Santos López
“Esta no es la realidad real. La realidad real está detrás del telón. En verdad no estamos aquí; ésta es nuestra sombra”.
Rumi
El conocimiento de la realidad que ha hecho el hombre a través de todos los tiempos registra vaivenes.
La exploración de eso que llamamos realidad se ha cifrado en dos formas de conocimientos: una de tipo racional que pretende dar con leyes y signos que hablan de una veracidad exacta, de tal modo que la realidad –es decir, la materia- se puede cuantificar, medir en sus dimensiones de tiempo y espacio; y hay otra de tipo intuitivo, tradicional, que pretende darle comprensión a los mismos fenómenos, pero usando el lenguaje de los símbolos.
Ambos paradigmas han derivado hasta la conciencia del hombre hoy día.
En este sentido, así como la ciencia occidental, siguiendo a Aristóteles, ha establecido una materia prima, en consecuencia debemos suponer una realidad prima, la cual está en correspondencia o en continuidad con una realidad secunda. Y Ambas son inteligibles y sensibles, es decir objetos de percepción por el alma humana.
Y Platón lo subrayó: lo sensible no es sino el reflejo de los inteligible. Así, la noción de cantidad continua o realidad continua o materia continua ha variado y los poetas no hemos escapado a ese vaivén.
Nos encontramos en un punto en que los físicos ahora afirman que la Realidad Última es una energía inmaterial.
“Tú mira la piedra y aprende: ella,
con humildad y discreción,
en la luz flotante de la tarde,
representa
una montaña”…
nos dice el poeta José Watanabe en su libro Piedra alada.
Es la existencia, las miríadas de existencias, la piedra, el árbol, los animales, los ríos, el ser humano, la familia,… es como volver a recrear la noción del tiempo en la conciencia humana. Y el tiempo es un punto de referencia de una infinitud.
De lo que se trata es de determinar la significación de los diferentes sentidos de la vida. La idea de la vida como algo físico no es pagana, ni cristiana, ni atea. Ha sido siempre universal.
El crucifijo es lo opuesto a la idea liberadora del cristianismo. Suena a paradoja, pero es el ocultamiento que hizo el hombre, ese es su velo.
La vida también es estar fijo en esta materia, crucificado en esta realidad física: el dolor ha sido arrojado a la tierra. Hay un eco de lo que queda de realidad, de una realidad que se coagula como la sangre, se pone negra, podría ser la misma escritura. El velo de la realidad es como un vidrio, muy transparente, que de alguna manera nos sugiere que en algún punto, la realidad es discontinua, no se puede seguir.
En verdad, toda realidad o toda vida o todo fenómeno, o existencia que es objeto de excesivo deseo, temor, miedo o ignorancia, no existe.
El único valor es vivir: eso es lo que queda.
Cotidianamente percibimos sombras. Pero más allá de nuestro sentidos y de estas sombras está la realidad del alma; y un tanto más allá, el reino del espíritu.
Rumi
El conocimiento de la realidad que ha hecho el hombre a través de todos los tiempos registra vaivenes.
La exploración de eso que llamamos realidad se ha cifrado en dos formas de conocimientos: una de tipo racional que pretende dar con leyes y signos que hablan de una veracidad exacta, de tal modo que la realidad –es decir, la materia- se puede cuantificar, medir en sus dimensiones de tiempo y espacio; y hay otra de tipo intuitivo, tradicional, que pretende darle comprensión a los mismos fenómenos, pero usando el lenguaje de los símbolos.
Ambos paradigmas han derivado hasta la conciencia del hombre hoy día.
En este sentido, así como la ciencia occidental, siguiendo a Aristóteles, ha establecido una materia prima, en consecuencia debemos suponer una realidad prima, la cual está en correspondencia o en continuidad con una realidad secunda. Y Ambas son inteligibles y sensibles, es decir objetos de percepción por el alma humana.
Y Platón lo subrayó: lo sensible no es sino el reflejo de los inteligible. Así, la noción de cantidad continua o realidad continua o materia continua ha variado y los poetas no hemos escapado a ese vaivén.
Nos encontramos en un punto en que los físicos ahora afirman que la Realidad Última es una energía inmaterial.
“Tú mira la piedra y aprende: ella,
con humildad y discreción,
en la luz flotante de la tarde,
representa
una montaña”…
nos dice el poeta José Watanabe en su libro Piedra alada.
Es la existencia, las miríadas de existencias, la piedra, el árbol, los animales, los ríos, el ser humano, la familia,… es como volver a recrear la noción del tiempo en la conciencia humana. Y el tiempo es un punto de referencia de una infinitud.
De lo que se trata es de determinar la significación de los diferentes sentidos de la vida. La idea de la vida como algo físico no es pagana, ni cristiana, ni atea. Ha sido siempre universal.
El crucifijo es lo opuesto a la idea liberadora del cristianismo. Suena a paradoja, pero es el ocultamiento que hizo el hombre, ese es su velo.
La vida también es estar fijo en esta materia, crucificado en esta realidad física: el dolor ha sido arrojado a la tierra. Hay un eco de lo que queda de realidad, de una realidad que se coagula como la sangre, se pone negra, podría ser la misma escritura. El velo de la realidad es como un vidrio, muy transparente, que de alguna manera nos sugiere que en algún punto, la realidad es discontinua, no se puede seguir.
En verdad, toda realidad o toda vida o todo fenómeno, o existencia que es objeto de excesivo deseo, temor, miedo o ignorancia, no existe.
El único valor es vivir: eso es lo que queda.
Cotidianamente percibimos sombras. Pero más allá de nuestro sentidos y de estas sombras está la realidad del alma; y un tanto más allá, el reino del espíritu.
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