04 abril 2012

los temas otros en el arte éste*

María Elena Ramos



Si bien Once tipos del 11 no es muestra temática, sino coincidencia de creadores actuales, este texto se centrará en algo específico: la creciente inclusión de motivos extraartísticos en el arte contemporáneo. La Sala Mendoza acoge así alusiones, ilusiones y simulaciones referidas a la ciencia, a una naturaleza revisitada conceptualmente por la ecología o la historia, a discursos y símbolos patrios, al mundo editorial, a otras artes, a los laboratorios de zoología y a la magia.
Elias Crespin coordina su TriNet desde una pequeña computadora. La cibernética entra en esta obra, que toma préstamos de la robótica, la kinesis y las artes de la temporalidad. Puntos y líneas, que nacieron de su pasión matemática, liberaron luego coreografías danzantes. La aparente simplicidad de los elementos deja al espectador la alegría sensorial –inmediata– del movimiento, pero también una reflexión más serena –más mediata y mediada– sobre los equilibrios en la materia: su concentración y expansión, su levedad o su peso, su presencia, su desaparición. La naturaleza es revisitada: la sideral, por aquellas órbitas de Crespin, producidas por sus diseños de software como si fueran trazadas por cuerpos celestes; la naturaleza nacional –y conceptual–,  en las imágenes de Miguel Amat, quien en Represas y préstamos hace ver relaciones entre sitios de nuestra geografía e intervenciones humanas que toman el territorio. Plena de ambigüedades y simbiosis entre mundo natural –dado– y ambientes creados con el artificio, las fotos de Amat no miran la naturaleza primera a la manera de los paisajistas románticos, sino que penetran capas y niveles: naturalezas de segunda o tercera generación. Es un arte no contemplativo, que concientiza reelaboraciones y construye re-naturalezas.
El reino animal es naturaleza incorporada por Juan Requena, en representaciones zoológicas que conforman su obra Animales sintéticos. Alude al ser vivo y a la vez a sus derivaciones objetuales; a animales reales en proceso de extinción y, a la vez, a pequeños cuerpos de baquelita; a referentes científicos o a imaginarios infantiles tomados de las jugueterías. Ya en vitrina, sus especímenes ofrecen al perceptor una atrayente belleza –lúdica y gomosa–  mientras sedimentan una crítica cerebral al arrasamiento de las especies. Juan José Olavarría trabaja los símbolos de nuestra historia política en paralelo a la historia cultural. Hace de la bandera –degradada, decolorada, neutralizada, estirada como cama elástica– una Performance instalada: emblema y anti-emblema del ser nacional. Títulos de obras anteriores revelan insistencias y resistencias: Mata que Dios perdona, Lina Ron, “Que se me quemen las manos”, La Torre de David, Pasado, presente y futuro de la parroquia San Agustín. Son indicios de cómo las visiones históricas, éticas y políticas colaboran, desde fuera del arte, a instaurar poéticas. 
Ángela Bonadies, en Copia original, hace foco en sus libros de referencia, como extensión de su previa indagación sobre archivos, pero en un giro, esta vez, hacia la fotografía como autoseguimiento. El encuadre es el corte que deja salir pequeños relatos: de la artista y su biblioteca, de sus libros de uso –los manoseados, los preferidos, los que mantiene como compañía en tiempos áridos–. El libro no es ya sólo materia de conocimiento, sino también figura en sí, cuerpo visual casi humanizado y protagónico. Annella Armas frota la imagen, superpone matrices, trae a sus grabados los recursos de la industria gráfica –sellos, logos, plantillas, troqueles, esquelas–. La mueve la riqueza visual de lo impreso –la textura, el brillo, la trama–, pero también revaloriza lo deleznable, lo doblado, el desecho. En estampas mínimas, y en papeles carbón intervenidos con transparencias, traza surcos que aligeran las sombras. Si en Bonadies salta el objeto-libro desde los estantes extraartísticos, en Armas saltan los objetos tipográficos desde el taller del diseñador… y libros o matrices pasan a convertirse en formas del arte contemporáneo.
Nayarí Castillo, en su videoinstalación El ojo de la clarividencia, explora otras dimensiones al narrar el traspaso generacional de un amuleto de premoniciones. Lo real, lo invocado y lo inventado intercambian sus temples. Un ojo de vidrio, talismán entre macabro e irónico, es crisol de visiones: ejerce la atracción de lo esférico, se hace emisario de la mirada, se quiere hipnótico. El ojo es sensorio individual, pero, a la vez, es referencia universal de la esfera celeste. Interesa aquí también un historiar paralelo, pues la obra no es sólo lo que se ve, sino lo que le viene de afuera: del antes, con la migración del objeto en la sucesión de los tiempos, pero también del después (del futuro, de su presentimiento). Viven en la pieza relatos paralelos: antropologías del traslado, ilusionismos y encantamientos. Y, más allá de cualquier idea de un arte de género, un linaje femenino es sembrado como al paso, muy sutilmente…
Los sonidos penetraron hace mucho en los santuarios de lo visual, las artes del tiempo en las del espacio. Nada como la música para movilizar a un colectivo humano. Con El Patrick Miller, de Suwon Lee, la melodía popular entra al silencio de las artes plásticas. Esta videoinstalación se expande, con sus ritmos sincopados, entre los ritmos visuales de las propuestas de los Once Tipos del 11. Plásticos y sonoros, los ritmos se hacen simultáneos cuando las voces penetran, y hasta pueden romper la paz del recinto. La música del High Energy que vibra en la instalación no sólo muestra el baile sino que llama al baile: lo iremos sintiendo sobre la marcha cuando los cuerpos de los espectadores sean involucrados desde adentro (aunque los más tímidos sólo marquen furtivamente algún leve paso). Pero Suwon no sólo hace visual la energía auditiva y la corporal, sino también muestra la potencia social de un fenómeno que desde los ochenta mueve masas y renueva preguntas por la identidad en el continente.  
El gran tema de las ciudades es materia tanto exterior como interior al arte. En la Serie Sótano 3, Richard López pone un foco distinto a su urbe reiterada. Se niega ahora a la luz tropical en que solía insistir para mirar a Caracas y se recluye entre sombras y focos mortecinos de lo subterráneo, más abajo de lo fácilmente visible o de lo usualmente pintable. Su mirada va cambiando los espacios de la serie en una peculiar perspectividad de perspectivas muy afín al conocimiento contemporáneo, que aquí va abriendo la pintura, aunque sus contenidos se concentren en espacios tan cerrados.
Daniel Medina trabaja a partir de los modelos de arquitecturas para armar que, en las tiendas de los grandes museos, compran los padres para que sus niños, y ellos mismos, armen. En su Deconstrucción de la fachada frontal del modelo armable del Museo del Louvre, Medina construye ese objeto-juego para hacer después su deconstrucción como propuesta del arte, con lo que contradice en apariencia el mandato del hacer –edificar, erigir–, así como el entusiasmo constructivo del arquitecto y del público. Pero, sobre todo, muestra que también deconstruyendo (incluso a un gran museo) puede constituirse el arte contemporáneo.    
Cipriano Martínez proyecta miradas cenitales sobre ciudades imaginarias. Lugares imposibles –porque no serán visitados– se hacen posibles como materia de la obra, cobrando existencia, aunque se inventen como poblaciones sin nombre o como signos abstraídos en atlas inestables. Martínez convoca aquí un vasto tema extraartístico cuando parece traerse a la obra lo otro del mundo, o cuando hace ver al mundo como eso otro –escurridizo– que el hombre pretende organizar en planos y coordenadas. Esta obra, a la vez rugosa y leve, deja preguntas al paso: ¿qué es longitud o latitud, meridiano o paralelo en las cartografías del arte?, ¿por qué el artista considera preservadores de la memoria estos soportes de látex que valoramos mejor al trasluz?
Aun con sus fuertes y variados componentes extraartísticos, los Once tipos del 11 mantienen inevitables vínculos con sus raíces intraartísticas. Observamos así un afecto sensorial por la estética de lo pictórico en Olavarría y López; o descubrimos que, antes de su neo-cinética vibratoria, Crespin admiró los caminos de la abstracción en la Reticulárea de Gego y el Cubo de nylon de Soto; asistimos, en Annella Armas, a la lealtad hacia el grabado; notamos las distintas configuraciones de lo fotográfico en Amat y Bonadies, los recursos instalativos y audiovisuales en Castillo y Lee, o el afán por indagar nuevas materialidades para sus imaginarios plásticos en Martínez, Requena y Medina. Y es que muchos creadores no dejan de nutrirse en el arte mismo, ni dejan de amar el goce específico de cada distinto modo de hacer.


