09 abril 2009

Amor y psicoanálisis: un fragmento







Sodely Páez Delgado





“…amor es dar lo que no
se tiene a alguien que
no lo es………”



Lacan







Hoy, más que nunca, hablar del amor resulta un acto subversivo. Atravesar las fronteras de la pasión amorosa intentando superar el riesgo de caer en lugares comunes y avanzar en el sendero sinuoso de una disertación que se aleje del romanticismo, la cursilería y el folletín, supone una aventura temeraria en el anhelo de recuperar su esencia fundante y primigenia.

El discurso amoroso ha sufrido desde siempre de una anomia y un vacío en el pensamiento científico. Todos lo vivimos, lo disfrutamos y padecemos, pero sólo los poetas y filósofos han dedicado su tiempo para pensarlo y enaltecerlo. Su lugar, ha sido ocupado por temas como el erotismo, el deseo, la pulsión y la sexualidad; reducido a intrincados procesos químicos y fisiológicos, ha quedado arrojado a los linderos de la orfandad, enmudecido en los límites de la vergüenza y el anonimato. Pero ¿cómo redefinir el amor en momentos en los que se nos presenta vapuleado y subordinado a las urgencias del goce y la pulsión? ¿Qué decir del amor en psicoanálisis cuando éste ha sido desplazado y sustituido por otros saberes?

Los kioscos, la televisión, la radio, la prensa, la Internet, están plagados de revistas, programas y artículos referidos a temáticas que, en clave manual de instrucción, intentan dar solución a interrogantes y dudas respecto al sexo: cómo mejorar la performance en la cama, satisfacerse y satisfacer al partenaire sexual y, en síntesis, cómo hacer el amor. Mientras tanto, la problemática del amor sigue sin aclararse. La pregunta sobre qué es el amor y cómo amar continúa sin ser respondida, aunque sea ella una de las principales razones por las que las personas acuden a terapia y demandan análisis y el extravío copa las asociaciones de nuestros pacientes. Paradójicamente, por muy libres y expertos que nos vayamos haciendo en el terreno erótico y en el conocimiento de nuestros deseos y preferencias sexuales, cada día sabemos menos sobre el amor. De allí, que sea preciso intentar una narrativa que redimensione su verdadero estatuto y le devuelva el valor perdido, aún en la mismas producciones psicoanalíticas.

Ya decía Barthes que el discurso amoroso era de una extrema soledad, aunque “hablado por todos, nadie lo sostiene….abandonado por los lenguajes circundantes, ignorado, despreciado o escarnecido por ellos”. Freud, Lacan y otros pocos psicoanalistas, se ocuparon del amor. La clínica les demostró que en el síntoma se encerraba una larga historia de desencuentros y traumas amorosos: amores frustrados, desdichados, prohibidos, imposibles, desengaños, traiciones, desamores y fracasos. La trama amorosa, “ urdida de duelos”, organiza al sujeto desde el vamos; ”qué me quiere el Otro” es la pregunta a partir de la cual nos constituimos en una relación de invocación que establece el vínculo imprescindible para la existencia y condiciona el modo, estrictamente particular, de vincularnos con el otro amado y deseado.
Es así como la relación primordial madre-hijo se fija como modelo para el resto de las relaciones futuras y, como paradigma de todo vínculo de amor, es germen de sucesivas repeticiones (transferencia) que aspiran emular y reencontrar, en un afán imposible, tanto en su parecido como en sus contrastes, a aquélla primera relación fusional perdida en la fantasía y en la realidad. Kierkegaard: “La repetición es una esposa amada de la que nunca nos cansamos”, porque en la repetición se amalgaman goce y elaboración.
La pérdida de la madre, como primer objeto de amor, es el primer duelo que sufre el humano, primero y necesario para su desarrollo y advenimiento como sujeto, autónomo, separado, listo en su capacidad para amar.

