12 junio 2008

Dos voces del siglo XX (Fragmentos)


Magally Ramírez


…DEL AGUA QUE SACIABA LOS POROS
Y DE LAS NOCHES EN QUE
ENCONTRABA
BAULES DE ABUELA DULCE.
A Elvira Dudiel, mi abuela.

DOS VOCES DEL SIGLO XX (Fragmentos)
Dos voces se desbordaron en el silencio de ese siglo: Simone de Beauvoir e Irma Acosta. Suplicantes gritos emanan de sus pieles y se sintonizan en el hervor de la angustia.
Las Hermosas Imágenes se entrelazan en Mientras hago el amor (o se existe). Las bocanadas de la existencia revientan los límites geográficos que las separan: surgen las turbadoras confesiones que giran entretejiéndose con el balbuceo amoroso de personajes o yoes, que gimen sin pudor ni descanso ante el absurdo de la existencia.

"Existimos y se trata de no advertirlo (para no convulsionarnos) evitar las ocasiones de "tomar impulso de ir de un sólo tirón hasta la muerte"(1 p.48), es la voz de Jean Charles, el marido de Laurence, protagonista o "yo" que habla en Hermosas Imágenes. Laurence, por su parte, calla; pero no deja de reflexionar frente al alegato de Catherine, quien "siente la vida alrededor suyo colmada, plena, es un capullo de seda y basta un poco de vigilancia para que nada agriete esa seguridad" (1 p.49). Seguridad que se desvanece cuando "No hay una parcela de mi ser que no esté minada por la angustia" (2 p.1).

Laurence guarda silencio porque sabe que todas las palabras son inútiles. Le consta la existencia plena; ésta es un objeto hermoso, algo duro que no está cargado de sentido, un abismo rojo en el fondo de una semana; una decoración más, un vislumbre agonizante e inestable en el centro de las tinieblas.

Obsesionados por la idea de la muerte buscamos una permanencia, una definición que nada pueda quebrantar y que asumiremos como la conciencia de lo absoluto; pero por encima de esta definición está nuestra contingencia: un estar de más para la eternidad. Trataremos de transformamos en ese absoluto para dar a nuestro yo un carácter inmortal; mecanizados por las interpretaciones, nos hundiremos en el sueño de la supervivencia estática: "Los roles son repartidos. Cada quien asume el suyo y vive en función de algo o de alguien. El deseo de impresionar proyecta una imagen favorable de sí mismo a los otros y hay quienes viven sólo de esa ilusión…" (2 p.13).

EL TIEMPO Y EL ESPACIO

El pasado donde hemos crecido debe quedar pulverizado. Lo que importa "no es el último análisis de vida sino cómo se vive en el presente activo". "Es necesario una revisión inmediata del presente" (3 p.14). La existencia no es un código inmutable: no es la resistencia victoriosa una sensación experimentada, sino una realización de nuestro psiquismo en nuestro cuerpo, verdadera naturaleza. El pasado está petrificado, cosificado, reducido a nada. No es más que una vaporosa sombra inconsistente, un espejismo que ya no posee la fuerza para retener nuestra mirada.

Al cuestionarlo ambas narradoras no cesan en el intento de desprenderse de su pasado; pero la conciencia se vuelca hacia él para objetivarse. Al congelarse, éste se suspende, pues cuando volvemos la mirada hacia él, sólo alcanza la huella anterior.

Es ineludible distanciar de nosotros lo vivido, ver su paso, verlo bien, para dejar de coincidir con él, y entonces despertar y darnos cuenta de que lo ya realizado está determinado. En este estado de "alerta percepción" ya la determinación de ese pasado no puede atraparnos. El proyecto de vida es también una evasión, una ilusión del hecho presente. Es otro tiempo sobre el cual permanecemos estáticos, pues este tiempo no es todavía; lo que es vital es el presente que fluye invariablemente. Imprescindible es estar presente ante el hecho que ocurre de "instante en instante". El yo de las autoras se conecta y desconecta de lo vivido de manera insistente. Lo que se propone no es la ruptura o la negación del tiempo cronológico; lo que se niega es el tiempo psicológico. Se niega la mente como máquina del tiempo.

"No sé cuando comenzó el hambre, no lo sé, no puedo fiarme del hecho externo exactamente cronológico, fue hace diez años… Intento que el recuerdo no me atrape… Aunque mi miedo a recordar me niega el derecho a descansar" (3 p.43). "El pasado ha sido molido en mi trapiche insomne y los bagazos exhibidos al sol" (2 p.66). "El pasado sigue tan oscuro y el futuro es tan incierto" (4 p.217). Lo ya vivido sigue tan oscuro, se superpone al recuerdo "como una muselina diáfana a las visiones que tengo de él" (4 p.170). Para Monique, mujer desgarrada, el pasado es como polvo en el camino "pues el tiempo pasa". "Ese bagazo exhibido al sol" se ha desgajado en el recuerdo de los otros, ya tan "solo quedan las fotografías desgastadas, las postales multicolores y el gigantesco pasado" (3 p.43). "No posee el impulso para retomar los fragmentos" (3 p.109) que la conduzcan "a construir el andamiaje de un futuro basado en el presente y apoyado en el pasado" (3 p.109). "Lo que es irrevocable es el presente" afirma Krisnamurti en Comentarios sobre el vivir. El pasado es un dato pleno, lleno, aglutinado, que ya no es, que imposibilita el llegar a ser, en el aquí y el ahora. Y el futuro, otro tiempo evasivo, ilusorio que crea la sensación de que estamos siendo.

LAS CONFESIONES

La anamnesis se hace por ese amor desarticulado con el vigor revuelto que da el fracaso. Escindidas como arrecifes desnudos, estas mujeres se nos ofrecen desenmascaradas. Sus confesiones se inscriben como un reto sin los impedimentos de la moral establecida. Los límites que hasta allí las habían acompañado se deshacen frente al grafólogo, el psiquiatra, los amigos; se deshilvanan frente al "auxiliador mágico" o frente al lector.

Monique, por ejemplo, se confiesa frente a sus amigas. Marie Lambert, luego lo hace ante el grafólogo "pero la grafología revela más las tendencias que las conductas" (4 p.210). Impulsada por su marido va al psiquiatra; inmediatamente rechaza las posibles salidas que éste le ofrece, es decir, el alejamiento por un tiempo de su marido y Monique replica: "la autoterapia es un cuento, un cuento chino. Eso de la personalidad el reencuentro a través de la distancia de sí mismo" (4 p.253). El psiquiatra termina por aniquilarla, pues la pone frente al espejo de su propio conflicto revelándole las raíces del mismo. Destrozada, Monique apunta inusitadas preguntas "cuando me haya habituado, él vivirá con Noëllie", (amante de su marido), causa de la lucha interna de Monique. "¿Dónde estaré?", pregunta, "¿en la tumba?" ¿en un asilo?". Desgarradoramente se responde: "me da lo mismo" (4 p.257). Todo, absolutamente le daba lo mismo, el amor de Maurice, su marido, le bastaba. "Retomé mi lapicera no para volver hacia atrás, sino porqué el vacío era tan inmenso" (4 p.233). "Era tan inmenso que precisó el gesto de mi mano para asegurarme que aún estaba viva" (4 p.233).

La anamnesis se cumple en la narradora de ¿Qué carajo hago yo aquí? cuando dice "estoy en tratamiento con un psiquiatra" (3 p.7). Es la búsqueda desesperada de un "yo" nunca poseído a sí mismo y garabatea papeles mientras hace de "faquir mondando una manzana (2 p.23). El conflicto de estas dos mujeres, yoes o personajes no se libra frente al sillón del psiquiatra, se delata frente al lector que sustituye al médico y que por lo tanto no se sustrae de la empresa que le compete. El lector es un visitante fugaz del texto que queda por unos breves instantes adherido a la realidad del mismo. Con su participación él completa la obra, como diría Sartre, y esto permite introducir en la obra una nueva penetración de lectura. El lector se siente perseguido por el autor que lo atrapa con su palabra, y frente a las posibilidades de apertura que el texto le ofrece. Entonces, no existe la paz entre tú y el lector, entre él y el público. Tanto con los textos de Irma Acosta y Simone de Beauvoir, el lector queda convocado para que haga la conjuración o la especulación.

EXTRAÑEZA Y ENAJENACION DE LAS COSAS

Mientras los objetos se desvanecen o pierden su peso, el "yo" de la autora hace un balance de su existencia en las tres últimas páginas de su libro La Fuerza de las Cosas. Lo escrito en estas páginas se recupera: en la retrovisión y proyección de la conciencia que la autora hace. Las huellas del pasado las constituyen aquellas añejas felicidades que colmaban la existencia y que en conjunto formaban la propia experiencia vital de la narradora con sus órdenes y sus azares.

"La vieja felicidad" está allí, seguirá estando; pero separada del "yo" que habla (la autora) que se dirige, implacablemente, hacia la muerte su Final de Cuentas que la asedia ahora impúdicamente, sin tregua. Con creciente angustia, Simone de Beauvoir descubre, sabe que: "nunca más se desplomará aturdida de fatiga en el olor del heno; nunca más nunca más un hombre", porque la muerte no está en la lejanía de una aventura brutal" (5 p.761).

Aglutinada en sí misma, es decir, cuerpo y psique han tomado su partido y vagan sin la seguridad de la "marcha prefijada". El andamiaje de libros leídos, toda la cultura, la muleta en la cual se apoyaba se desploma, todo ello, le "hiela la sangre" porque nada de esto resucitará. Siente el acecho de la muerte, sus pasos, su sombra la persigue; sabe que ésta, la muerte, se desplaza implacablemente entre el mundo y ella. Y al preguntarse acerca de las amenazas que encierra el futuro, la acosa la certidumbre, la desdicha de ver a Sartre muerto, o morir "antes que él".

Lo narrado en estas páginas es definitivo, pues no existen deseos nuevos ya que éstos se estrangulan a sí mismos "antes de nacer". Todas las palabras, todo lo hablado y lo no hablado, toda la existencia la constituye fundamentalmente ese vacío. Sin embargo, la narradora alimenta, a mi manera de ver, dos esperanzas de salvación: La primera representada por los lectores que dirán de ella "ha visto cosas": "las arenas de Huelva" (5 p.761). "Castro hablando ante quinientos mil cubanos" (5 p.761) "una luna anaranjada ascendiendo sobre el Pireo" (5 p.761).

Todas estas bellas imágenes aún frescas en la memoria e inscritas en los libros, forman los fragmentos trascendentes de una vida, plena: la de la autora. La segunda esperanza de salvación se traduce en el deseo de morir sin el apego a ninguna creencia. Ella, Simone, no quiere ser "presencia ante nadie" y reitera que "no seré nada", absolutamente nada. Se dejará asir por la muerte como si no hubiese pasado nada. Y ese desapego sería su última e irónica esperanza. No obstante, la autora ha pagado con su lucidez y su libre albedrío la existencia. Por eso "se dejará barrer con indiferencia" hacia la tumba.

Las inútiles palabras se entretejen con las de su compañero de vida (Sartre). "…Lo único que se trataba era de salvarme -nada en las manos, nada en los bolsillos- por el trabajo y la fe. Como consecuencia, mi pura opción no me elevaba por encima de nadie: sin equipo, sin herramientas, me he metido entero en la tarea para salvarme entero. Si coloco a la imposible salvación en el almacén de los accesorios ¿qué queda? Todo un hombre hecho de todos los hombres y que vale lo que todos y lo que cualquiera de ellos" (6 p.159)

Magally Ramírez R.
Caracas 1.982
NOTAS:
1- Hermosas imágenes; Simone de Beauvoir.
2- Mientras hago el amor; Irma Acosta.
3- ¡Qué carajo hago yo aquí!; Irma Acosta.
4- La mujer rota; Simone de Beauvoir.
5- La fuerza de las cosas; Simone de Beauvoir.
6- Las palabras; Jean Paul Sartre.


Magally Elvira Ramírez de Ripoll
Licenciada en Lentras. Master en Planificación y Administración de la Educación Superior

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