04 abril 2008

Raúl Martinetto: la imagen en trasmigración







José Antonio Parra



Raúl Martinetto (Caracas, 1966), ha llevado a cabo una obra artística en la que la búsqueda de la interioridad devela las singularidades del teatro del mundo, los estadios insólitos por los que atraviesa el Ser en su devenir.
La perspectiva de Martinetto, al abordar la realidad responde a una propuesta donde coinciden dos vertientes: la neoplatónica y la pitagórica. Su mirada Neoplatónica pasa por la lectura que San Agustín dio a esta escuela en tanto al Juicio del alma, tópico que expresa el artista de manera evidente en su trabajo y bajo ese mismo emblema. En cuanto a lo pitagórico, Raúl, es un artista con un poderoso radical místico que desentraña del mundo invisible aspectos tales como la trasmigración y la elevación del Ser; consideraciones filosóficas que adopta el pitagorismo por el influjo proveniente del brahmanismo.

En sus imágenes encontramos un diálogo abierto con el elemento arquitectónico en su dimensión simbólica; el arco, en tanto circularidad y al mismo tiempo como espacio de transito, denotan la dimensión temporal que Martinetto observa desde su propia atemporalidad. La atmósfera, carente de color, establecen un claro distanciamiento del mundo, una fuga mundis, que colocan a Raúl en la experiencia inefable, la del profeta, la del místico asceta. La figura humana, en tanto expresiones del cuerpo imaginario, que está representada en las estatuas, constituyen una aguda conceptualización de la imposibilidad de representación del propio sujeto de la misma, en tanto que la imagen recreada por el artista es un reflejo de un reflejo de la Cosa Real; aspectos éstos, profundamente estudiados en la antigüedad por Platón, Plotino y Clemente de Alejandría y en tiempos recientes por Michel Foucault.

La composición de la obra de Raul Martinetto es sumamente armoniosa, impecable, responde a un orden apolíneo; una escenografía del mundo cargada de un fuente contenido simbólico que hace visible lo invisible.

Raul Martinetto, desde muy pequeño (aún recuerdo su expresión melancolía) estaba imbuido en su propio mundo, con un aire introspectivo era una figura que causaba fascinación entre sus compañeros de colegio. El mundo de Raul Martinetto era uno cargado de su propia simbología, un juego atmosférico donde estaba presente la pérdida y la tristitia que ella representaba. En secreto Martinetto elaboraba su propio territorio; espacio abierto al espectador, la inmortalidad de la obra o espíritu del artista frente a la mortalidad del cuerpo perecedero.

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