01 agosto 2011

¡soy una village people!

Lala Herrera



Vi la película de los Village People en el cine, tenía cinco años. No sé si me llevó mi padre, o mi madre, o los dos juntos, pero los recuerdos del indio, del vaquero, del hombre-cuero, del constructor, del policía y del militar se quedaron tatuados en mi corazón. We want you, we want you, we want you as a new recruit y, mira que me reclutaron. El vaquero fue mi primer amor, de hecho desde entonces adoro las botas y he usado un par de ellas siempre (un ex-novio me regaló las últimas que llevo puestas y con esas mismas botas reventamos nuestra relación, el para-brisas de mi twingo y un fiesta elegante)...y, quizás por eso,  cuando años más tarde, vi besarse a dos hombres por primera vez, metiéndose mano y tocándose el culo me sentí en paz.
Me sentí aliviada y me liberé del recuerdo de una estampida de niñitas persiguiéndome hasta el baño para bajarme las pantaletas y comprobar si yo era hombre o mujer. Recuerdo el grito, muy desilusionado tengo que decirlo, de la líder, una niña atlética, y muy precoz y maliciosa ¡Ay no! ¡Es una niña! ¡Es niña! ¿Y yo qué iba a saber lo que era a los ocho años de edad? Lamenté desilusionarlas. Ellas tenían zarcillos, yo no. Ellas tenían el pelo largo y amarrado con lazos blancos, yo lo tenía corto en todas las direcciones (con cortes sofisticadísimos y hermosos que me hacía mi madre). Ellas tenías faldas plisadas y la mía era lisa. Ellas me rechazaban y no me querían y yo estaba siempre en el borde, al margen, jugando con mis Village Peoples imaginarios: con un pirata, con un indio, con un constructor, con un albañil, con un soldado de la marina, jugaba a que era una de ellos, y no tenía referencia salvo el espejo y ese espejo me devolvía una imagen lisa, plana, de un cuerpo sin protuberancias, ni referencias sexuales, salvo la de una pequeñísima rajita que en nada se parecía la vulva que tengo hoy día. You can´t stop the music, nobody can´t stop the music, sonaba en la terraza de casa, y dentro de mi cabeza, y yo daba vueltas y vueltas, como un trompo, enamorada del vaquero, y de sus bigotes, me fascinaban sus pectorales, sus pelos en el pecho, su voz y su manzana de Adán, y sus pelos en las piernas, quería lamer su culo, pegarle mi lengua a su lengua, y chuparme su falo, por horas y por horas, me gustaba mucho su traje, su sombrero, y el comercial de Malboro, el galope, el rodeo y los uniformes. Todavía sigo jugando que a soy una de ellos. Soy una Village People y me sé de memoria WMC.





Soy un fusión del continente américano completo. Mi ADN va desde el Polo Norte hasta el Cono Sur. Para que yo existiera fue necesario que un gringo loco, bohemio y aventurero, George, terminara prendado de una venezolana mantuana, Maria Antonia, que prácticamente parío en Perú a mi madre, Carolina. Y fue indispensable que una uruguaya-argentina, muy elegante, Lala, emigrara a una central azucarera de Cuba y se flechara de uno de los hijos del dueño, mi abuelo, Antonio, guapísimo, y tuvieran a mi padre, Tony, en La Habana. Adicionalmente necesité que mi padre recorriera y viviera por toda America Latina hasta encontrarse con mi madre acá, en Caracas, lugar donde nací despues de que ellos dos aseguran que me concibieron fue en Nueva York. Soy lo mas mestizo que he conocido en mi vida. Nací zurda y me empeñé en estudiar Derecho en la Universidad Católica Andrés Bello solo para romper leyes y reglas. Luego cohabité con el arte, dormí con el arte, comí con el arte, tragué arte y acepté que me consigo a mi misma al escribir. Soy ligeramente vizca y pronto quisiera terminar la Maestría de Literatura LatinoAmericana en la Universidad Simón Bolivar. Estudié tres años en el Instituto Universitario para el Estudio Superior de las Artes, Armando Reverón. (IUESAPAR) ahora extinto. He permanecido, padecido y sobrevevido a Caracas mi vida entera, y me gusta pensar que es completamente mía o yo soy ella, hecha mujer.

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