13 agosto 2009

Martha


Leo Felipe Campos



Resulta difícil hablar de ti, Martha, porque fuiste una especie de amor platónico, y un poco adolescente. Si a estas alturas de los segundos ya nadie se acuerda, qué me dirás de los primeros. Para mí es difícil, además, porque conozco personas que te conocieron, y yo ni siquiera pude/quise/busqué/supe mirarte. Entonces, comprenderás, aunque no lo esté, me siento en desventaja. Para mí eras la foto de unos niños saltando al vacío y varios de mis primeros poemas. Algo así como las ganas. Eras un libro o dos que buscaba de feria en feria, Monteávila, Pequeña Venecia, Vitrales de Alejandría, delgadito, barato, tus gritos brutales a precio de saldo escondidos en cajas de cartón: Maceite, Ajax, toda la putrefacta clase media caraqueña venida a menos, algo así como el coraje. Eras, chica, y no quiero decir chica porque me suena a muletilla de clase media alta, que puede ser todavía más putrefacta que el taladro de los odontólogos, una heroína. Te lo voy a decir aunque lo sepas, cuando terminé de leer tu primer poemario, supe que te arrojarías a la muerte desde un balcón. Nadie me lo dijo. A mí ni el Ateneo, ni los aviones, ni la gente del CELARG, ni la UCV, ni las letras me interesaban. Te lo juro. Sólo me gustaban tus poemas, esos poemas que leía y releía, y compraba para regalar. Te escribí uno. No me avergüenza decirlo, una copia pésima de esa potencia que a ti te salía naturalmente. Claro, yo no estaba desesperado. Yo era merenguero, no punk. Yo era playero, no estudiante. Yo era un trabajador de quince y último con el cabello de lado y los ojos verdes, sin barba, sin cigarrillo en la boca, con apenas 18 años y una ingenuidad de morralito sucio. Era así que te leía desde la sala de colores de un apartamento en El Paraíso. Así le pregunté a una profesora por ti y supe que te habías fugado como una luz que te encandila y se convierte en un punto negro, que es como el signo de que algo malo acaba de ocurrir pero se te va a olvidar pronto, o como un pajarito que cae muerto desde la rama frondosa de un árbol con púas. Así me senté en las escaleras del piso 3, módulo 5, de la UCAB, año 99-2000, con mis piernas flacas, enclenques, a tratar de comprender por qué mi intuición era acertada. Y me repetía: lo sabía. Y me preguntaba: ¿cómo? Y quise salir corriendo a buscar tus otros libros y a revisar esa mini biografía escuálida que tanto repiten los editores, Lima 1959 – Caracas, un maldito año de mierda. Y en lugar de eso me fui con unos amigos a un restaurante chino a beberme unas cervezas, y a brindar. Mientras ellos lo hacían por el cine, por la mini falda de Andrea o por nosotros, ese nosotros sin ti, ese nosotros desordenado de chistes y pelucas rojas, mal aliento, dragones y ratas en el techo, yo lo hacía por tus libros. Hoy, después de tantas solicitudes de parte de José Antonio, a quien conocí hace poco, me decidí a escribir este imposible: una suicida no necesita homenajes, a una suicida hay que darle cosas que necesita, yo me enteré de tu vida sin conocerte y un poco tarde. Así que no podía darte más que lecturas.
Desde esta figura fría pero apasionada casi hasta la infancia o el terror, vine a decirte, Martha, que aunque depende de tantas cosas y puede que hayas tenido razón, nuestra malquerida palabra desnuda, que es de lo poco que nos queda, o de lo poco que nos sigue quedando, me hizo recordar esta mañana, y con cariño, a uno de los amores más inquietantes: platónico y un poco adolescente, te debo a ti el vacío en el estómago que me produjeron aquéllos versos en caída libre. Sin ellos, probablemente, mi vida sería distinta. Eso te convierte, el menos en un plano mínimo del espacio, sin necesidad de copiar aquí uno o dos de tus poemas, sin investigar ni pretender una cátedra de la métrica, el valor o el estructuralismo; sin ponerme a llorar ni hablar de merecimientos o rencores; sin anécdotas que nos vinculen; sin ánimos de debatir; sin ínfulas compilatorias ni segundas intenciones, en la mejor poeta que ha parido mi vida en este puto país. Gracias por ese epitafio adelantado en formato libro.
Espero hacerte un justo reconocimiento. Ahora sí, que José Antonio copie debajo los poemas que él desee para terminar este extraño cumplido, mitad plegaria, mitad canción salsa romántica. Yo por mí los pondría todos.

1 comentario:

Judit Gerendas Kiss dijo...

Qué bueno que alguien se acuerde de Martha Kornblith y de sus extraordinarios escritos.Me gustó mucho el texto.

Martha fue mi alumna en la Escuela de Letras, aunque eso es un decir, solamente. Siempre llegaba tarde y se iba antes de que terminara la clase. Yo hubiera querido hablar con ella, pero se escurría todo el tiempo, para dejarme con el desconsuelo de la mirada de sus ojos grandes, que parecía traspasarlo a uno, o estar clavada en algo distante, siempre más allá de donde uno estaba.

Luego de su muerte leí sus libros, y me llené de admiración por su poesía, de las mejores de nuestro país, recogida en los volúmenes Sesión de endodoncia, El perdedor se lo lleva todo y Oración a un dios ausente. Yo también los ando buscando y no los he encontrado en ninguna caja de cartón; sólo tengo el último de los nombrados.