01 febrero 2009

Erosión/ Monumento para imaginar



Jan de Jager








La ciudad le había encargado una obra de arte monumental. Sabían que sus trabajos eran la quintaesencia de lo controvertido, pero que también y al mismo tiempo eran maravillas de concepción artística y de realización técnica y artesanal: los neones subárticos, los ballets secretos filmados en las Ramblas de Barcelona y en el Pelourinho, los secuestros simbólicos, las estatuas para chupar, la arquitectura financiera para terminar con la pobreza.

Los más viejos recordaban sus versiones de antiguos episodios de Tom & Jerry, íntegramente representados en el cielo nocturno por medio de fuegos artificiales. Y los jóvenes aplaudieron o integraron sus ejércitos de paz de paracaidistas nudistas.

Aceptó el encargo, a condición –estrictamente establecida por contrato– de que fuera totalmente libre en la elección de tema, forma, tamaño y emplazamiento del laburo.

Unos siete meses después presentó la obra terminada. Se trataba de un bellísimo mosaico circular de casi ocho metros de diámetro, realizado en oro y lapislázuli, con detalles de diamantes, rubíes, plata y azabache. Representaba el firmamento en una noche estrellada, y estaba inspirado en uno de los primeros poemas del joven príncipe de Sevilla, quien luego sería el rey Al Mu´tamid. El círculo representaba el cielo, sí, pero el cielo tal como se lo vería en el escudo que el príncipe, antes de partir a la batalla, le pide de regalo y amuleto a su padre el rey:

...un escudo cuyos artífices realizaran
a semejanza del cielo, para que ni la lanza
más larga lo pueda alcanzar...

Los notables y el alcalde admiraron la obra, y supusieron que había sido diseñada para ser emplazada en la rotonda de la ruta principal, a la entrada de la ciudad.

No, señores. El mosaico deberá ser colocado junto al círculo central de la rotonda, formando con él una especie de ocho acostado. Se ubicará por lo tanto sobre la calzada, para allí sufrir las consecuencias del desgaste que produzca la circulación del tránsito.

Resultó pasmoso y prácticamente intolerable para la comisión de monumentos de la ciudad aceptar que se sometiese una obra tan esmerada y tan enorme volumen de metales y piedras preciosos y semipreciosas, a la acción de miles de ruedas de coches, camiones, autobuses y motos. Pero el artista se mostró inflexible: las condiciones pactadas habían sido claras y eran vinculantes. Colocan el mosaico en la ruta, yuxtapuesto al césped circular del centro de la rotonda. Y punto.

Conforme pasan los años y los coches, trozos pequeños y grandes de lapislázuli se van agrietando, cachando, van saltando; el oro se va aplastando, y los diamantes por su dureza, al adquirir prominencia empiezan a constituir un problema para las cubiertas de los vehículos que por ahí transitan. Sin embargo muy pronto van quedando sueltos también diamantes y rubíes, y se los lleva el afortunado que los encuentra. La prensa local e internacional habla pestes del escándalo y el derroche.

Sin embargo al tiempo se descubre que debajo de la capa de mosaico que representa el cielo, se entrevé una segunda capa, al principio muy cubierta de hollín grasiento, chicles, envoltorios machacados y otros típicos detritos de la calle. Se procede a limpiar, por entre los remanentes de lapislázuli, y se va descubriendo, cabal y plenamente representada por medio de trozos de una resina translúcida y resistente, una imagen basada en la rosa –el rosetón– sur de la catedral de Notre Dame de Chartres. Debajo de la resina que reproduce los vidrios de la rosa, se vislumbra una capa de metal pulido que refleja la luz ambiente, con lo cual todo el mundo tiene a bien reconocer que el artista – a estas alturas un hombre ya muy viejo – ha logrado sorprender y superarse, imitando a la perfección la característica luminosidad de los vitrales góticos.

En los círculos externos, en rojos, azules y verdes, se encuentran representados los doce apóstoles y los doce signos del zodíaco. En el círculo siguiente, en amarillo y púrpura: sibilas, profetas, poetas y vírgenes.

En el centro se ve la Santísima Trinidad, y el demonio cabeza abajo –

Los días de sol son una conflagración de colores transparentes, en los de lluvia, lo que se pierde en luminosidad se gana en blanda refracción, en blandura refractaria de las aguas; de noche, las luces de los camiones despiertan y sorprenden a santos y vírgenes acostados en la ruta.


