Magally Ramírez R.
Felipe Márquez (Caracas, 1954), es un artista cuya obra no ha recibido el reconocimiento debido. Su experiencia ha estado imbuida de una gran mágico religiosidad y un viaje vertiginoso del alma que lo ha llevado a la fragmentación total de la psique. Durante los últimos años sólo se han tenido referencias del artista a través del mundo de la subterraneidad; no obstante que su obra haya sido expuesta en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas y en la Sala Mendoza entre otros lugares así como obtenido el Premio de Dibujo en el Salón Michelena de Valencia 1979 y el IV Premio Ernesto Avellán del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. La escritora Magally Ramírez, quizá una de las personas más cercanas al artista, así como lo ha sido de otros artistas y escritores de sensibilidad border como Irma Acosta y Guillent Pérez, entre otros, nos presenta el siguiente texto homenaje a Felipe Márquez.
Trazos
"Interrogar es, mi única respuesta", "fe ciega tropezando con los andamios volátiles", adónde la lluvia y la secreta intemperie que empaña los espejos, adónde se fugaron las manchas de humedad del tiempo de otro lenguaje, adónde se borraron las acciones y los dulces sacrificios hechos por quien se amo una vez, adónde el ronco gritó del goce; se agotaron en la posibilidad de lo discontinuo de las rupturas temporales, de los deterioros existenciales, acabamiento, deshilvanado tejido de Aracne, la descripción del caos, una realidad anodina que desemboca en la revelación deslumbrante y en la nausea insinuada de algo repugnante. Trazos, sesgos, caminos inesperados, brasa de antiguos remordimientos, todo entrelazado, lo que cae en el vertiginoso juego del tiempo, verdad no dicha, la línea se detiene, se toca un umbral, las paredes que protegen muebles, la mirada, la alfombra, la atmósfera que curva los recuerdos. Lo inscrito es la existencia hecha de actos repetitivos hasta disiparse en el infinito, como una serpiente que se muerde la cola, y los dibujos en un proceso de creación desintegradora, se elaboran a partir de imaginarios lúdicos, la mirada se filtra hacia interioridades de la psique, del sueño, hasta desembocar en la nada, en los poderes de una ficción, los colores son en principio suaves, como una insolente mañana de primavera que comienza a caer.
Inventar una belleza anárquica, como una pesadilla, residuos de un pavimento, restos o estigmas de una memoria ancestral, lo útil se desvanece evaporado en un espacio imperceptible, anónimo, tal vez varias historias contadas en distintas líneas. Caballetes o lápidas formando un material de pastel graso, que atestigua escenarios de muda caricia, donde todo se hunde, se hace y se deshace, hasta convertirse en una apariencia que gira vertiginosamente, discurso, fragmentos de una descripción, de una interioridad poética, de catedrales, de atmósfera religiosa, tensión de espacios claros, oscuros, lo libre y lo que aprisiona, cárceles imaginarias, asfixia, como una suite de Bach tocada por Yoyoma, figuras afantasmadas en movimiento, donde el autor Felipe Márquez sintetiza el sentido trágico de una situación, con un personaje dramático, con un insinuado clima de escena, las imágenes invitan a una reflexión. El espacio no es más que una luz sutil, un contorno temático atravesado por el artista, claraboyas que iluminan un escenario crepuscular, que proviene de la noche de un alma atormentada, trazo a trazo se ha creado un amasijo de líneas irregulares y ni el peso de sus volúmenes es equilibrado, se puede hablar de reductos desde donde se contempla una existencia desintegrada, la silueta materna que vigila impávida el desastre de su casa a oscuras, figuras que alguna vez se alzaron buscando amaneceres, ahora solo dan testimonio de ventanas oblicuas, de cortinas desvanecidas, jardines otrora arrogantes mutan en rosas deshechas, en cipreses, en "el florecimiento exhausto de un jardín pequeño y oval".
La inconsistencia de alturas abigarradas se desploma frente al mudo testigo, el artista, éste solo aspira a que el mundo construido le derribe, le convierta en lápida mortuoria, en sello, en silencio; las escaleras ceden, bisagras sueltas dan testimonio de los pasos de una familia desintegrada y expuesta emblemáticamente, por quién en las noches de tormento cuando arrecia la angustia, elabora un réquiem roto, esparcido, sangriento, umbral de asfixia, como el castillo de Kafka o la habitación de Gregorio Samsa. El artista trepa paredes, develando un mundo desvencijado, en ruinas, monstruoso, el personaje no logra salir ileso de tanta carga heredada, de tanta quiebra. El pasado en los resquicios de la casa, consecuencias que emergen de sórdidos corredores, reconstruir el patrón de algo perdido para salvar la memoria devastada, señales de frío bordeando las habitaciones. El murmullo no cesa a pesar de las puertas, no habrá más excusa para el olvido, pinturas para otra nostalgia, los salones abandonados nos enseñan de la melancolía, la penumbra resguarda sus moldes, los golpes de fieros presentimientos buscan más evidencias de otras pasiones, el lugar imaginado es lo que ha crecido y se muestra desmesuradamente, los personajes viven en la casa de los lobos, no escuchan la queja de algunos deudores, y mientras, afuera, el movimiento urbano sigue depositando espantapájaros en su tosco proceso identificatorio, y es así como alguien espía en este sagrado devaneo de relaciones insólitas, de la representación.
Registro de lo fantástico, laberinto circular y simultaneo, narrativa, el metadiscurso se dirige hacia una sola subjetividad, la del personaje que asiste como espectador y participa de hechos ilusorios junto con el yo del autor, lugar para las interrogantes, mirar a través de estos dibujos la alteridad, los desocultamientos, para entrever una sintaxis de lo heterogéneo, lienzos de la mitología de una familia. Un barroco de la presencia de lo invisible se desprende continuamente de la representación formal, deviene en una poética de la ausencia, "texto oblicuo para nadie", resonancia de lo invisible, seducción por lo abismal, construcciones dedálicas, textos pintados en su contorsión, en su continuo avance y retroceso, en la acumulación de rostros de fantasmas buscando la unidad de los contrarios, monstruos en elevación y caída, el espectador seducido y perturbado por lo absoluto o lo absurdo, los cuartos, galerías y laberintos sofocados por sus propios velámenes, el personaje viaja en un vía crucis hacia sí mismo para acometer el enigma de la conducta humana, caer en la oscuridad para hacernos la pregunta de Nietzsche ¿cuántas máscaras llevamos bajo el rostro? El personaje actúa como un sabio, da varias veces la vuelta al mundo en el interior de su casa, sin salir jamás de su celda, para mostrar lo incompleto, lo vertiginoso, la oscuridad que conduce al deslumbramiento, trama de alusiones más complejas, alternancias de oscuros y claros hasta borrar todo vestigio figurativo, muebles que se agitan, sillas y mesas en movimiento perpetuo, el mundo es resbaladizo como una nausea, pasta amorfa, gruesa presencia, la pintura se insinúa como un "un espejo reflejando terror y muecas".
De rodillas o sentados, los personajes se desdoblan frente a sus fantasmas, implacables los muros ociosamente altos los protegen del grito y de la visión, la casa ya no es una mentira, dónde está el pasto abandonado, las curvadas galerías dan cuenta de un tráfico oscuro, y dormía, como muerta, con su ropaje antiguo en la casona, que ella recorría en las noches de luna, el jardín, la huerta, vestida con su traje de novia, iba y regresaba, lenta, erguida y solemne, desde un muro hasta el otro, desde un anochecer hasta el otro, ausente, transeúnte, parada en el umbral no entra ni sale, se detiene y mira al cielo tras los follajes de los ojos, adónde los cuadros de los antepasados devorados por la vorágine, arrastrados por la corriente del tiempo, la esperanza de cifrar un universo se encuentra reposada en los límites de cada forma, en los "pasos lentos de olvido", polícéntrica, cualquier punto puede ser centro, no periferia, la expresividad de la dimensión vertical se vislumbra en los diferenciados matices y texturas que llenan el espacio pictórico para internarse en un mundo de desorientación y soledad, la voz, las confusiones, la cuidada lentitud de los movimientos, la limpieza de las rejas y los deseos que no se cumplieron nunca.
Sedimento alegórico de lo fantástico, lo otro que irrumpe o acecha, el ámbito de las expectativas cotidianas, adónde la luz de la lámpara que triunfa sobre la noche, adónde las negras horas de miedo y mentira y lo acallado inaudible de las paredes enmohecidas, lo expuesto es un universo imaginado que impone un desafío y la respuesta seria los cuadros concluidos.
El monólogo
"Telón de fondo que nos toma inciertos", "esfuerzo inútil nocturno y filarmónico", "huracán de imágenes tenues" y el monólogo interior puede ser pesado y bárbaro. lo importante es la música que aspira a apoderarse del acontecimiento interior y yo evocando fantasmas, cavernas, gradas, vacíos, muros, señales, dulzura, estaciones; juntos repartiendo despojos fermentados, espantando los espíritus de la noche que van enloqueciendo las cosas y en las, hendiduras, la languidez de una familia incrustada en las venas de las paredes, somos como fantasmas escribiendo nuestras memorias desde los muros que amortiguan los golpes, partes dispersas del dibujo que no aparece aun, trazan el desierto y el afuera, el fuego incesante, el diluirse en lo informe, la transformación en todas las direcciones, el reflejo de rostros estacionados en los espejos, en los cuadros, siluetas agazapadas en los rincones de los cuadros "ocultando su misterio bajo formas erosivas".
Inventar una belleza anárquica, como una pesadilla, residuos de un pavimento, restos o estigmas de una memoria ancestral, lo útil se desvanece evaporado en un espacio imperceptible, anónimo, tal vez varias historias contadas en distintas líneas. Caballetes o lápidas formando un material de pastel graso, que atestigua escenarios de muda caricia, donde todo se hunde, se hace y se deshace, hasta convertirse en una apariencia que gira vertiginosamente, discurso, fragmentos de una descripción, de una interioridad poética, de catedrales, de atmósfera religiosa, tensión de espacios claros, oscuros, lo libre y lo que aprisiona, cárceles imaginarias, asfixia, como una suite de Bach tocada por Yoyoma, figuras afantasmadas en movimiento, donde el autor Felipe Márquez sintetiza el sentido trágico de una situación, con un personaje dramático, con un insinuado clima de escena, las imágenes invitan a una reflexión. El espacio no es más que una luz sutil, un contorno temático atravesado por el artista, claraboyas que iluminan un escenario crepuscular, que proviene de la noche de un alma atormentada, trazo a trazo se ha creado un amasijo de líneas irregulares y ni el peso de sus volúmenes es equilibrado, se puede hablar de reductos desde donde se contempla una existencia desintegrada, la silueta materna que vigila impávida el desastre de su casa a oscuras, figuras que alguna vez se alzaron buscando amaneceres, ahora solo dan testimonio de ventanas oblicuas, de cortinas desvanecidas, jardines otrora arrogantes mutan en rosas deshechas, en cipreses, en "el florecimiento exhausto de un jardín pequeño y oval".
La inconsistencia de alturas abigarradas se desploma frente al mudo testigo, el artista, éste solo aspira a que el mundo construido le derribe, le convierta en lápida mortuoria, en sello, en silencio; las escaleras ceden, bisagras sueltas dan testimonio de los pasos de una familia desintegrada y expuesta emblemáticamente, por quién en las noches de tormento cuando arrecia la angustia, elabora un réquiem roto, esparcido, sangriento, umbral de asfixia, como el castillo de Kafka o la habitación de Gregorio Samsa. El artista trepa paredes, develando un mundo desvencijado, en ruinas, monstruoso, el personaje no logra salir ileso de tanta carga heredada, de tanta quiebra. El pasado en los resquicios de la casa, consecuencias que emergen de sórdidos corredores, reconstruir el patrón de algo perdido para salvar la memoria devastada, señales de frío bordeando las habitaciones. El murmullo no cesa a pesar de las puertas, no habrá más excusa para el olvido, pinturas para otra nostalgia, los salones abandonados nos enseñan de la melancolía, la penumbra resguarda sus moldes, los golpes de fieros presentimientos buscan más evidencias de otras pasiones, el lugar imaginado es lo que ha crecido y se muestra desmesuradamente, los personajes viven en la casa de los lobos, no escuchan la queja de algunos deudores, y mientras, afuera, el movimiento urbano sigue depositando espantapájaros en su tosco proceso identificatorio, y es así como alguien espía en este sagrado devaneo de relaciones insólitas, de la representación.
