01 agosto 2011

el mandala y la totalidad

 La universalidad de lo pequeño en la obra de María Alejandra Castillo



 






El mandala es una forma antigua, sánscrita, sagrada, laberíntica, mágica, de composición y perspectiva concéntricas que direccionan la visual hacia un punto que progresivamente termina por explotar en el ojo y en la mente, para luego iniciar el recorrido hacia una dimensión otra, en medio de un estado profundo de contemplación en la que se transmutan y equilibran las emociones y las energías.
 El mandala es la totalidad del universo contenida en una ecuación geométrica o figurativa perfecta en su simbología. El círculo, el cuadrado y el rectángulo del Sri Yantra hindú o las deidades –que llevan a lo profundo del mundo interior o universal–, recogen en realidad la esencia de la naturaleza.

Es a la naturaleza a la que quiero acercarme como inspiradora de formas perfectas que por virtud son capaces de provocar un sutil encantamiento y llevar a través de la hipnosis visual a mundos desconocidos por su inaccesibilidad. Desde ese ángulo, la obra pictórica de la joven artista venezolana, María Alejandra Castillo, sin pretensiones, y a mi parecer sin atrevimiento expreso, me invita a adentrarme y pasearme por una dimensión cromática, donde lo vasto y lo exiguo, lo profundo y lo leve, el microcosmos y el macrocosmos se entretejen y logran ese cábala de doble dimensionalidad, en la que pulsa con igual fuerza la savia de la sangre y el espacio sideral.




En la obra de la artista, el tapiz cromático de pequeños círculos repetidos sin límites sobre el soporte, ausentes de perspectiva y profundidad, dispuestos con un ritmo indeterminado y sin orden aparente, remiten a la multiplicación. La multiplicación de una forma que obsesivamente origina un laberinto de redes; formas nuevas, versátiles, que se consuman y se distienden; planos de perspectivas concéntricas; masas movedizas y elípticas. La magia de una composición abarcante expresa la totalidad que se esconde en la naturaleza a través de la forma y la materia.

Y es precisamente la multiplicación como ecuación que llevada hasta el infinito, se vale de la unidad como origen del milagro de la creación, de cualquier forma de vida a cualquier escala, desde el átomo hasta los espacios siderales. La unidad se convierte en una superestructura plural, relacional, expansiva. La multiplicación es también el mantra, que por repetitivo, se ancla en las emociones, en la conciencia, en el alma. El significado numerológico de la multiplicación de figuras que contiene el mandala, es de igual manera una vía hacia el conocimiento y la sanación centrada en los puntos energéticos de las personas.

Es seguro que en la obra de María Alejandra la multiplicación de los círculos no tiene ninguna intencionalidad distinta a la puramente pictórica, pero aún así, consigue la magia del laberinto mandálico. Como seguimos estando en el mundo objetual, de la forma y la materia, es la imagen la que sigue siendo instrumento para alcanzar ese estado de comunión. La obra de la artista tamiza el volumen, la densidad, la suspensión, el color, la unidad, la pluralidad, la masa cósmica.
En principio dudé en abordar la obra de la artista desde la totalidad pero me ancló y me sedujo pensar que en medio de un cardúmen de células, se encontraba una minúscula pero nutrida parte de ese microcosmos o universo absoluto. Pensé en ambos mundos pues las escalas dimensionales no se yuxtaponen ni se solapan, una implica a la otra. La totalidad no se puede ver desde la fragmentación y la fragmentación sólo se da cuando se intenta abarcar la totalidad.

La movilidad y la vitalidad de cada célula me anclaban pasivamente, como el mandala, a unirme al recorrido imaginario de cada círculo suspendido, a hundirme en aquel aparente caos con un impulso interno sereno e inextricable. La camino estaba ante mi, el caos cobraba el orden y abría la puerta hacia una realidad otra, el del color, la de la vida, la del misterio universal.

El color transmuta y potencia la conexión con otras esferas, de ello estaba consciente Piet Mondrian, artista que comulgaba con la teosofía. La paleta reducida a los colores primarios, el gris, el blanco y el negro tenían su correspondencia con canales energéticos. Josef Albert y Carlos Cruz-Diez también se han interesado por el color desde el punto de vista físico sin un propósito más allá de lo plástico formal. Sin embargo, lo inesperado es la reacción en algunas personas de un estado de delirio. El color en la obra de María Alejandra tiene la alquimia de la luz convertida en color, de un cromatismo lleno de atmósferas energéticas placenteras.

El mandala une la psique, lo terrenal y lo celestial a través de imágenes que se han ido cargando de contenidos simbólicos de alto poder. Es un arquetipo instalado en el inconsciente. Siempre ha estado presente en nuestro mundo visual, especialmente en las artes, aunque muchas veces no se hubiera empleado de manera expresamente mística. Para quien esté presto a ver en objetos y lugares inesperados esa forma perfecta estarán abiertos los canales hacia estados de contemplación y de meditación que llevarán al autoconocimiento y al reencuentro con lo divino presente en lo humano.



 Anny Bello. Investigadora y editora. Egresada de la Escuela de Artes en la Universidad Central de Venezuela; Máster en Museología en la Universidad de Valladolid; Diplomado en Estudios Avanzados en Arte Occidental en la Universidad Metropolitana; actualmente cursa la Maestría Curaduría en Artes Visuales, en la Universidad Nacional de Tres de Febrero en Buenos Aires. Su actividad profesional ha estado dirigida  a la coordinación y curaduría de exposiciones en el Museo de la Estampa y del Diseño Carlos Cruz-Diez y otras instituciones; a la investigación y redacción de artículos y textos para publicaciones (revistas, folletos, catálogos, textos para libros); y a la coordinación de publicaciones en el Instituto de las Artes de la Imagen y el Espacio, Caracas.

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