01 febrero 2009

El observador observado


Ignacio Pérez Pérez



Uno quiere vislumbres de lo real

Harold Brodkey

A lo largo y ancho de mi vida, que no es tanta pero tampoco tan poca, me he preguntado de distintas maneras la cuestión del observar. Directa o indirectamente, de maneras distintas, me he formulado las mismas escuetas preguntas: ¿Qué es observar? ¿Que es un observador? ¿Qué es lo que se observa?. De formas más o menos iguales, que corresponden a mi manera de pensar, rápida y lenta a la vez, oblicua y siniestra como un relámpago, he hecho el miedoso intento de responderme estas preguntas, palpando solo por instantes algún manojo de certezas que, por supuesto, como casi todas las certezas, atractivas pero traicioneras, me han abandonado enseguida. En el transcurso de estas horas en que me preparo a escribir estas líneas, se me ha vuelto encima nuevamente la intranquila sensación de estar cerca de la revelación de una respuesta. Por lo tanto, querido lector, para esta ocasión tan especial, como es la tuya de leer lo que en otro tiempo yo ya he escrito, tomaré la iniciativa de situarte anticipadamente como observador mío y a mí, como observador tuyo, como si fueran dos momentos simultáneos la escritura y la lectura, a ver si haciendo lo que escribo, escribo lo que hago: observar al observador, ser el observador observado.

Digamos que observar es la actividad de la atención. Es abrirse uno mismo perceptivamente ante lo que existe. Eso que existe, sea un niño, las dos de la tarde o una manzana, existe independientemente de la atención que le prestamos. Pero enseguida que le prestamos atención, hasta la más mínima, eso que observamos parece pender de nosotros. Hay en observar una voluntad anterior, un detenerse, un disponerse interiormente a observar eso que existe. Visto de esa manera, observar es el tacto, a conciencia, de lo otro. ¿Y cuando nos observamos a nosotros mismos? ¿Pasamos a ser “lo otro” por el simple hecho de observarnos?

Digamos que observar es la intención subjetiva de observar. Quien observa, puede que este buscando o esperando algo. El que busca algo, se evidencia en su postura y su comportamiento, se apresura hurgando en los detalles de su objeto de observación. En cambio, quien espera algo, se demora pacientemente y sin más en su observación. No obstante, hay quien observando no busca ni espera nada: simple y llanamente observa. Personalmente, he encontrado un gozo inenarrable en observar de esta manera, sin objeto, sentado en el banco de una plaza o de un parque un día domingo. Este tipo de observación es algo que confundo todavía con la contemplación. ¿Serán lo mismo? Si mal no recuerdo la contemplación, para los budistas, es un estado de concentración tal que, para quien contempla, se diluyen las nociones de sujeto y objeto, con-fundiéndose. Todo lo contrario a observar pues precisamente, mientras más se diferencien el objeto y el sujeto, mayor es la observación.

La vida en las ciudades es por excelencia una vida ajetreada, llena de quehaceres cotidianos y de agendas por cumplir. De lo que más adolecemos los que vivimos en ciudades es del tiempo. Socialmente, es sano disponer de un horario para todo. Vivimos cuadriculadamente, bajo la tutela del almanaque y del reloj. A mi parecer, es una locura compartida. Como el tiempo significa dinero, una actividad como observar tiene que servir para algo, tiene que producir algún valor monetario. ¿Cuántos trabajos son justamente remunerados y felizmente ejercidos cuya actividad central sea la de observar? Muy pocos. Como en las ciudades se ha relegado el ejercicio de observar a los días domingo y a los días feriados, observar, en algunos casos, es sinónimo de descanso y en otros, de escape y huída. Conozco a varios vigilantes privados –quienes podríamos suponer como profesionales de la observación- que solo esperan el preciso momento de su jubilación para comenzar a hacer lo que les gusta en la vida. Es decir, que sus trabajos consisten básicamente en un observar para dejar de observar, puesto que sus trabajos como vigilantes (observar agudamente) es un trabajo alejado de cualquier posibilidad de desarrollo personal. Observar en las ciudades es para atolondrados y analfabetas. ¿Cómo hacer lo contrario?

Me detengo en medio de una plaza. Inclino mi cabeza noventa grados hacia arriba y me quedo así por largo tiempo. Primero una persona, luego dos, tres, cuatro, cinco. Se detienen a observar lo que yo observo. Al cabo de un rato se van. No se dieron cuenta que lo que yo observaba era a ellos mismos observándome observar la nada. Así serían las palabras del artista belga Francis Alÿs relatándonos su acción artística Paradojas de la práctica: A veces no hacer nada conduce a algo, realizada en la plaza del Zócalo de la ciudad de México en 1997. ¿Qué pasa cuando alguien contradice ese sentido común urbano, del que hablábamos más arriba, que el tiempo es dinero y que no hacer nada es perder el tiempo, es decir, improductivo? Pues al parecer, Francis Alÿs, en esta acción, más que perder el tiempo, lo gana. Claramente y sin rodeos, nos dice: a veces no hacer nada conduce a algo. ¿A que nos conduce la actividad de la observación? A la observación misma y por ende, a algo más. Quien observa quiere vislumbres de lo real. Quien observa espera un milagro. Solo observando nos damos cuenta que lo milagroso se encuentra ante nuestras narices. Pero ya vemos por lo que tenemos que pasar, ya vemos que subversión radical debemos hacer para poder superar esa impostura que nos impide observar.

Ser constante en la observación es dejar constancia de lo que observo. Además, la constancia, como prueba y como perseverancia, constituye la consolidación de nuestra perspectiva: dejar constancia de lo que observo para que alguien más lo observe. ¿Qué tan exacta puede ser la observación del otro de mi perspectiva?. Ahora mismo, amigo lector, puedo estar seguro de estar observando cosas que tú no podrás observar nunca y tener la certeza de que, escribiéndotelo, tú también, leyéndolo, lo estarás observando. Al escribir confío en que las palabras serán para ti un instrumento de observación tal que te permita imaginar exactamente lo que yo he observado. Como si fuera poco observar la realidad a través nuestros sentidos, tenemos también la posibilidad de observarla a través de instrumentos de observación. Instrumentos de observación que son también, la mayoría, instrumentos de registro de lo observado. Es aquí cuando pensamos en aquello de la física cuántica, que el observador altera lo observado. Pensándolo bien, ¿es el observador el que altera lo observado o será el instrumento? Sea como sea, hay un momento en que los instrumentos de observación modifican tanto las condiciones de observación del objeto a observar, que crean prácticamente otro objeto, diferenciado radicalmente del original.

Quien observa quiere vislumbres de lo real y lo real necesita ser vislumbrado para existir. Hay un verso inquietante de Borges que apoya esta idea:


Soy el único espectador de esta calle/

Si dejara de verla/

Se moriría.


Esto así, observar no solo supone una actividad de la atención, sino también un ejercicio ético. La decisión de ser testigo de eso que existe y la obligación moral de dar un testimonio de lo observado.

El acto de observar es como el acto de escribir. Consiste en dilatar la conciencia de lo que existe, incluso viéndose a uno mismo como parte de todo, incluso poniendo la vida en juego, como si vivir y escribir fuesen el mismo movimiento. A veces creo que vivir es observarse vivir. Por ser testigo de uno mismo vale la pena haber nacido.


Caracas, 12 de Junio de 2007

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