27 octubre 2010

El óbolo del poeta


Daniela Díaz Larralde


De un silencio
vendrá la respuesta,
la encendida honestidad.
Rafael Cadenas.
Memorial

Por fortuna, estudié en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Aquél fue un tiempo en el que, más que estudiar literatura, aprendí a quererla. De la mano de profesores cuyas voces aún me acompañan y me enseñan, y de quienes estaré siempre agradecida, recorrí letras, palabras, entrelíneas, y descubrí que al mismo tiempo ellas me recorrían; jugué con imágenes, cadencias, combinaciones, y descubrí que casi siempre se oscurecen ―te oscurecen― antes de regalarte algún atisbo de resplandor. Digamos, en pocas palabras, que aprendí a leer. Uno de estos maestros fue Rafael Cadenas, con él me acerqué a La poesía y los poetas. De sus clases, lo que más recuerdo es el silencio.


"Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando". Jorge Manrique fue el primer poeta que leímos, y Cadenas nos señaló, como quien señala un pez en el agua, ese adverbio seguido de un gerundio: "tan callando", y nos dijo que era una creación del poeta. Después, silencio, antes de continuar. Su silencio, de hecho, se comentaba en los pasillos porque generaba un no sé qué de intranquilidad en los que escuchábamos, porque no sabíamos si releer el verso cuantas veces pudiéramos mientras duraba el intervalo vacío de voz, o seguir hacia las otras líneas, o si quedarnos en la cadencia de las palabras o en una palabra; no sabíamos bien si teníamos que buscar algo. Algunos se ponían a pensar en otra cosa, otros preparaban una intervención, a veces acertada, a veces brillante, a veces no. Algunos se impacientaban; a otros, al no hallar qué hacer, les daba risa y comenzaban a mirar intranquilos hacia los lados buscando algunos ojos cómplices de donde agarrarse. Hasta que de pronto la voz del maestro nos retomaba, nos recogía, y volvíamos a anotar cosas acerca del poema o de su forma, del poeta y de su vida, más tranquilos, pues su barca nos llevaba por las aguas. Y así discurría la travesía en cada clase: a ratos en su voz, a ratos en el agua... siempre empapados al final.

Tales eran sus silencios, intervalos para dar lugar a otro espacio, si queríamos, más hondo; a un encontrarse sumergido siempre sin aviso en lo que se nos venía por debajo del lenguaje "tan callando". Y al recordar eso me parece que el maestro no sólo estaba allí para enseñarnos el derrotero seguido por la poesía en la superficie del lenguaje, sus cambios de forma y de contenido según el tiempo, según el hombre; sino también para enseñarnos a nadar en él, a hundirnos en lo que no se oye a simple vista. Como si cada palabra fuese al mismo tiempo un lugar y una distancia. "Déjate tomar de la mano por lo inoído", parecía sugerir. Ya en Anotaciones nos había advertido que sólo así era posible conversar con él: "En cuanto a hablar, je suis si lent. Mis pausas son largas, imposibles para los rápidos. No podemos conversar."

A veces me parecía que en medio de la clase se preguntaba, como en uno de los versos que le escribe a Rilke en Gestiones: "¿Qué / buscan / ellos / entre estas letras?". Pregunta que sólo nosotros podíamos responder. Luego llegaba a mí el resto del verso como si fuese una pausada sugerencia que se acerca a entregarnos algo: No lleven las manos llenas ―decía. No festejen los versos. Escuchen lo vivo, lo que vuelve a casa. Y ahí nos dejaba, suspendidos sobre la hondura del lenguaje, en "un borde donde no caben certidumbres rotundas." Él cerraba los ojos. Menester de un buen maestro ―él lo sabe― es tan sólo acompañar hasta la puerta, pues, tal y como nos dice en Anotaciones: "Frente al poema. Entramos en contacto con palabras que se reaniman en nosotros, que dependen de nuestra respuesta para cumplirse. El modo de recibirlas es lo que hace el poema."
Es así como Cadenas nos enseñaba que los versos son umbrales y que, como en toda iniciación, "El que cruza el vestíbulo asignado / se encuentra consigo / por primera vez." Y es por eso que a ratos callaba y nos dejaba solos, no sin sugerir con su resonancia: "Prefiere la palabra que no llega desfigurada hasta ti. Lo que transcurre por debajo con suave circulación."

Este verso que acabo de tomar del poema Avisos, de Cadenas, me hace pensar en aquello que Heidegger afirmaba en Construir, habitar, pensar: "El hombre se comporta como si fuera él el forjador y el dueño del lenguaje, cuando en realidad es éste el que es y ha sido siempre el señor del hombre." ("Es mi habla", escribe Cadenas). Recordemos también que el mismo filósofo, algunas líneas después, señalaba lo siguiente (y permítaseme citarlo in extenso):



en las palabras esenciales del lenguaje, lo que éstas dicen propiamente cae fácilmente en el olvido a expensas de lo que ellas mientan en primer plano. El misterio de este proceso es algo que el hombre apenas ha considerado aún. El lenguaje le retira al hombre lo que aquél, en su decir, tiene de simple y grande. Pero no por ello enmudece la exhortación inicial del lenguaje; simplemente guarda silencio. El hombre, no obstante, deja de prestar atención a este silencio.



En aquel texto Heidegger se refería a la olvidada presencia del habitar en la palabra construir; y señalaba la distinción: se puede construir cualquier cosa, entonces uno erige aquello que, solo, no crece; pero se puede habitar también, siempre que uno albergue en sí otra cosa y la deje crecer. Para mí los silencios de Cadenas fueron eso: una invitación a dejarse habitar por eso que somos sin saberlo, para dejar de ser dueños; por aquella respiración que se cuela "por los poros del lenguaje", por aquellas voces sin tiempo que vuelven a casa y se hacen de tierra y florecen si uno las acoge y las cuida. "Todo ocurre / en los ojos / acogedores". El silencio fue el óbolo que recibí del poeta, del maestro. Desde entonces guardo silencio, me guardo en el silencio.

Tusmare, 13 de septiembre de 2009

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