*De la exposición homónima presentada en la Sala Mendoza. La misma contó con tres curadores, a saber de Rafael Santana, Costanza De Rogatis y María Elena Ramos. 





Licenciada en Comunicación Social, Especialización en Lenguajes Audiovisuales. Universidad Católica Andrés Bello. Estudios de maestría y doctorado en Filosofía, Universidad Simón Bolívar.

Presidente del Museo de Bellas Artes de Caracas (1989 a 2001). Docente universitaria. Desde los años setenta escribe en prensa y revistas especializadas. Curadora por Venezuela en Bienales Internacionales: Venecia, Sao Paulo, Medellín, Cuenca. 

Algunos libros publicados: Diálogos con el arte; Fotociudad, estética urbana y lenguaje fotográfico; De las formas del arte; Armónico-Disonante; Intervenciones en el Espacio; Acciones frente a la Plaza; Arte y Naturaleza; Pistas para quedar mirando.

Algunas curadurías: Alexandra Kuhn: Ser operativo; Yeni y Nan, Acciones corporales 1978/1986 (El agua, la salina, la tierra); Pasión y razón de un espíritu constructivo; Apóstol, Caputo y Araujo; Obras en sede: Orquestas Juveniles de Venezuela; Fragmento y universo; Víctor Lucena: Utopía de un espacio recobrado; Christian Boltanski; Intervenciones en el espacio; Jesús Soto: La Física, lo Inmaterial; Alejandro Otero: Las Estructuras de la Realidad


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