Registro de lo fantástico, laberinto circular y simultaneo, narrativa, el metadiscurso se dirige hacia una sola subjetividad, la del personaje que asiste como espectador y participa de hechos ilusorios junto con el yo del autor, lugar para las interrogantes, mirar a través de estos dibujos la alteridad, los desocultamientos, para entrever una sintaxis de lo heterogéneo, lienzos de la mitología de una familia. Un barroco de la presencia de lo invisible se desprende continuamente de la representación formal, deviene en una poética de la ausencia, "texto oblicuo para nadie", resonancia de lo invisible, seducción por lo abismal, construcciones dedálicas, textos pintados en su contorsión, en su continuo avance y retroceso, en la acumulación de rostros de fantasmas buscando la unidad de los contrarios, monstruos en elevación y caída, el espectador seducido y perturbado por lo absoluto o lo absurdo, los cuartos, galerías y laberintos sofocados por sus propios velámenes, el personaje viaja en un vía crucis hacia sí mismo para acometer el enigma de la conducta humana, caer en la oscuridad para hacernos la pregunta de Nietzsche ¿cuántas máscaras llevamos bajo el rostro? El personaje actúa como un sabio, da varias veces la vuelta al mundo en el interior de su casa, sin salir jamás de su celda, para mostrar lo incompleto, lo vertiginoso, la oscuridad que conduce al deslumbramiento, trama de alusiones más complejas, alternancias de oscuros y claros hasta borrar todo vestigio figurativo, muebles que se agitan, sillas y mesas en movimiento perpetuo, el mundo es resbaladizo como una nausea, pasta amorfa, gruesa presencia, la pintura se insinúa como un "un espejo reflejando terror y muecas".
De rodillas o sentados, los personajes se desdoblan frente a sus fantasmas, implacables los muros ociosamente altos los protegen del grito y de la visión, la casa ya no es una mentira, dónde está el pasto abandonado, las curvadas galerías dan cuenta de un tráfico oscuro, y dormía, como muerta, con su ropaje antiguo en la casona, que ella recorría en las noches de luna, el jardín, la huerta, vestida con su traje de novia, iba y regresaba, lenta, erguida y solemne, desde un muro hasta el otro, desde un anochecer hasta el otro, ausente, transeúnte, parada en el umbral no entra ni sale, se detiene y mira al cielo tras los follajes de los ojos, adónde los cuadros de los antepasados devorados por la vorágine, arrastrados por la corriente del tiempo, la esperanza de cifrar un universo se encuentra reposada en los límites de cada forma, en los "pasos lentos de olvido", polícéntrica, cualquier punto puede ser centro, no periferia, la expresividad de la dimensión vertical se vislumbra en los diferenciados matices y texturas que llenan el espacio pictórico para internarse en un mundo de desorientación y soledad, la voz, las confusiones, la cuidada lentitud de los movimientos, la limpieza de las rejas y los deseos que no se cumplieron nunca.
Sedimento alegórico de lo fantástico, lo otro que irrumpe o acecha, el ámbito de las expectativas cotidianas, adónde la luz de la lámpara que triunfa sobre la noche, adónde las negras horas de miedo y mentira y lo acallado inaudible de las paredes enmohecidas, lo expuesto es un universo imaginado que impone un desafío y la respuesta seria los cuadros concluidos.
El monólogo
"Telón de fondo que nos toma inciertos", "esfuerzo inútil nocturno y filarmónico", "huracán de imágenes tenues" y el monólogo interior puede ser pesado y bárbaro. lo importante es la música que aspira a apoderarse del acontecimiento interior y yo evocando fantasmas, cavernas, gradas, vacíos, muros, señales, dulzura, estaciones; juntos repartiendo despojos fermentados, espantando los espíritus de la noche que van enloqueciendo las cosas y en las, hendiduras, la languidez de una familia incrustada en las venas de las paredes, somos como fantasmas escribiendo nuestras memorias desde los muros que amortiguan los golpes, partes dispersas del dibujo que no aparece aun, trazan el desierto y el afuera, el fuego incesante, el diluirse en lo informe, la transformación en todas las direcciones, el reflejo de rostros estacionados en los espejos, en los cuadros, siluetas agazapadas en los rincones de los cuadros "ocultando su misterio bajo formas erosivas".
Agosto, 29 del 2001.
3 comentarios:
Ese Felipe Márquez tiene algo que ver en un Felipe que está en Facebook? Camila Caraván
Hoy en la noche hay un buen juego, Chamo lavate ese pelo.
Katiuska Borges
gracias por el articulo acerca del diseño grafico en venezuela me sirvio full en mi tesis de grado
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