01 agosto 2011

fragmento sepia

José Antonio Parra


Para Arlenis

Éste es el trópico, un aspecto singular del mundo. Sobre él hay un arco incendiado y aquí han transcurrido vivencias indecibles. Éste es un camino muchas veces recorrido, una senda inaudita por donde tantas veces hemos pasado. Sus formas han sido tan variadas que hoy resulta difícil reconocer los mismos árboles que durante todos los siglos han sido, los perros que ladran y que ya no son. Soy las caras de todos los que he conocido y los soles que aún veo. Ultimadamente no sé cómo se dice el fenómeno existencial.
Vivir algunas veces es tener un plan y terminar haciendo lo contrario. Es impredecible. Es haberme asumido en la experiencia sagrada de los psicodélicos desde muy pronto. Es haber roto los límites del papel celofán.
Recién, Aura me dijo que vivíamos en el siglo XXI, pero me hallé caminando por esas calles amarillo sepia de los setenta. Es haber visto una y otra vez los árboles verde-sol de esos mismos años y los perros que corrían sobre tejados. Y mirar dentro, muy dentro, de esa piedra llamada a ser estrella. Resulta que en algún momento, el mundo conocido consistía de los nombres y los andamiajes que lo aludían, de calificativos y definiciones y argumentos y palabras y palabras y más palabras.

De una conversación con Sofía supe que el color estaba en el ojo y no en el objeto. Y antes de eso había sabido que el objeto había desaparecido para siempre y desde siempre –si es que en algún momento existió--. Pero dónde está la memoria y todos esos números que denotan las dimensiones inmensurables del cosmos. Supe que de tanto interpretar e imitar al mundo fueron concebidos artificios que le recreaban. Hay un niño que camina con sus padres en Dam Square y que lanza un beso contra el aire frío de la sirena de Copenhague. Y hay un hombre con gorro para dormir –pretty psychedelic, isn’t it?—que se levanta sorprendido cuando el niño sin querer abre la puerta. Hay muchos niños que asisten al kinder, a ese mismo patio por donde solía correr Sofía en los días de los papagayos y del viento.

Tratar de nombrar el propósito de todo este asunto quizá podría lanzarme directo al momento en que despierto al lado de mi mujer. Y suponerme ahí, y suponerla ahí y ver a un mundo que nace –me recuerdo—y quedar abismado ante lo que yo pienso aquí y ahora, y que tú lees en ese ahí y ahora elástico que junta mundos y nos lanza a tu propia constelación. Hay un niño que salta a la piscina y el agua tibia azul descubre su primer amor. Él la llama y hablan diez mil horas. Hay una niña con voz “carraspocita” que le seduce. Él se imagina que recuerda a un futuro que le encontrará tarde o temprano y que lo atará a ella en un quehacer errático pero mágico y perfecto. Vuelve a mirar la avenida, pero no es Ámsterdam, sino una calle cualquiera de Ann Arbor. Pasa un malabar con sombrero gigante verde-cereza. Y pasa la mujer de cabellos negros y ojos esmeraldas vendiendo el cáñamo. Ella tampoco imagina que veinte años después rodará una película en el Tíbet.
Proyectan un filme en el teatro del colegio y venden tickets rojo celofán. Él no entiende aún lo que quiere decir esa mujer que le dice que se trata de la simbología del espacio. Pero entonces mucho tiempo después, luego de visitar a una extraña, se tropieza con un juego de naipes en el suelo, lleva consigo una luz azul que le han regalado y un reloj que le corresponde para no olvidar que está en el tiempo. Lleva consigo una pluma de ángel y dos cayados y una mirada loca y extraviada. Mira el dos de corazón negro. Mira nuevamente el cielo ensortijado y muchas letras que saltan de un menú ebrio en el Club Social Chino al que ha ido con Octavio.
Ha tomado una dosis muy fuerte de lo que se supone debía y no debía tomar. Las voces de todos son escuchadas en simultaneidad de lugares y tiempos. Escucha la palabra encendida del profeta iluminado. Mira el peinado de Octavio. Vuelve a mirarlo y entonces entiende menos el asunto de la vida y sus (des)propósitos.
Escala una pirámide en México y unos titanes hablan sin hablar. Los siglos y el pesado tiempo hablan. Mira el parque que se cae a pedazos. Se abre la puerta y el abuelo le mira. Esta tarde es una tarde sepia. El ha caminado no sólo la tarde sepia sino también el silencio del bahareque. Más allá de cualquier lugar está el volcán. Y pienso en Malcolm Lowry. El asunto no es el alcohol, el gran asunto es la ganja, y los psicodélicos y el opio y tantas cosas, y el silencio y el murmullo que se derriten. El asunto es tu mirada esmeralda en los ojos de otra y otra y en una laguna donde estás siempre con esa piel sin fronteras. Es un parque y una mujer que te ofrece limonada. ¿Sabes algo? Aquí y ahora hablamos de un mundo que ya no es. Tú “ahí y ahora” resuena en un aquí y ahora mío al que estoy asido para no sentir el estremecimiento. En la noche tomo la poción sin que los convidados se den cuenta; pero los efectos son tan difíciles de ocultar. Casi no puedo hablar. Casi no me puedo sostener. Ese arco da vueltas y los anillos de oro sideral se entrelazan en un cielo esmaltado. En un cielo de boom y de boomerang. Octavio fuma en el Club Social Chino. Escuchamos a Charlie Parker y a Syd Barrett. Entonces viene la hora de escribir sobre algo, de decirse y des-decirse, de saber que se nombra y saber que se es nombrado.
Entre los divertimentos que ha traído toda esta cosa del desenlace de los setenta está una cabalgata y unas galletas de ganja. Es cabalgar en la misma pista donde despegan los aviones, orientada al sol naciente. Es ver una y diez mil veces cómo se ha ido la vida, saber que a usted le toca decirlo porque la muerte está en su mirada. Es saber que la vida es despertarse, hacer cosas, saber que amamos, y que lo hacemos porque nos nace. Es sabernos en una otredad que murmura  y que se hace uno y muchos y que el arco da vueltas entre tantísimos rostros y gentes, y que esas mismas gentes han hecho lo mismo que tú; hacer y hacer y amar.

