesa. Detrás había otra cosa. ¿Qué? Algo, evidentemente.

Jung decía que el mandala nos acerca a nuestra psiquis profunda. Morelli, el alter ego de Cortázar en Rayuela, filosofaba que “escribir es dibujar mi mandala y a la vez recorrerlo, inventar la purificación purificándose; tarea de pobre shaman blanco en calzoncillos de nylon”. El maestro de meditación Jack Kornfield dice que el mandala es una de las puertas para alcanzar la naturaleza de Buda en cada individuo.

Lo interesante es que no hace falta pensar demasiado en ella para entrar. Es más, si piensas, te quedas fuera. Por eso Morelli, y Oliveira, y el propio Cortázar vivían en un eterno psicoanálisis. Por el mandala se camina con otros pies.

Pero no me creas. Esto es algo que intuyo. Jamás he recorrido uno.

Practico meditación en la tradición Vipassana. Ojos cerrados, concentrado en la respiración, sintiendo el cuerpo, las emociones y los pensamientos que surgen y desaparecen. No evoco imágenes. Estas surgen y yo las observo. Una técnica en apariencia muy seca, pero en mi caso, fascinante.

En Vipassana, al igual que en la práctica de Yoga Ashtanga, el cuerpo es una puerta para llegar a la mente, y de allí, conectar con la esencia.

Un momento. ¿No hay acá un mandala?

En el mismo prólogo de Rayuela, Jaime Alazraki usa una cita de Mircea Eliade. “Al penetrar mentalmente en el mandala, el meditador se acerca a su propio centro y ese ejercicio espiritual puede entenderse de dos formas: primero, para llegar al centro, el yogui domina y rehace el proceso cósmico pues el mandala es una imago mundi; segundo, ya que se trata de una meditación y no un ritual, el yogui puede, a partir de ese apoyo iconográfico, encontrar el mandala en su propio cuerpo”’

La totalidad, en tu propio cuerpo. Esto si que me dice algo. ¿Qué? Una posibilidad de exploración, evidentemente.

Y con esto de los cuerpo, habrá quien diga que son varios: el físico, el energético y el espiritual. Pero este no es lugar para divagar entre la carne, los chakras y lo que podríamos llamar el alma, por decirle de alguna manera. En cualquier caso un puente hacia la totalidad pasa por allí.

Como verán, la divagación me ha llevado a zonas intensas. Mejor simplificar el mensaje: Descubre el mandala que hay ti. Suena bien para una campaña publicitaria

O qué tal “Mandala, solo mira adentro”.

Quizás “Mandala somos todos”. Esto se vería bien en una franela.

¿Se podría usar en una campaña electora? “¡Vota por Mandala! En él ves lo que buscas”

O algo más sabroso: “Cerveza Mandala. ¡Por su cuerpo!”

Y por ahí podríamos seguir un buen rato.

Porque así es la mente. Como un mono enjaulado. Y un mandala ayuda a enfocarla para así alcanzar algo. ¿Qué? Algo que no está en las palabras y los diseños, evidentemente.



Comunicador en serie. Graduado de la UCAB en periodismo impreso (lo digital en aquella época era poco más que dactilar) Ha trabajado para medios como People & Arts, Discovery Channel, Unión Radio, El Universal y RCTV. Ha publicado 6 libros, el más reciente, su primera novela "Una ola tras otra" (Planeta, 2009) Actualmente es Director y Editor Ejecutivo de www.Inspirulina.com, una plataforma de contenidos inspiradores para la transformación del ser humano. Padre de dos niñas a quienes les inventa cuentos cada noche y les prepara arepas en las mañanas.

No hay comentarios.: