13 junio 2008

Acerca de José Sanchez Lecuna


David Alejandro Malavé B.

Si hay un género peligroso en el cual incursionar, ya sea como escritor y mucho más como lector, es el de la novela histórica. Es un género que se desliza fácilmente a lo anecdótico, llegando en ocasiones a convertirse en una larga enumeración de hechos, que dan mas la impresión de una crónica periodística, que de obra de arte. Hay que tener un vuelo imaginativo, una prosa exquisita y una profundidad psíquica semejantes a los de Marguerite Yourcenar, Mika Waltari, Pat Lagervist o Robert Graves, para lograr joyas como Memorias de Adriano, Opus Nigrum, Marco el romano o La sibila y asi navegar en esas peligrosas aguas.
Es mi opinión que a José Sanchez Lecuna le sobran esas cualidades, que dan a su novela El viaje inefable, un sentido de urgencia a ser leída, en un momento en que la futilidad post moderna se une de la mano a los elementos más retrógrados de la historia, para hacer de la existencia cotidiana un evento apenas soportable en su plenitud de sinsentidos.
Una novela que inicia con imágenes de la llama vacilante de una vela, de la vejez, la decrepitud, el ocaso de una vida y la esperada muerte, no puede sino despertar una intensa curiosidad, ¿a dónde va el escritor? ¿Qué nos guarda de sorpresa con tan doloroso comienzo?
Pues esta novela va al centro mismo del viaje de la vida, en su propósito más noble, -el sentido trascendente que pudiera alcanzar para el alma humana este viaje-. Sólo que en lugar de sintetizar la gran pregunta vital, a la manera de Kavafys en su poema Itaca, nos lo despliega a través de sus páginas, pues intuyo es la introducción a nuevos proyectos de gran envergadura narrativa.
Sánchez Lecuna, nos abre a la manera de un psicopompo los umbrales del entendimiento de la vida como una tarea de la trascendencia, como el único sentido de asomarse a un mundo alucinado y furioso, del cual nadie ni nada nos da explicación.
Su protagonista cruza el océano y los diversos paisajes, sosteniendo encuentros insólitos con seres y lugares bizarros que le van llevando a una comprensión cada vez mayor de los misterios de la existencia. La misma vida y su viaje, por las geografías que en cada ser humano determinan el azar y la casualidad, constituyen representaciones de la obra, en el sentido que le daban los alquimistas medievales y renacentistas y los grandes iniciados de otras tradiciones esotéricas. Es la obra de la psique individual que participa en la gran gesta de la especie, la obra de la psique colectiva, de la Teodicea inclusive como ampliación de la conciencia divina y humana, me atrevo a decir parafraseando a Carlos Gustavo Jung.
Muchas son las claves que el lector, en una especie de juego sagrado, va descubriendo a lo largo de la novela, además lo remiten a la dura tarea de forjar conciencia a partir de las experiencias vitales, de los protagonistas y ¿por qué no? del lector.
La ilusión de un mundo nuevo en la América y el dramático desengaño de los personajes, al ver los vicios y las obscuridades humanas multiplicarse exponencialmente, en lo que soñaban sería un paraíso para la redención humana. Los poderosos robando a las mayorías de sus sueños, pero también, los espejismos de los redentores, siempre vendiendo la muy bien armada trampa de ser los elegidos para la redención de los sufridos. Pobre América, nació bajo el signo de la ilusión y la redención humanas, cuando la humanidad creía despertar de un largo sueño medieval y el futuro le entusiasmaba. Bajo ese signo, cuantos delirios y mesianismos han padecido, preñados de hambrientos y muertos.
Sin embargo, también es cierto que América alimentó la imaginación del viejo mundo, gestando las nuevas fronteras en el Arte, la Literatura y las Ciencias. No en balde son los alucinantes paisajes de América la representación de los encuentros con las imágenes del mundo interno, de esas fuerzas que traspasan la existencia individual y se imponen cuando quieren forzar a la psique individual y colectiva a su trabajo, los llamados arquetipos. José Sanchez Lecuna juega con el lector a la manera de Jorge Luis Borges o José Lezama Lima, haciendo gala de una erudición raramente degustada en éstas insoladas latitudes. Nos coloca en situaciones que ponen prueba tanto al protagonista como al lector, exigiendo de las neuronas, la memoria y el mundo de imágenes e improntas que la lectura nos han dejado, tremendos esfuerzos.
Tal es el caso de un encuentro con Hermes, a bordo de una nao española en la cual Buonatale cruza el Atlántico, pero no se trata de cualquier Hermes sino nada más y nada menos, de aquel al cual Thomas Mann le atraviesa a José en la saga de los hijos de Jacob. Nuestro José, sin explicitar la situación deja las pruebas a ver si uno reconstruye esa lectura. Nos mete de contrabando la copa, a ver que hacemos con ella.
