12 junio 2008

Prometeo, Pandora y la esperanza de la técnica - Una exhortación optimista


José R. Lezama Q.

Para vengarse de Prometeo, por el robo del fuego que entregó a los hombres, Zeus ordenó a Hefesto que forjara en su taller una hermosa doncella que despertara el deseo y que rivalizara por su belleza con las diosas inmortales. A Hermes mandó que llenara a la mujer con desvergüenza y frívolo carácter y a Palas Atenea que le enseñara a la voluble criatura las delicadas artes y oficios femeninos. También le pidió que engalanara la belleza de ésta con el brillo de los encantos amorosos y las más seductoras vestiduras. Por su parte, las Cárites, las Horas y Péitho adornaron la obra de Hefesto con fulgurantes alhajas y con las más olorosas flores primaverales. Concluida la obra, estaba lista Anesidora "la que entrega obsequios", que es la misma Pandora "la bella y ricamente dotada".

Hermes la condujo a los hombres por orden de su padre; la llevó a la casa de Prometeo "el de torvos pensamiento". Era época en la que sólo gozaban y disfrutaban los inmortales, todos vivían entonces como vecinos. En casa de los hijos de Clímene y Jápeto la recibió como regalo Epimeteo "el que sólo aprende del acontecimiento, el irresponsable". Ya su hermano, el vidente Prometeo, le había pedido que rechazara cualquier regalo de los dioses. Sólo después, muy tarde, el imprudente Epimeteo se dio cuenta del grave error. La humanidad, hasta entonces desdeñada, había vivido hasta ese día sin desgracias; no existían las enfermedades o el dolor y mucho menos la muerte. El jarro que Pandora traía consigo como regalo y cuya tapa quitaba delante de los ojos del arrobado y torpe Epimeteo contenía todos lo males del mundo. Como enjambre de abejas, éstos se diseminaron por todo el orbe, para inmensa aflicción de los humanos.

Pero no todo lo que había en la vasija consiguió salir. Atrapada dentro quedó Elpis, la esperanza. Zeus, el de eternos designios había ordenado a Pandora que dejara caer la tapa del jarro cuando aquélla tratara de salir. Desde aquellos días, la caterva de males, siniestra y odiosa, se arrastra por doquier entre los hombres. De día visitan las enfermedades a los humanos y por las noches bregan en silencio; pues Zeus "el de sabio consejo" les privó del don de la palabra. A Zeus, se dice, nadie le engaña, nadie se burla sin castigo de su perspicacia.

La historia es conocida. Es el final del mito de la creación de la raza de las mujeres. Sin embargo, la cólera que produjo en Zeus el desafío del titán más cercano a los hombres también tuvo otras secuelas: Prometeo fue duramente castigado por robar a los dioses el don del fuego y con él paga la humanidad entera su violencia contra la voluntad del destino.

Aunque pudiera dar esa impresión, con estas líneas no pretendo centrarme en el tan manido como falso argumento de la creación de la mujer para desgracia de los hombres. Si bien ciertamente puede resultar interesante una tal divagación, eso no es lo que más me motiva aquí. Por el contrario, y en descargo de una potencial acusación de machismo, pienso que Pandora, justamente por ser autómata, no debe ser considerada todavía una mujer de verdad. De ese modo podemos preservar un tanto a la compañera de los hombres de la falsa y antigua acusación de fatalidad. De Pandora sí podríamos afirmar, sin embargo, que la promesa de la cibernética quizá se cernía ya como amenaza para los hombres con su seductora aparición. Pero ese es otro asunto para otro momento. La verdadera comprensión del problema de los hombres debería, entonces, remontarse hasta más atrás, hasta antes del mito de la aparición de las mujeres.

Ahora bien, lo que realmente me interesa reflejar en estas pocas líneas es la idea de cómo en ese mismo mito de Prometeo y Pandora está presente, con potencia, la idea de la futura redención del hombre a través del mismo hecho que le atizó su castigo. El fuego robado por el titán previsor puede ser en el porvenir la salvación de los hombres, así lo hace suponer la presencia cautiva de Elpis dentro de los bordes de la vasija, obsequio de Zeus. El robo del fuego a los dioses, que se ha asociado siempre con el desarrollo de la técnica, todavía es castigado hoy, si no con penas, sí con fatal incertidumbre. En efecto, la técnica nos ha permitido la construcción de una naturaleza artificial más cómoda, más apropiada a nuestra desvalida condición de animal inerme. También con ella nos hemos fabricado, al mismo tiempo, una artificial sensación de felicidad, de plenitud. Sin muchos inconvenientes podemos asegurar que la técnica ha demostrado ser uno de los mayores logros del hombre, quizá el más grande.

