28 octubre 2010

Algo y su ausencia



Octavio Armand

Para José Balza

1

Apenas dice
Se desdice
                         Es
Y pregunta qué es



2


Me asomo al abismático norte y sur que arrasa con el horizonte. Una frontera vertical. Cada sustantivo se transforma en verbo. Cada verbo, en metáfora. Al obligarme a pensar, a ver, a sentir eso que llamamos realidad exclusivamente por medio de un lenguaje capaz de suplantarla, de alterarla, de superarla, que convence de que ésta es o puede ser exactamente como la nombro, como la llamo, llevándola al abismo de la transparencia, vivo la atracción del lenguaje como atracción del vacío.


En las aboliciones de Mallarmé y en sus abanicos, páginas en blanco que al pasarse mueven el paisaje; en los intersticios eleáticos de Kafka y en ese absorbente y compartido deseo de ser piel roja que línea a línea, palabra a palabra se cumple hasta borrarnos, hasta que desaparecemos como viento en el viento que entonces parece galopar sobre abanicos; en Altazor y algunos poemas de Octavio Paz o Wallace Stevens, el placer de la lectura aumenta hasta el asombro a medida que una arquitectura verbal perfecta, implacable, como un grabado de Escher, reduce la realidad a escombros, la pulveriza.

Me sorprendo en un espejo que no refleja nada sino la nada, el cero, el vacío. El vértigo de ver que el entramado de la realidad se disuelve, desmoronándose, deshaciéndose, provoca una sensación de irrefrenable deslizamiento hacia un lugar donde nada tiene lugar, una superficie sin espesor ocupada solo por la luz y su velocidad. Sensación física de frío y erizamiento.

Icaro, de repente no me sostiene el espacio. Ni el tiempo. Solo existe el frío de la caída. La malla de lo real, el macizo tejido de cuadrículas con que contamos para todo, y sobre todo para pensar, o para no hacerlo, afloja sus hilos, se dilata, se ensancha, volcándose hacia los bordes de cada mínima brecha, como una telaraña expansiva que desata sus nudos, la seda cada vez más escasa, tenue o distante, y de vacíos más prolongados y profundos. Llego a una frontera sin asideros, sin antes ni después en el tiempo, sin aquí ni allá en el espacio. Una frontera vacía que colinda con vacíos.


3


El astrónomo se pronuncia: hay un choque inter-galáctico de cuatro galaxias, cada una diez mil veces mayor que la Vía Láctea, a 5,000,000,000 de años luz. Como me resulta alucinante imaginar la cifra, decido fijarla. Calcularla, colocarla en mi mente, me aterra menos que rendirme a una dimensión que me aniquila. A mí y a mi especie. Al fin y al cabo, así debo sentirlo, o soñarlo, al multiplicar me multiplico. Crezco hasta abarcar no sólo lo que se lanza al infinito, sino lo transfinito. Cantor es un nuevo Whitman: contengo multitudes pasa a ser contengo infinitos. Multiplico a Whitman por Cantor. Yo mismo, me digo, soy la luz, el camino, la verdad, la vida, el verbo, todas las cifras posibles.



5,000,000,000 de años luz
X 365 días al año
X 24 horas al día
X 60 minutos la hora
X 60 segundos el minuto
X  los 300,000 kilómetros por segundo de la velocidad de la luz
= 47,304,000,000,000,000,000,000 kilómetros



Los ceros me parecen soles. Zigzagueo como un cocuyo entre mil constelaciones. Ruedo como un par de dados en una negrísima página en blanco. Iluminado por la inmensidad, como en el brevísimo y maravilloso poema de Ungaretti, estoy a mis anchas en el paraíso de Cantor. Luego caigo entre los números, caigo entre los segundos y la luz, caigo entre los kilómetros y los años. En vano trato de agarrarme a un cero. Me quemo. Nado en la nada. Pataleo. Soy un náufrago. Un ausente en dios. En la vastedad. En la nada que soy. En mi propia ausencia.


4
__ A mí no me engaña la realidad.

Si esto lo dijera un loco, lo recluiríamos de inmediato en nuestra lástima y nos sentiríamos dueños de la razón. Sanos, seguros, conscientes aunque a veces disconformes con los hechos que nos rodean y los datos que arrojan la física y las matemáticas pero también muy capaces de escamotearlos, a nosotros tampoco nos engaña la realidad. Más bien, la engañamos. Filósofos, políticos, artistas y poetas fungen como magos. Proveedores de utopías. Utopías sociales, verbales, conceptuales, que aparentemente autorizan a levitar según sus propias y siempre mutantes leyes de gravitación.

El éxtasis de la idea, del proyecto o el poema draga y droga. Draga a la conciencia de impurezas que obstaculizan la consecución del ideal, la perfección que permanece siempre a la vuelta de la esquina; y droga con sus espejismos a la mirada ávida de nuevos horizontes. Horizontes ciertamente fascinantes pero también más escurridizos que el azogue y más veloces que la proverbial tortuga.

El precio de la soberbia intelectual suele ser alto: negada tajantemente la humildad de ser lo que somos, lo que podríamos ser, aspiramos a dejar de ser o a nunca ser. Total: cero, solipsismo, encierro en renovadas pesadillas y voces que sólo apetecen ecos. Una inteligencia de esclavos nos condena a ser esclavos de la inteligencia.


5


Me digo con el pícaro: Estáte como te estás, Guzmán amigo. De la noche aprendo oscuro. Aprendo cocuyo, relámpago sin trueno.


Caracas, 4 de mayo 2010.

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