27 octubre 2010

El éxtasis de Juan de la Cruz



Magally Ramírez


Aquí ha venido Fray Juan de la Cruz a mediados de diciembre de 1576 lo han traído de noche con los ojos vendados para que no conozca ni el camino ni el lugar, le han llevado y traído por vueltas y revueltas, así no sabrá escaparse.


En "su saber no sabiendo"; que es lo mismo que un "entender no entendiendo"; Juan asciende o desciende para dejar de ser "un hombre común; envuelto en actos comunes". Purgando en la herida que significa ser yo-ego, el poeta batalla con el exceso de los condicionamientos del yo, anhela abolir la memoria, el entendimiento y la voluntad. El místico siente que su verdadero camino es el de la ¿fe? o el del éxtasis, trecho libre, que se logra con la vislumbre del Amado. El cerebro se ha desintoxicado de conocimientos, de prejuicios.



En su ascenso y descenso él va desprendiéndose del deseo de iluminación; pues hasta esto puede "inflamar su voluntad", inmediatamente se arranca su traje de monje carmelita; y desnudo se atreve o mejor dicho se arriesga a dejarse llevar por la red temblorosa del "No sé".

Sosegado el espíritu y el cuerpo es como estos son activos; para captar por un instante eso Otro. Sólo saliendo del círculo del deseo es que Juan acepta la convocación que le viene del Amado; él, el Amado hace libre al poeta de esa sed interior que lo consumía. Ante la Presencia él no sabe, no entiende, "abandona la ciencia, la seguridad de su marcha prefijada". El místico disloca el andamiaje de la doctrina cristiana, la muleta en la cuál se apoyaba.

El Poeta ya no controla las ruedas que rumoran palabras doctas, solamente vaga aglutinado en sí mismo.

Y todos cuantos vagan,
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me lIagan,
y déjame muriendo.
un no sé qué que quedan balbuciendo
Arrodillado, en ese dédalo de silencio expresa la ansiedad del alma por unirse con Dios. Se desgarra en el no saber, ¿qué o quién es Dios? "era cosa, secreta ", turbadoramente insiste, "era cosa tan secreta que me quedé balbuciendo, toda ciencia trascendiendo"

En el hipogeo del jardín desfallece, y apenas le quedan fuerzas para danzar con lo no conocido. Sus pasos ya no son dirigidos por la música de las prestidigitaciones dogmáticas, ni por los densos remolinos de su yo, sus huellas son tan sólo roces espasmódicos, sin rastros, sus pasos viven, existen en la eterna "soledad donde se pone el nido", soledad de amor, herida que desnuda su cuerpo y hace que su traje de monje carmelita ruede montaña abajo. Lo sigue tan sólo aquel "entender no entendido". El Hereje, el Desnudo, ése que toda ciencia ha trascendido puede ahora abrazarse a lo Absolutamente Otro, ha alcanzado el éxtasis.

Para el mundo cristiano la piel de Juan destila herejía; para quienes lo amamos él es un "Guerrero" que se atrevió no solamente a romper las formas de su poesía sino también las normas que la sostenían. Toda su escritura es un Cántico espiritual hacia el Monte Carmelo, un descenso hacia su noche oscura.

Por éxtasis puede entenderse en general un estado de plenitud máxima, usualmente asociado a una lucidez intensa que dura unos momentos. Tras su fin, la vuelta a la cotidianidad puede verse incluso transformada por el evento previo, pudiéndose sentir aún algún grado constante de satisfacción. Es entonces una experiencia de unidad de los sentidos, en la que pensar, sentir, entender e incluso hacer están armónicamente integrados.

El estado de éxtasis implica una desconexión con la realidad objetiva para conectarse con una realidad puramente mental dirigida hacia sí mismo. La persona que experimenta el éxtasis a menudo desconecta sus sentidos hacia el exterior y los enfoca hacia el interior.

Con la fe en el cuerpo y en la psiquis Juan resiste el "desposorio" y la huida del Amado "y clamando eras ido", en su Noche oscura Juan canta o solloza la fuga del rostro familiar de Jesús, ya no percibe ese semblante amado, acariciado. Jesús Dios o el mandato del dogma cristiano es tan sólo su guía, el Rey de los Judíos es el que lo conduce hacia lo desconocido, lo desconocido es tan sólo un olor, un rumor que nadie escucha, y que Juan oye en el "interior de su bodega". Juan "ha percibido todo el ganado que lo perseguía" aún así la Presencia es sin nombre, sin rostro, es un "No sé" inocencia convertida en nada. Es la presencia de ese Silencio la que nadifica al místico, lo hace sabio, vacío de sí mismo, de la representación del yo, cómplice de lo Amado.

Juan ya no posee los lazos que lo sujetan a lo conocido; sin saber cómo ni por qué se acopla con la “nada”. El le ha disparado a la tradición y a la conformidad de la moral establecida, a las palabras que explicaban lo Incomprensible. Purgado de la tradición dogmática Juan reitera su no saber, que es su verdadero entendimiento que por supuesto no es la otra máscara, la del puritano, que se aleja de los otros hombres, él, Juan ha dejado de anestesiarse, para estar de pie, de puntillas, atento y “ver” desde allí, los velos de malla que encubren la “verdad”, los velos de malla son los fantasmas racionales y espirituales que impiden ver la esencia de todas las cosas.

Vulnerable, el poeta alcanza la iluminación y con ella la humildad y desde la humildad estira su mano para ayudar a los otros a transitar por el verdadero conocimiento.

Yo, quiero gemir ante ti, Juan poeta, místico, de una manera distinta; a veces he sentido, como tú, debajo de mis costillas esa firme y negra caricia de lo “amado”; pero tú sabes que todavía tengo piel que no he podido arrancármela del todo; aún hurgan en mí burlona y obscenamente mis vísceras, todavía busco en el desastre de mi vida una esperanza, un modo válido de salvación. No hago promesas, pero sueño, poeta, que algún día mi cuerpo dejará de destilar herejía, sabré entrar donde no se sabe, retiraré mi mirada de las cosas del mundo y mis ojos tocarán ese rostro, ese olor perceptible de música silente a lo que no conozco, y al misterio le pido que me aceche al descuido, allí en ese lugar donde se pierde la inocencia quiero escucharte, anhelo ver tu sombra, voraz y lujuriosa.

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