Pese a eso, la actitud del titán, la atasthalia, todavía nos compromete. Basta arrancar un nuevo secreto a la naturaleza para que en nosotros aflore el espíritu del exceso. ¿Debemos quizá rebasarnos siempre?, ¿tal vez sea ese nuestro sino? A veces parece que por la técnica misma nuestro futuro es malignamente incierto, difuso. ¿Debemos acaso esperar para saber quién avanza primero, si nuevamente Zeus, enardecido porque no hemos querido aprender del primer lance, o Elpis, preocupada por la oportunidad perdida?

Es prácticamente imposible volver atrás, la técnica nos atenaza cada vez más. Sería ridículo pensar que el freno que debemos imponer al peligroso desarrollo de la misma sea simplemente el propósito de no seguir adelante con ella. Ello significaría una sustracción voluntaria a una de las dimensiones en las que el hombre siempre se ha mostrado y se muestra como tal. Paradójicamente, la técnica no es buena o mala. Con seguridad, en ella misma deben estar los mecanismos para poder continuar dominando la naturaleza, pero ya no con la vehemencia del titán que todo lo atropella por la afirmación de su voluntad, sino con la responsabilidad del verdadero Prometeo, con la previsión que su nombre evoca. La técnica simplemente es, pero la voluntad que la dirige sí puede ser juzgada como buena o mala. El mal o el bien que se le adjudica a la técnica, pese a cualquier opinión contraria, tiene nombres y apellidos.

Se dice que Prometeo nos ha redimido con su castigo; arrepentido por su insolencia ahora nos invita a mirar con más tino la necesidad de futuro de la especie humana. Él se sacrificó por nosotros, por la entera humanidad, pero sería triste que repitamos la historia. Por su parte, Epimeteo continúa vivo, todavía deambula por el mundo de los logros humanos. Pero ahora, vestido de orgullo y de interés egoísta, habrá de ser temido más que odiado. Imprudencia, apuro, afán contumaz, esos son otros nombres para el Epimeteo de hoy.

Los desastres que el hombre ha llevado a cabo mediante el irrestricto uso de la técnica sólo tienen solución por medio de la misma técnica. El homo faber se ha creado los problemas que sólo él puede resolver. El círculo se va cerrando y la suerte está echada. Entonces, por qué seguir condenando ingenuamente el desarrollo técnico, por qué no pensar que él es también Elpis, la que encerrada clama por salir de su oscuro cautiverio. Los designios de Zeus, como siempre, han sido sabios. Su castigo conlleva el paliativo del anhelo de bien, del buen final. La técnica también es, por supuesto, esperanza y no sólo infortunio. A esa idea tal vez debemos aferrarnos para no perder de vista el horizonte.

Oscurecernos el cielo ante los desarrollos de la técnica actual, contemplarlos como langostas que pronto nos devorarán y encerrarnos en nuestras casas (¡donde, por cierto, no encendemos viejos candiles de aceite!) no es tal vez la mejor respuesta, ni la mejor reivindicación que todavía debemos al titán. Para seguir adelante, pero para seguir bien, habrá que insuflar en el espíritu de los modernos taumaturgos de la técnica la prudencia y la paciencia que no han tenido nunca los titanes. Y tal vez eso sea necesario justamente porque no somos titanes, sino hombres. Todavía estamos sujetos a la muerte futura y segura. Ha llegado, entonces, el momento de detenernos a pensar cuán rápido queremos que ésta llegue.


José R. Lezama Q. (1973)
Es Investigador-Docente del Centro de Investigación Humanística de la Universidad Católica Andrés Bello. Allí coordina el Área de Formación en Ética Profesional. Es también profesor de las Escuelas de Filosofía, Comunicación Social y Educación, así como del Postgrado de Educación en Valores, en la UCAB. Es autor de Antropología, Bioética e Ingeniería Genética (2002) y coautor de Educar para Vivir (2003), Globalización: Visiones y Desafíos (2007) y La Ética y sus Contextos (2008), entre otras publicaciones.

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