13 agosto 2009

P4


Eric Colón




"Yo soy solo".
Nomar

"Poco en verdad es lo que pido y menos aún lo que traigo conmigo, y sin embargo esto me basta. Los sufrimientos, la vejez y también mi índole propia me han enseñado a condescender con todo".
Sófocles, Las Siete Tragedias

"Si mi mamá no hubiera sido tan alcahuete, yo sería un tipo bien".
Omar "Chino" Cano


"…Vacilo cuando me gritas y te arrechas"
El Escuadrón Capote




I
Sobre las copas de los árboles que daban a la calle ciega, los rayos de sol se posaban para combinarse con las ramas altas de manera casi sobrenatural. Parecía que hasta las raquíticas patas de los Cristofués se sostenían sobre aquellos halos de luz cilíndrica.
Justo en ese paisaje de pantalla de panavision fue que vimos las sombras de los fantasmas ahorcados cuando el manto de la noche de junio arropaba hasta nuestros sueños.
Largas tardes de titiritar al borde de la piscina, para luego acostarnos en el banquito de cemento vaciado, ese mágico montículo que por alguna extraña razón nos servía de máquina solar para hacer entrar en calor a nuestros diminutos cuerpecitos, lampiños y elásticos.
La teoría que argumentábamos en aquel tiempo y en esa interminable divagación que son las conversaciones de los niños - y las de los muy adultos también-, era que el concreto podía absorber el calor del sol durante el día, para luego irradiarlo al final de la tarde, cuando salíamos de ojos enrojecidos, manos arrugadas y pelo verde a caminar en puntillas hasta nuestras asombrosas camas de concreto caliente.
Con el cansancio del final de la jornada diaria, pero con las enormes expectativas de lo que nos esperaba en horas de la noche, que podía ir de un paseo nocturno en bicicleta por los pasillos oscuros del colegio de monjas


Santa Rosa De Lima que quedaba al otro lado de la calle, hasta aventurarnos en una persecusión de rabipelaos noctámbulos.
Cualquier plan podía ser bien aceptado por el grupo, que con los años fue creciendo en miembros y hazañas, en ese encuentro fortuito de hijos adolescentes, de vecinos circunstanciales, quienes por alguna razón llegaron a convertirse en una auténtica pandilla de pelaos insolentes e inadaptados del este de Caracas. Peleles contestones, malandritos sifrinos pues.
En aquel "Este" de la ciudad, que para el año 1980 seguía naciendo y expandiéndose por las lomas de Baruta, desde Las Mercedes hasta La Trinidad, y desde Prados Del Este hasta Santa Inés, Las Mesetas, Valle Arriba, La Alameda y más allá. Urbanizaciones ideadas para la clase alta, estrato social que siempre se ha venido pasando la pelota que en este caso, es esta Venezuela desnutrida, pero hedionada a channel desde los años setenta.
Una naciente y verde Caracas que brotaba de la tierra, entre terrenos baldíos, nuevas zonas residenciales, obras en plena construcción con montañas inventadas por los visionarios ingenieros de Fundayacucho, cuando regresaban a la patria prometida por el aquel CAP de patillas y salto largo. Nuevas zonas que emergían de la nada, entre calles, en su mayoría sin señalizaciones.
Una nueva ciudad mucho más exclusiva que el "Este" de antaño, plagado de patoteros drogados e historias ye-yes de rocanrol regular.
Aquella lejana ciudad hoy me parece que nunca existió, se desdibuja en la memoria de la misma manera en que se pierden los sabores y los olores con el tiempo.