II

The question is, however, what happens when the story draws to a close? Now the figures inside the Iliad become frozen into their actions by the finality of what has been narrated. This freezing is completed once all is said and done, at the precise moment when the whole story has been told. This moment, which is purely notional from the standpoint of Iliadic composition, gets captured by the frozen motion picture of the Shield. Time has now stopped still, and the open-endedness of contemplating artistic creation can begin.
Gregory Nagy, The Shield of Achilles.


Hace ya setenta años que el artista ha muerto. Hay comisiones que, para salvar lo que resta del monumento, bregan por desviar el tránsito – de todos modos ya menguado y reducido por efecto de las técnicas de levitación magnética y los hovercars – pero las condiciones del contrato son claras y siguen vigentes: la obra deberá estar situada en la calzada, y resultar erosionada por el tránsito.

Como suele ocurrir con las cosas de este mundo, la rosa de Nuestra Dama vase poniendo cachuza. Hubo quienes procuraron restaurarla, pero no se tardó en descubrir que por debajo de la resina, la capa de metal que le servía de reflector luminoso también mostraba trazos de algún tipo de representación.

De a poco se fue adivinando y luego confirmando que el enorme círculo de metal representaba -una vez más- un escudo: el que Homero describe en el canto Σ de la Ilíada, el que Hefesto forjara para Aquiles. Con oro, plata y bronce en diferentes aleaciones, en este gigantesco escudo el artista representa la tierra, el mar, el sol, la luna, las Pléyades y diversas escenas de la vida comunitaria, y además hace resaltar ante los ojos contemporáneos la pericia artística del dios rengo, y el sabor y color de las palabras del antiguo poeta que evidentemente no era ningún ciego.

Nos muestra una ciudad sitiada y nos muestra una ciudad en paz, donde se ve al pueblo reunido en la plaza, y dos hombres trenzados en una disputa sobre el resarcimiento por la muerte de un tercero. Uno ofrece pagar la multa pero el otro se rehusa a aceptar ese pago, exigiendo otra pena mayor: los ancianos, sentados en un círculo sagrado, deberán pronunciarse por turno en esta causa. En el centro del círculo hay en el suelo dos talentos de oro, que serán adjudicados a quien dicte sentencia de la manera más apropiada -

más allá veremos un campo que están labrando, tan real que acaricia los ojos el brillo húmedo y oscuro de los profundos terrones recién volteados por el arado –

y también vemos la cosecha, y vemos ovejas, vemos ganado vacuno íntegramente realizado en oro, y dos leones en el acto de devorar las entrañas sangrientas de un
toro – y los perros de los pastores ladrándoles pero de lejos y retrocediendo –

y vemos la vendimia: vienen por el sendero de la viña, con cestas llenas de fruta
dulce como la miel, las muchachas casaderas y los jóvenes solteros – en medio de todos ellos un chico tañe la lira estremecedora y canta una canción de vendimia con delicada voz de niño – mientras los demás marcan el compás con los pies, y con palmas y gritos.

III

Ya casi el tránsito no transita: los metales del escudo van siendo pasto de la corrosión, y las ruinas de la ciudad son pasto del pasto. Sin embargo, por entre los boquetes oxidados se entrevé una nueva capa de la obra de arte. Los pocos y rudos habitantes de la región se asombran con un asombro infantil: al lado del todavía reconocible círculo de césped de la rotonda, descubren un segundo círculo de símilcesped, mojado de rocío, con tréboles y florcitas, todo realizado en esmeraldas, con detalles de turquesas, perlas y aljófares, y algunas ágatas dispersas representando precisamente cantos rodados dispersos por entre la gramilla.

Las cabras pastan y pelan de pasto la rotonda y sus inmediaciones. Aquellas pocas personas que son todavía concientes y ávidas del valor de las piedras preciosas, o simplemente las hallan bellas, pelan de esmeraldas y turquesas el mosaico. De la ciudad quedan apenas montículos de escombros cubiertos de maleza.

Nunca estaremos del todo seguros si el último estrato que se descubre es efectivamente la última capa de la obra tal como el artista la concibió y realizó, que representa la piedra pelada, o si hemos topado ahora por fin con los huesos de la tierra, la roca viva.
Tampoco sabemos si quedan otras capas por erosionar. El tiempo lo dirá

1 comentario:

Anónimo dijo...

me encanta