09 abril 2009

¿Murió la literatura de ficción? (una vez más)




Rubem Fonseca





Mucho antes de publicar mi primer libro, ya oía decir que la novela y el cuento estaban muertos. Parece que la primera muerte había sido anunciada ya en 1880, aunque, como todos saben, Emily Dickinson, Chejov, Proust, Joyce, Kafka, Maupassant, Henry James, nuestro Machado de Assis, Eça de Queirós, Mallarmé, las Brontë, Fernando Pessoa (un poco más tarde) estaban activos por aquella época.

Al principio del siglo XX, con el lanzamiento por Henry Ford del modelo Ford T, un automóvil popular, construido en una línea de montaje, un carro barato que en pocos años vendió más de quince millones de unidades, las Casandras afirmaron que, ahora sí, la literatura de ficción, en la que se incluía la poesía, tenía los días contados. En poco tiempo todo el mundo tendría automóvil y usaría el carro para pasear, hacer compras, disfrutar con la pareja en lugar de quedarse en casa leyendo. Ya sea porque no supieran lo que les reservaba el futuro, o por lo que fuera, lo cierto es que muchos escritores, como Yeats, Benavente, Galsworthy, Selma Lagerlöf, Rilke, Cavafy, Edna St. Vincent Millay, continuaron escribiendo, y tal vez hasta tenían un modelo T en el garaje.

El nuevo anuncio mortal vino en seguida, causada por el cine, denominado el Séptimo Arte. Una pesquisa de época mostró que, de cada 100 personas, 80 frecuentaban el cine y 2 (¡dos!) leían libros de ficción. En ese mismo momento, la literatura, en fin, había muerto. Esta vez no tenía salvación. Pero Sinclair Lewis, Thomas Mann, Bunin, Céline, Ana Ajmátova, O’Neill, Pirandello, y muchos otros no lo sabían. (Los dos últimos son autores de teatro, pero el teatro comenzó a morir antes.)

Luego, cuando llegó la televisión, una nueva muerte fue profetizada. Pero, William Faulkner, Eliot, Gide, Hesse, Quasimodo, Pasternak, Camus, Hemingway, Beckett, Seferis, Kawabata, Mauriac, Steinbeck y muchos más no pararon de escribir. Qué vaina ¿esos tipos no leían los periódicos? ¿No sabían que la literatura de ficción había muerto?

Al final vino el golpe de gracia: la computadora e Internet. La gota que derramó el vaso. Pero ¿qué estaba ocurriendo? ¿Quiénes son (o eran) esos locos escribiendo poesía y novela: Carlos Drummond de Andrade, Czeslaw Milosz, João Cabral, Pablo Neruda, Montale, Heinrich Böll, Saul Bellow, Isaac Bashevis Singer, Octavio Paz, Brodsky, García Márquez (“si dices que la novela está muerta, no es la novela, eres tú el que está muerto”), Canetti, Günter Grass, Kenzaburo Oe, Saramago, João Ubaldo, Ferreira Gullar y un montón más? ¿Qué está ocurriendo en realidad?

Existen muchos estudios interesantes y extensos sobre el tema, como el de la ensayista Leila Perrone-Moisés, en su libro Altas literaturas (1998). Algo quizá ha estado ocurriendo: la literatura de ficción no se está terminado, lo que se está acabando es el lector. ¿Será posible esta paradoja? ¿El lector desaparece pero no el escritor? O sea ¿la literatura de ficción y la poesía siguen existiendo, incluso si los escritores escriben para cuatro gatos?

Kafka escribía para un único lector: él mismo. Recuerdo a Camões. Era un malhechor, y terminó en la cárcel, ya por sus reyertas o por haberse arrejuntado con la infanta Doña María, hermana del rey João III. Para obtener el perdón del rey, se ofreció para servirlo en la India, como soldado. Allí se quedó 16 años y, al final, regresó a Portugal en barco, acompañado de una joven india, a quien amaba, y a quien dedicó el lindo soneto “Alma gentil, desde que te fuiste”. El barco naufragó y Camões sólo pensó, durante el naufragio, en una cosa: salvar el manuscrito de las Lusíadas y de sus poemas. Dejó que su amada se ahogara (confieso que especulo), y perdió todos sus bienes, pero salvó sus manuscritos. ¿Para que lo leyera quién? En el siglo 16 muy poca gente en Portugal sabía leer. Pero Camões pensó en ese puñado de lectores, era para ellos que Camões escribía, no importaba cuántos fueran.

¿Desaparecerán los lectores? Quizá. Pero no los escritores. El síndrome de Camões va a continuar. El escritor resistirá.

Traducción: Guillermo Lobo

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