Y ese sepia se hizo naranja, así como la persona vio la piscina hacerse recorrido instantáneo, vio todas las avenidas vueltas una sola ciudad y las ciudades hechas un solo lugar. Esto es amar. Así vio a Octavio fumando en el Club Social, entre chinos. Y vio a la mujer de mirada inmediata ofrecerle limonada. Subió una y muchas veces al volcán. Vio una puerta abierta y al abuelo mirarle con mirada silenciosa. Pensó lo que pensaría luego y vio un libro de Malcolm Lowry. Estuvo al lado de los Titanes de Tula. Y el barquero hiende de una vez toda la longitud del río. Tomó indefinidamente la poción. Vio a la cineasta en el Tibet y la vio regalando ganja. Y vio los malabares de Ann Arbor en el Hash Bash. Vio a la niña de mirada cerveza y voz carraspocita. Y muchas veces se levantó el hombre de sombrero para mirar con ojos a go go. Y todo era ese gran arco. Le vio a usted en su ahí, ahora y siempre, y contra ojos sorprendidos esos toldos naranja de un Ámsterdam que ya no es. Y contra ojos sorprendidos de usted y de esa grande sirena de tantos mares y océanos.







José Antonio Parra (Caracas, 1969). Poeta, ensayista y editor. Ha colaborado en revistas y suplementos literarios --impresos y digitales-- como Puntal, revista de la que además fue parte del equipo editorial; Kalathos.com de la que fue editor, Imagen Latinoamericana, Art Market, Efory Atocha y del suplemento literario Verbigracia de El Universal. Actualmente es colaborador del Papel Literario de El Nacional, columnista de la revista Sala de espera y editor de la revista digital La Casa Azulada. Tiene publicado el poemario Grado superlativo. Su oficio literario está enmarcado en el dominio de lo experimental y ha sido objeto de atención de medios especializados incluyendo una reseña en la Antología de la Poesía Venezolana 1983-2008 En-obra de la Editorial Equinoccio. Email parraa23@gmail.com.

2 comentarios:

binaria dijo...

Que la luz siempre brille en las palabras que brotan de tu alma, esta casa azul, es el lugar al que siempre quiero volver, para volar.

Unknown dijo...

Sutil y policromadamente escrito poeta, parece filosofía encubierta que se va decantando mediante la narración en poesía, nada más, ya con eso es más que suficiente...