Luz planimetral sobre las llanuras artificiales de los campos de golf de Valle Arriba, satélites mecánicos que cruzaban el cielo nocturno como si la noche fuera la pantalla de un planetario, ícaros multicolores, llantos desconsolados, victorias y derrotas mínimas, intrigas fantasmales y delitos menores.
Así transcurría la vida en aquella época, con las enormes evocaciones del futuro, descifrándonos a nosotros mismos y esperando un momento crucial que nunca llegaría.
Los pensamientos se perdían en el firmamento… hasta donde podíamos llegar sin dificultad con tan sólo cerrar los ojos.
Todavía viajo en sueños intensos hacia los espacios de mi niñez.
Hacia ese lugar donde pasé la mayor parte de mi infancia, donde después de varios años pude descubrirme y saber quien era realmente.
En sueños recorro volando el pasado, e incluso hago observaciones aéreas por lugares específicos de aquella construcción.
P4 es piso 4. Un número en un buzón, un botón en un ascensor.
La mezzanina recreacional de un amplio condominio de tres torres, con jardínes, piscina, salones de fiestas y todo el confort que un conjunto residencial podía ofrecer a principios de los ochenta, aunque no tenía nada que ver con estas soluciones habitacionales de bloques multifamiliares. Aquel conjunto, incluso ganó premios de arquitectura según me dice mi memoria remota.
Un espacio infinito para jugar hasta la saciedad, escenario donde ocurrieron eventos increíbles que serán descritos en detalle más adelante. Sucesos extraordinarios, espirituales y terrenales, misterios que aún hoy después de más de 20 años todavía no puedo explicar. Momentos que produjeron emociones en mí, que más nunca logré reproducir. Ni podré.
Recuerdo las texturas de granito en el suelo de cemento, las baldosas azules con extrañas figuras geométricas de las paredes externas de la piscina, las dos mesas de ping pong, que además de servir para el ancestral juego, las usábamos también como una especie de cartelera anónima para dejar mensajes: "Kipo was here", "Gerardo pargo", y aquel dibujo de Lila, la jeva más fea del grupo, a la que le decíamos "Rambo", no solo por su apariencia, sino por su fuerza descomunal, diría sobrenatural para una adolescente común. Incluso varias veces se fue a las manos con algunos de nosotros, y nos ganaba siempre.
Detrás de la piscina se levantaba un terreno vegetal, una pequeña colina de árboles y plantas que vimos crecer con el paso de los años, hasta convertirse en un tupido bosque. A la par de los desengaños y el vello púbico.


"La cueva", un túnel de escombros detrás de aquel terreno, por donde pasaban las tuberías principales de la piscina, refugio natural que nos sirvió de escondite en varias oportunidades, cuando teníamos que escapar de algún vecino molesto o de los transeúntes a los que les lanzábamos cosas, como bombas de agua gigantes hechas con bolsas de basura de 60 kilos y fuera de la temporada de carnaval -por supuesto-, arrojadas con furia desde un cuarto piso abierto que hacía que cualquier objeto adquiriera una velocidad considerable.
Los pasajes secretos, los encuentros paranormales con bestias creadas por nuestra imaginación. Eventos inexplicables.
Allí jurábamos, vivían seres temibles que nunca llegamos a ver. Monstruos imposibles, que nos espantaban al filo de la noche y durante los sueños solitarios también.
Años después, en esa eterna investigación desordenada de acumulación de datos, nombres, lugares y trasnochos, que es en realidad el ejercicio del periodismo, supe que aquella naciente urbanización de Santa Rosa De Lima, tenía también su historia local, como la mayoría de los lugares en Caracas. Descubrí con los años, y tras adquirir ese embelesamiento extraño con esta capitalezca llamada Caracas, que el actual colegio Santa Rosa De Lima, fue originalmente un convento de monjas en medio de un terraplén desolado y selvático. De hecho, el jefe de jardineros del Hotel Tamanaco, alguna vez me
contó de su propia boca, que hacia finales de los años cuarenta no había más que monte y mojote, en todo el municipio Baruta.
Tan reciente, pueril e inexplorada es nuestra diminuta arqueología urbana, que hasta había un puesto de vacunación permanente en la avenida principal de Las Mercedes -justo en el sitio donde hoy en día queda el CVA- para que aquellos caraqueños osados que decidieran atravesar los cañaverales de Las Mercedes se vacunaran contra fiebre amarilla, antes de ingresar en esa zona aún virgen y temida. Así era la cosa.
Sin embargo, el registro más antiguo que yo personalmente poseo de la zona fue cuando, aún siendo un infante, recorrimos sus calles recién pavimentadas de modernos condominios en preventa, donde vivirían mi abuela junto a uno de sus hijos y hermano de mi madre.
Vimos sorprendidos el nacimiento de la floreciente urbanización, el Centro Comercial "Integral", como todavía se llama, donde recuerdo estaban aún todos los locales vacíos salvo uno que llamó particularmente mi atención, con bombillos morados y azules.
Era la discotienda "La Trampa", donde siempre estaban unos seres oscuros de pelo larguísimo y jeans desgastados con botas de tacón y todo. Chicas de moños de colores y camisetas rasgadas. La música que salía de ahí no se parecía a nada de lo que había escuchado antes en mi corta vida, tendría 6 ó 7 años y fundamentalmente solo había escuchado la música clásica de mi casa que sonaba todo el día en piano o guitarra, según fuera mi mamá o mi papá. Unos años después y uniendo las historias particulares supe que aquellos extraños individuos que sacudían la cabeza con The Clash o Deep Purple indiferentemente, fueron en realidad la primera generación de drogadictos de Santa Rosa. Los primeros dañaos pues, altos drogos de pincho con agua de chorro y todo.

