04 abril 2012

dos cuerpos

Lala Canel

Anoche soñé que era una gata repleta de pulgas, y tenía dos cuerpos. Un cuerpo de enamorada, de formas llenas, muy Boticelli, hecho de chocolate y sexo; y el otro de Sarah Connor, en Terminator II, hecho de acero y músculos y sin ningún gramo de grasa para salir corriendo (de él) sin parar. Me levanté todavía con el segundo puesto. Me dolían las piernas de tanto correr y correr oníricamente, metafóricamente, simbólicamente. Incluso de forma muy real, de paso  a paso sobre el asfalto de las calles que rodean mi casa, por dos horas,  con efectos especiales y muy sorround sistem. Los músculos me amanecieron en huelga, tiesos, y probablemente emanando ácido lácteo.  
Este segundo cuerpo que me estoy forjando me servirá para huir  del carrusel  en que mi vida sentimental se ha convertido.    Después de merendar con mi profesora, quien es una corredora profesional, además de Dr. en letras,  he decidido que voy a correr un maratón. A lo mejor uno real, o uno ficticio, pero voy a cambiar de territorio. Una vez me escribiste que la vida es como un mapamundi, conectado por autovías, al principio vas en una de ellas, pero a medida que pasan los años, te internas en carreteras, y caminos cada vez mas secundarios, y luego de tierra, y la posibilidad de cambiar de lugar, se ha hace cada vez mas remota pues para llegar a la autovía es mucho mas trabajoso, y ese bla, bla. Bueno, me dije: Que voy a correr y correr A correr sin excusas, sin frenos. ¿Qué si tengo las tetas inmensas? Me las amarro  con  cinta adhesiva de plomo ¿Qué si no se caerme? Usaré rodilleras y cada vez que tropiece, volveré a levantarme ¿Qué si hay inseguridad en Caracas? Correré en grupo ¡No seremos machos, pero somos muchas! ¿Qué si  no tengo fuerzas? Correré cinco minutos ¿Qué si me fastidia? Tendré disciplina, sangre, sudor, lágrimas. Quiero alcanzar otra autovía, una vía libre, me cansé de la misma autopista que recorre cada mañana, y que en realidad es un carrusel, y siempre repite lo mismo. Sube el caballito: Sola. Baja el caballito: no lo puedo soportar. Sube el caballito: aparece una pulga. Baja el caballito: la adopto. Sube el caballito: la pulga se multiplica, se divide, me invade, y yo sigo montada en el puto caballito que gira y gira sin parar. Me levanto obviamente con ganas de vomitar, arqueándome, y haciendo espavientos, y con la cara marcada en surcos de tanta cabriola, vuelta, y volteretas nocturnas que me he dado en  la cama, mientras habitaba mis sueños. Suena el despertador a las cinco y media: son las guacharacas y los loros que gritan cuando el planeta Tierra en su eterno girar ya empieza darle la cara, que ocupo desde mi mínima camita,  al sol. En ese delgado momento los animales tocan sus trompetas, y yo, sin cortinas, ni aire acondicionado, con mis puertas abiertas, en todo sentido, los escucho y también me levanto, sin tanto estruendo (no porque no me provoque, sino porque no quiero que mi madre termine llamando al médico otra vez). Es increíble como la mayoría de las personas que me rodean, aislados, en sus cuartos-morgues no participan de este comienzo de un nuevo día de cara al sol.  Soy una Magdalena.   Salvaje y llorona por ser salvaje. Arrepentida de ser salvaje, polémica, santa y pecadora y sentimental.  Soy como las panteras pero con la consciencia, con la saudade, de que hay bondades en ser domesticado, porque he estado allí: en un calmo hogar, con una chimenea, y el cobijo y la certidumbre, y la seguridad de un techo. Y duele el hueco que se nos arma en el pecho, cuando vagamos internándonos cada vez más en lo espeso del follaje. En nuestro camino de vida. Ya voy a llegar a la mitad de camino y el bosque está muy oscuro me digo a mi misma con un nudo en la garganta, añorando una linterna. Eso te pasa, me digo,  por haberte decidido la libertad de la selva.    Las Magdalenas somos la versión femenina, del animal salvaje que llevamos por dentro,  animal  encumbrado en tacones, y pintados los labios de rojo y para luego  sacudir la melena y rugir por la noche. A cabalgar sobre un falo. Lo que me lleva a concluir casi desesperada:   ¿Será que Octavio Paz tiene razón en su Laberinto de la Soledad, y que estamos rajadas? Una vez rajada por el falo, me da un remordimiento de consciencia brutal, y mi instinto sentimental se apega al cuerpo parlante que detenta ese falo, tan amado.  Me aferro a la idea de que el falo es mental, pero cuando miro entre mis piernas, no dejo de imaginar, o de extrañar,  que se sentirá tener un pene, y qué se sentirá cuando su cavidad cavernosa se llena de sangre, y levanta, erecto, y se pone duro, como una espada de carne, que puede atravesar cualquier superficie. Todo esto lo estoy pensando mientras me limpio, tonifico y humecto mi cutis de porcelana, frente el espejo, y no hay nada fálico en la imagen, y me indigno y todas las pulgas de anoche me producen escozor. Si, Paz, lamentablemente, se basa, en la biología, y la anatomía para hablar de la raja, como una discapacidad, un muñón, una falta,  y ese argumento aplasta a todo el psicoanálisis y las castraciones imaginarias, castrados o no tienen un espada, que me da placer pero que en mis sueños son pulgas, y yo gata. ¿Será? 

Anoche soñé que Nicolás se perdía. Estábamos en el Shopping mall de otro país. Un país más civilizado y también latino, daba la sensación de ser Panamá. En mi sueños presencié como Nicolás se alejaba cada vez más de mí, y no hice nada por detenerlo, estaba casi distraída viendo vitrinas, y, maniquíes, y ropa, y, me sentía ligera, cuando veía por el rabillo del ojo como Nicolás se alejaba, cada vez más, hasta que sencillamente desapareció del sueño, y de forma casi inmediata me atenazó, desde adentro, un dolor hondo, y negro, y perpetuo, que tengo en el alma, y me clava sus garras cada vez que sueño con él. A Simón mi hijo, le pasa lo mismo, también cuando sueña con él, sueña que yo y su padre lo estamos buscando desesperadamente, como poseídos, desgarrados. Y yo siento un dolor que no tiene consuelo posible, ni siquiera consuelo de Dios. Me doy cuenta que vivo en evasión por mecanismo de supervivencia, si siempre estuviese en plena consciencia del dolor que me produce saber que Nicolás no podrá leer, ni escribir, (quizás más adelante sí, pero ahora es improbable), que no podrá casarse, quizás no sabrá que se sentirá enamorarse, y que cuando grita agudamente, grita por angustia, si perdería completamente la razón.  Cuando se lo cuento a Ana   (que es su terapista y se ha convertido en mi terapista y yo en la suya), ella insiste en que él es un niñito feliz, y la mayoría de las veces, me lo creo, y construyo a su alrededor la imagen de un niño elevado, de un ángel, de un ser superior, tocado por el cielo, un alma evolucionada, para que  mi mirada lo arrope y como por osmosis él, donde quiera que esté atrapado, sí se sienta privilegiado de ser así, en el caso, de que no pueda comunicármela. En el supuesto caso de que adentro de si mismo algún día sufra por ser autista. Simón es ya un pre-adolescente. Con sus bigotillos incipientes, y su festival hormonal insoportable, y su mal humor característico, y la mala leche “De mamá no me beses más en público” y si supieras que esos desplantes me tranquilizan.  Hace dos noches, me le quedé mirando y le pregunté “¿Qué sientes de nuestra relación?” Se me quedó mirando y no supo que decirme y nos pusimos a rezar en su cuarto y le di las buenas noches con un beso en la frente.   Le quería preguntar si sentía que lo he acompañado durante sus primeros 12 años en la Tierra, y cree que sí. ¡Ay!   pero yo …a veces… no me lo creo porque por mucho tiempo me dolía tanto ser mamá que evadía el vínculo, evadía quererlos. Siempre los llevé al colegio, y les cociné desayuno, y les canté canciones, y les conté cuentos, y les hice payasadas, y les hice cariño, pero parte de mi mente estaba viajando a otros paisajes. A Nueva Zelanda. Como Precious soñaba con ser artista de cine, y me imaginaba bailando en Cabaret mientras le daba una papilla a un Nicolás furioso y gritón. Totalmente incomprendido.  Simón Ignacio es: zurdo, como yo. Tiene mi sangre ORH positivo. Camina exactamente igual que yo y que mi papá. Su sonrisa la calcó del rostro mío. Y el ovalo de su quijada, y sus hombros, y su cuello, y sus brazos largos, y su color de pelo, y el grueso de cada hebra, son las mías también, de mis genes; pero eso no le viene puro, el color de su piel es el de su padre, y sus ojos, y su boca, y el tamaño, gigantesco, gigantesco, (más de 1.90) y el bailecito cuando tiene ganas de ir al baño, y cruza las piernas, y mira televisión, y levanta las cejas, y a veces se le salen groserías, es ver a su padre. Nicolás tiene mi color de piel, y mis hombros también, y tiene mis orejas, Simón no tiene mis orejas. Nicolás tiene las manos de mi suegra, y los pies de mi suegra, y las pantorrillas de mi suegra, pero tiene mis ojos, y el color de pelo de mi hermano. Le está cambiando la voz, y, se le salen gallos, y tiene una polla descomunal, descomunal. No entiendo porque Dios lo hizo tan mancebo y tan dotado y tan sensual si no le interesa para nada la socialización, aunque es exageradamente sensual. Simón en cambio es infantilísimo, y si le interesa el sexo ni lo dice porque aprendió a callarme sus cosas, y me duele no tener un pase de acceso a ese territorio que de él  nunca voy a conocer. A Nicolás, a pesar de que es hermético, lo puedo recorrer completo, no sabe de omisiones. No se oculta.  Ni las pretende hacer, el solo hecho de que le es casi insoportable comunicarse con el otro, lo convierte en una criatura pura, como Adán antes de la manzana, el no sabe que está desnudo, y tampoco sabe que existen los convencionalismos sociales, las moral, las buenas costumbres, la lujuria, la lascivia, y es una criatura transparente y epidérmica. Es como un animal salvaje. Como la Magdalena que tengo por dentro. 




Lala Canel. Soy un fusión del continente americano completo. Mi ADN va desde el Polo Norte hasta el Cono Sur. Para que yo existiera fue necesario que un gringo loco, bohemio y aventurero, George, terminara prendado de una venezolana mantuana, María Antonia, que prácticamente pario en Perú a mi madre, Carolina. Y fue indispensable que una uruguaya-argentina, muy elegante, Lala, emigrara a una central azucarera de Cuba y se flechara de uno de los hijos del dueño, mi abuelo, Antonio, guapísimo, y tuvieran a mi padre, Tony, en La Habana. Adicionalmente necesité que mi padre recorriera y viviera por toda America Latina hasta encontrarse con mi madre acá, en Caracas, lugar donde nací después de que ellos dos aseguran que me concibieron fue en Nueva York. Soy lo mas mestizo que he conocido en mi vida. Nací zurda y me empeñé en estudiar Derecho en la Universidad Católica Andrés Bello solo para romper leyes y reglas. Luego cohabité con el arte, dormí con el arte, comí con el arte, tragué arte y acepté que me consigo a mi misma al escribir. Soy ligeramente vizca y pronto quisiera terminar la Maestría de Literatura LatinoAmericana en la Universidad Simón Bolívar. Estudié tres años en el Instituto Universitario para el Estudio Superior de las Artes, Armando Reverón. (IUESAPAR) ahora extinto. He permanecido, padecido y sobrevivido a Caracas mi vida entera, y me gusta pensar que es completamente mía o yo soy ella, hecha mujer.



3 comentarios:

Anónimo dijo...

Su vida real es como un sueño, y sus sueños son una vida real tan puros y tan interesantes, tan completos. Es fascinante leer lo que escribe, porque es encantador conocerla. Ella es estupenda, Lala.

Náufraga dijo...

wow! buen texto.

j candela dijo...

Texto autobiografico, conmovedor, de una persona real, que vive el presente y aprende de el.