Lo mismo hace con las escenas de la Divina Comedia de Dante, para lo cual se vale de la fertilidad y la exhuberancia vegetal de las tierras americanas, de los calores tropicales, de la luz caribeña, de las inaccesibles cumbres andinas, de los caudalosos ríos y hasta de las sensuales y suculentas frutas que nuestra naturaleza nos da.
Homero y su Odisea son una presencia constante. El viaje por la América, y luego por la misma Italia, no son sino la Nekya del héroe Buonatale, debe vencer el espejismo de sí mismo para encontrar los significados mas profundos de la existencia. Como en la historia de Odiseo hay descenso al Hades. Como en el Fausto de Goethe hay descenso al mundo de las madres, de la Diosa blanca. Allí se da el encuentro con la sombra, allí se recupera un fragmento escindido favorito de la personalidad, la Sombra. Allí los encuentros con las sombras de los antepasados, de Anticlea, a fin de poder regresar a Ítaca, no en la geografía del mundo físico, sino en los parajes del alma, por cuanto Buonatale, ni siquiera cuando regresa a la patria, se encuentra en ella. Buonatale al iniciar el viaje de la obra psíquica, queda para siempre condenado a ser un extraño entre sus semejantes, se convertirá en exilado de sus congéneres, como todo el que incurre en semejante empresa llamada individuación.
Por eso cuando Buonnatale regresa a Florencia no encuentra paz, ni sosiego, y los problemas se siguen sucediendo. Extraño entre sus conciudadanos, no encontrará intercambio humano hasta que un azar lo pone frente al gran iniciado, el representante (a mi manera de ver), del anciano sabio, un Michealangelo Buonarotti, que pasa de los ochenta años y que aún le reserva nuevos umbrales que franquear, nuevas iluminaciones, nuevos sentidos.
Por eso la frágil luz de una vela aparece en los momentos cumbres de la novela. Una llamita en la oscuridad de una civilización que aún carece de sistemas masivos de iluminación, recreando para el lector lo tremendo de la vida cotidiana en esos tiempos, que la cotidianidad contemporánea banaliza por un exceso de comodidades. Qué de sensaciones reverenciales nos evoca la llama de la vela en un mundo sin luz eléctrica, esclavizada por el ciclo solar. Sin embargo, esa llama es aún más frágil cuando la leemos como metáfora de la conciencia individual y colectiva, de la conciencia no en términos de función psíquica sino de la trascendencia, del destino del hombre. De conciencia en el sentido del significado de la vida y su sentido, del Destino humano.
Destino, otro tópico fundamental de esta novela, obsesión fundamental del hombre renacentista, atrapado en el dilema de si su vida está regida por fuerzas superiores, los astros, las órbitas celestes o es el campo de lucha del libre albedrío. Tensión que marcará el espíritu de la época del hombre moderno desde los albores del Renacimiento, pero que uno retóricamente podría preguntarse, ¿acaso no seguimos atrapados en el mismo dilema? Destino o libre albedrío.
Miguel Ángel abre las puertas de la comprensión de la belleza, de una religiosidad sublimada, de la restitución de lo femenino como fuente de la vida y la sabiduría. Lo femenino elemento vital, sobre el cual, la humanidad ha perpetrado el crimen el exilio psíquico, sostenido por la Cultura misma. Situación de exclusión que solo el Arte o las heterodoxias se atreven a subvertir. Es Miguel Ángel y el Arte, quienes reverencian ese aspecto de lo femenino relegado, escindido de la psique. Es Miguel Ángel, a través de su amor a Vitoria Colonna, quien le propone la reintegración de lo femenino, de la recuperación del Andrógino psíquico, de la Rebis o resurrección al sentido de la vida de nuestro héroe Buonnatale. Es Miguel Ángel, el que nos presenta al gran arte del Renacimiento como un mapa cifrado, secreto, pleno de arcanos que develarán el sentido último de la especie en su devenir ya de milenios, tal como Warburg o Gombrich lo harán después. En fin, Miguel Ángel aparece como aquel que prepara para ese último viaje, aquel que José Sanchez Lecuna se encarga, con amargo pero sabio ahínco, en hacernos recordar, el viaje de la muerte. El único quizás del que nadie quiere o puede hablar, por tanto es inefable, pero aquel por incomprensible y terrible, que regala el más preciado don a los individuos, el que nos regala el desesperado, pero valioso consejo a los seres humanos, el que nos conmina a lo único que tiene y confiere sentido: "Ser lo que se es". Único camino para no fallecer en la locura, ante el infortunio de tener que desaparecer del mundo de las formas físicas con el inefable viaje que a todos nos espera.

David Malavé. Venezolano, Médico de la UCV, Psiquiatra del Hospital Universitario de Caracas, Psicoanalista miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Caracas, componente de la FEPAL e IPA. Entre sus proyectos se halla la investigación de las relaciones entre la Literatura y el Psicoanálisis, así como el proyecto Librería Las Musas. Ha asistido a congresos psicoanaliticos nacionales e internacionales y congresos de literatura en la Universidad de Iowa en USA.

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