Secuencia submarina de suelo blanco y baldosas azules, el sol dorado sobre las ondas del agua, nado hasta al fondo de la piscina sin ninguna dificultad, me salgo por las escaleritas de aluminio, me vuelvo a lanzar pero ahora pegando las rodillas en el pecho. Rápido, rápido, "torpedo humano" sobre el que está nadando en el fondo, corre, corre, por fuera de la piscina y hasta las escaleras de la parte baja o "lo bajo", como lo llamábamos. Rápido, rápido, carreras de relevo, okey, okey, ahora en "Mariposa", dale, dale, nada más duro chamo. Okey ahora vamos a tirarnos desde la ventana del segundo piso desde el baño de la mamá de Kipo que no está. Dale, dale, no, yo no me atrevo, yo sí, ahi voy, ahi voy… Splissssh… ¡Verga qué arrecho!, ¡qué arrecho!, okey, ahora desde el cuarto principal, dale dale, dale… ¡Splushhsh! beeeestia, beestia. ¿Y desde casa de Cristian?… Nooooo, no. No. Vive en el Pent-House.

- ¿Chamo no viste como a un tipo corriendo detrás de esos árboles?
- No, no. ¿Dónde?
- Allá, allá…Vamos a ver…
- ¿Por aquí?…
- ¡Bestia!, ¿viste eso?…
- Corre, corre, corre
- Jajajaja, ¡mierda que culillo!…¡Corre, corre!.

…Tienes que armar bolitas de papel y saliva en la boca, para lanzarlas con pitillos en la cara a los conductores que van con las ventanas abiertas… Okey… Dale… Uno a cada lado de la calle… ¿Bestia viste ese viejo?… Jajajaja, jaja, jajaja, jaja… Mira ahí viene una señora… Dale, dale… Bicho chamo se la metiste en el ojo.
Packrtahiklaaaann.
¡Verga chocó, chocó!… Corre… Corre… Escóndanse… Pal´ edificio… Pa´l edificio… Corre. Jajaja,. No vale pero no fue tan duro. Jajajaja. Shhhh… Calladíto… Shhhh… ¡Coño cállate becerro!.

- Chamo, ¿cuántas pelotas de tenis hay ahí?
- No sé como cien… Verga qué bolas…
- Bueno, el plan es llenar el carrito de supermercado y lanzarnos rodando por la bajada hasta la principal sin que se nos caigan las pelotas.
- Okey, dale, Vamos.
- Espérate que falta otra bolsa de pelotas… Estas son anaranjadas…
- ¡Verga qué arrecho!
- Shhhhhh, que el vigilante esta cerca.

De uniforme y cachucha de Los Yankees de Nueva York, que le había traído su mamá, Felipe caminaba con un extraño andar de encorvamiento y uñas comidas. A pesar de ser un niño largirucho, sus ojos reflejaban una extraña mirada de contrapicado que lo hacía recordar un poco al Pato Lucas. Evocaba el mismo encariñamiento, combinado con rencor y miseria, que nos recuerda el personaje de Disney. Claro, que esta reflexión la hago años después, al momento en que estoy escribiendo esto. Nunca se me ocurrió llamarlo el Pato Lucas o, mucho mejor, "El Pato", en aquellos días en los que quizás me hubiera servido de mucho.
En cambio nunca lo llamaron de ningún modo, sino simplemente Felipe, y con eso como que era suficiente. De hecho, el día que apareció otro Felipe en la pandilla, más bien en la otra pandilla, en la urbanización de al lado, inmediatamente Felipe, el primero, decidió llamarlo "Pepito", porque y que se parecía al muñequito dibujado en las bolsas de Pepito y claro, para que no lo confundieran.
Tiempo después, en la adolescencia, Felipe también quiso agremiarnos bajo una especie de legión de "chamos ratas" que él mismo bautizó como los Papís Dus, con una serie de condiciones y características personales para su ingreso.
Por supuesto que yo no estaba, más que todo por mi edad que todavía no era apta para ir a cazar jevas en grupo. Al igual que cuando se pusieron de moda los pantalones de pana "Myboy" y todos compraron sus pares en diferentes modelos y colores, pero a mi madre, que hacía una esfuerzo descomunal por estar a la par de los hijos de esas familias con negocios propios y relucientes apartamentos de pisos de parquet y aire acondicionado central, sólo le alcanzó para comprarme unos pantalones "My boy", pero de tela Jean, lo que causó un rechazo inmediato, sobre todo en Felipe, hacía mi diminuta persona, que en aquel entonces y rodeado de niños mayores -yo era la mascota de la pandilla- lucía pálida y raquítica, aunque todavía, con esa "panzita" que tienen los infantes menores de 5 años. Lo más paradójico, es que hoy en día, en mi plena adultez, me veo físicamente idéntico.
Sin embargo, no se trataba de una relación desigual, de discriminaciones y odios infantiles, más bien era Felipe el que siempre salía en mi defensa.

Me mostró un poco el mundo más allá del Paseo Las Mercedes, me habló sobre el misterio analgésico del amor hacia las mujeres y un día hasta me escoltó durante una pelea "colectiva" de esas que tanto tuvimos. Al verlo en retrospectiva, no estaba lejos la imagen de Burguess sobre las pandillas ultraviolentas del futuro londinense, aunque nosotros comiéramos raspao y jugáramos Tonga.
Londres es como Caurimare. Osaka es como Santa Inés. Nada más.
De pie y sobre la mongouse blanca BMX, Mauricio sorteaba toda clases de obstáculos. Se hacía ligero como pluma frente a los enormes montículos de tierra, en el circuito BM que montaban los "dañaos" de San Román. Puros “dañaos”.
Panameño, hijo de italianos, bajito pero compacto como un motor. El número 10 del equipo, corría como Carl Lewis. Llegaba más alto, bateaba más lejos y era determinado y conciso en todos los deportes. Alguna vez lanzó patadas voladoras que nunca antes habíamos visto, o sabíamos que él podía hacer, guardaba secretos de combate también, peleaba bajo el agua, saltaba como grillo y siempre podías estar seguro de que si había que incursionar en una competencia de cualquier tipo, Mauricio respondía como un soldado vietnamita.
No se dejaba vencer, no descansaba, no lloraba, no sangraba. Sin embargo, alguna vez lo vi llorando a escondidas detrás del murito de la piscina.
Nunca se lo dije a nadie y solo compartí sus lágrimas el día que se fue de este mundo, a los 21 años, en un accidente de tránsito en la autopista Valle-Coche, viniendo de un concierto de Rubén Blades en El Poliedro.
Hoy en día, la cancha deportiva múltiple de la escuela de farmacia en la UCV -lugar donde se graduó pocos días antes de su muerte- se llama Maurico Linero.
Mauricio me enseñó tantas cosas, que aún en mi adultez no sé a qué renglón del aprendizaje pertenecen.
Soñaba despierto con vidas pasadas y con hechos desconocidos por todos.
Aún sigo pensando que existe una trama posterior de las cosas, donde se deciden destinos y la mismísima razón del ser cobra sentido a través de síntomas precisos a lo largo de nuestra vida. Vínculos que nos llaman desde el más allá, en eventos particulares de nuestra existencia ordinaria para avisarnos o simplemente, llevarnos para siempre a la eternidad.
Al ritmo de "Go Stand So Close To me", Alexandra juega con la física de su pelo dorado. Usa hot pants de jeans y fránela de algodón rosada amenizada de pezones punzantes.
Cuando la vimos caminando por primera vez en el estacionamiento, no pensamos que fuera de éste mundo. Hablaba perfecto "sifrino" y se reía como un ángel . Sus grandes ojos verdes saltaban desde un rostro afilado de pequitas y lunares mínimos.
Mientras discutíamos donde la habíamos visto antes y cruzábamos los dedos esperando que se mudara al edificio, nos acordamos que había sido hacía unos días atrás en el edificio "Terepaima" de Santa Ines, durante una de esas tardes de domingo en que parábamos juegos de fútbol en las canchas del Santo Tomás de Aquino.
"Claro toche, ella es la hermana de Kipo, el catirito".
Una familia alemana que se había venido a Venezuela durante la década de los setenta, luego de hacer un periplo por toda suramérica y luego de que su descendientes huyeran de la alemania nazi.
En realidad eran 3 hermanos: Kipo, Alexandra y Adrianne, la mayor, de la que nunca supimos mucho, salvo que que también estaba buena y que le gustaba el rock. Por supuesto que con los años me di cuenta de que también era, inequívocamente fumona. De marihuana, claro.
Kipo. Cristhopher. Kipo y sus hermanas. O las hermanas de Kipo más bien.

Shores Sundek y The Police hasta las 10 de la noche al borde de la piscina, The Cars con patines de cuatro ruedas sobre pistas ardientes de baldosas beiges.
Iron maiden en el reproductor portátil Sanyo con casetera. Todo esto venía acompañado de muebles peruanos y residuos de la alemania de postguerra.
Los "Bock" habían ocupado el apartamento 6B de la torre I y aquello era un acontecimiento fantástico. De algún modo, brindaba esperanzas sobre nuevas aventuras juveniles, nuevos juegos y otro universo de historias y experiencias que nunca antes habíamos tenido. Aunque claro que lo mejor de todo eran sus hermanas.
En el cuarto de Kipo, habían modelos a escala de tanques Panzer alemanes, incrustados en pequeñas maquetas que imitaban las ruinas europeas durante los bombardeos. También se respiraba en su casa, la conciencia de la precariedad de quien ha vivido durante una guerra.
La madre de ellos, aplicaba severidad nórdica para lograr mantener controlados a este trío de adolescentes y constantemente estaba dando instrucciones en alemán, acerca de las labores del hogar y las responsabilidades que cada uno de los miembros de la familia debía cumplir. El padre se había ido hacía algunos años pero la señora mantenía la estabilidad del hogar a punta de regaño.
Poco a poco, empezaban a llegar más familias al conjunto de edificios. La pandilla crecía en miembros y anécdotas.
Para el año 1982 ya estábamos casi completos.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Erick, zte relato me nkanto-----graciaz por moztrar eza parte y epoka de karakaz, zperare por maz.

Anónimo dijo...

sigue sgue que no se acabe nunca!!!!!

Timmy dijo...

Cool!