26 octubre 2010

Éxtasis



Leo Felipe Campos



Placer estomacal

El punto inicial de mi adultez se ubica con exactitud en el crecimiento de mi abdomen, esa transformación vertiginosa a partir de la cual dejé de mostrar una planicie relativa donde queda mi ombligo, para lucir una curva sin atenuantes. Desde que comencé a cargar con una barriga que despierta curiosidad, pasión y extrañeza, me hice hombre.



Soy más bien delgado, mis brazos son huesos forrados y mis piernas dan ganas de rezar, o de agradecerle al dios de las causas imposibles que no se hayan roto en treinta años. Cualquiera que me ve en medias y pantalones cortos, hace una mueca. Por eso, con el despuntar de un nuevo límite físico, mi conducta comenzó a cambiar. Si ya no daba lo mismo beber anís que ginebra importada, ni promover “la hora loca” que escuchar a Bob Dylan, si se revelaban salvadoras las diferencias entre Richard Bach y Albert Camus, cómo no iba a experimentar el salto cuántico de saborear un pasticho con mayonesa a querer morirme luego de probar un generoso lechón a la parrilla.

A.

La.

Cubana.

El tiempo nos hace optimistas: gracias a él, el éxtasis se intensifica. Nos asegura que lo que viene, aunque de forma episódica, será mejor o más placentero, y que la urgente fatalidad del goce nos empuja a hacernos preguntas, pero también nos hace fuertes.

Cuando somos adultos aprendemos a alargar los impulsos químicos del alma erizada, cerramos los ojos a ciento ochenta cuadros por segundo, nos desprendemos de la vergüenza ante gustos en apariencia menores, dichas efímeras, mezclamos sensualidad con destinos desconocidos, hedonismo con evasiones, júbilos con reconciliaciones, glorias con borracheras y, lo más importante, sentimientos con platos de comida.

Un par de aclaratorias: Primero, donde escribí “mezclamos” también cabe “confundimos”. Segundo: todo esto que antes preferíamos disfrutar acompañados, cuando nos hacemos adultos –en mi caso, cuando el estómago emprende su irrefrenable carrera de expansión– de repente genera una satisfacción especial si nos sorprende en la mitad del silencio más profundo, en solitario.

Cuatro veces he consumido esa fórmula de felicidad encapsulada con nombre de carro lujoso, y tres de esas cuatro veces, según recuerdo, he tenido una indescriptible tanda de sexo con alguna mujer, dos de ellas extranjeras, lo que no quiere decir que sea mejor, pero sirve para confundir. Como sea, lo más cerca que estuve de la poesía fue la primera de esas cuatro veces, cuando no hubo sexo, sino lecturas semidesnudas de autores medianos a buenos.

En cambio... Aquí me corto, se me hace agua la boca y, sin engaños, siento nostalgia: Cuando probé las tortas ahogadas en Guadalajara y el picante corría desde mis muñecas hacia mis codos y caía en el mantel; cuando me tragué las palabras después de comerme un ceviche en el aeropuerto de Callao, en Lima, y un finísimo cordón de hielo me recorrió la espalda; cuando entré a ese bendito restaurante de comida bahiana en Sao Paulo y pensé en clavarme a la silla para vengar las injusticias del mundo y reivindicar la existencia comprobada de la dicha predigestiva; en esos momentos que se han repetido delante de platos al curry, de bifes y couscous, de chocolates y quesos, de pabellones y paellas, he querido entregar todo de mí para congelar la sensación de totalidad que me ha envuelto, he creído mirar al Dios Venado, me he visto por dentro. He sentido genuinas ganas de morir.

No cambiaría unas por otras, pues la variedad refuerza el peso de los placeres originales, pero si me preguntan por el éxtasis, no pienso en el sexo, ni en la literatura, ni en el mejor de los conciertos, lo primero es una adicción, lo segundo es un problema y lo tercero un pasatiempo. Repaso inmediatamente ese orgasmo culinario que sé que he sentido, como la impresión invisible y aguda, exactamente opuesta a mis momentos desgraciados.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuanto te entiendo, estoy sintiendo el placer de unas patatas fritas naturales con 2 dientes de ajo cortados por la mitad sin romperlos. Al lado una hamburgesa de ternera natural con sal y pimiena. Todo hecho con mi mas profundo amor...he rozado el cielo con angeles soplando mi estomago.
salut.