En el seminario 11, el amor es definido por Lacan como imposibilidad, como mutilación. Se refiere con ello a la incomprendida fórmula “no hay relación sexual “en el sentido de que no hay proporción sexual y por tanto es imposible su inscripción .La mujer, se convierte en síntoma para el hombre y, en el mejor de los casos, en su síntoma, por su parte, el hombre es un estrago para la mujer. La operación resultante, es el advenimiento de un significado o imagen que viene a ocupar el vacío insoportable de la falta.

El amor es entendido por este autor como ilusión de completud, que perteneciente al orden de lo imaginario, pretende borrar o más bien suspender el fading de los sexos y corregir la disyunción entre deseo y pulsión, otra forma de leer la división subjetiva de la que hablaba Platón en la búsqueda de la mitad faltante para hacernos Uno con el otro. Nos tropezamos inevitablemente con un escollo en el encuentro amoroso, un espejismo que revela la presencia de dos fantasmas, que pone en circulación el deseo y las demandas siempre insatisfechas porque jamás se obtiene lo que se desea. El deseo es siempre deseo de otra cosa, inextinguible.

En su función de aparejar el deseo y la pulsión, el amor no cesa de escribirse, calma la angustia dejada por la falta en una promesa de eternidad en el presente, superando el hiancia de la finitud de la vida. En el decir de Plotino, discípulo de Platón, “lo eterno es lo que es…es el momento de absoluta estabilidad”. Pero el neurótico, que ya ha sufrido aquélla pérdida original, sabe que puede perder su objeto de amor, pues en el fondo sabe también que éste es contingente aunque pretenda hacerlo necesario.

Ubicado como objeto a, causa de deseo, el sujeto quiere ser todo para el otro como en un tiempo, pregenital, inmemorial, lo fue para la madre. El descubrimiento del tercero en la relación con la madre ocasiona una indeleble herida narcisista que retornará en la relación adulta al ver fracasar la conjunción de los deseos. Es allí donde reside la imposibilidad. Si el primer amor es del orden del goce, el segundo, edípico, lo es del deseo, al introducir el padre la ley simbólica que separa al niño para siempre de la madre como “uso-fruto del cuerpo de la madre” (Verhaghe, 2001).

La entrada al Edipo supone la elaboración del primer duelo, promueve el encuentro, la creación de una nueva dimensión amorosa que contrarresta los efectos del narcisismo y la tendencia a la especularidad. Ofrece caminos nuevos por descubrir, en la libertad de elegir unos u otros, bien sea del lado homosexual o del heterosexual, y aunque Lacan aseguraba que la mujer tejía y el hombre hacía círculos sin saber nada del goce femenino, siempre se podrá arribar a un punto donde el amor sea la consecuencia del enamoramiento y la falta sea cubierta por algunos de sus subrogados. Existencia, sentido de sí e integridad, pueden ser unos de sus aliados.

Hay pues una dimensión estética en el amor, es eterno mientras dura, aporía que nos reubica y protege ante el sentimiento trágico de la vida, “la alegre aceptación de lo real” ( Ortega). Dice Collete Soler: “Ya no tenemos mitos del amor, ni el amor cortés, ni el amor precioso de las preciosas del siglo XVII, ni el divino, ni el glorioso de los clásicos. No tenemos paradigmas del Ideal del amor ni del Ideal del Otro. Aún tenemos amores. Amores sin modelos. Podremos inventarlos caso por caso.”

El amor es un milagro siempre, un brinco, una novedad, intemporal, aunque se haya amado mucho antes y se haya sufrido más.

1 comentario:

rolando peña dijo...

SODELY,ESTUPENDO TEXTO,ME HIZO ACORDAR A JOSE IGNACIO CABRUJAS,EN SU OBRA "EL EXTRAÑO VIAJE DE SIMON EL MALO",EL AMOR ES CUANDO DOS OJOS SORPRENDIDOS SE ENCUENTRAN....,SALUDOS ROLANDO PEÑA