21 febrero 2008

Opium


Israel Centeno


Ofrecen empapar mi cuerpo en tintura de amapolas, no tolero verme en el espejo, tocar mi piel, aceptar las consecuencias de la vida; otros las asumirán por mí, otros vivirán por mí las expresiones de alegría, de dolor; asumirán la desesperación de la existencia, el temor al vacío, el horror a la vejez.
Me han vendido el sueño. He aceptado el sueño.
No se mide el tiempo en el sueño, al menos no en este sueño, se tiene una certeza maleable, ideas diluidas, como ésta que durará sólo el tiempo de su inútil expresión; no la expresa un movimiento, la vida; si me muevo pierdo, si parpadeo seré acusado de violento por los operadores de mi sopor y seré castigado con pequeñas descargas, pellizcos e insultos de profundidad en mi inconsciente adolorido.
Articulo las frases.
En un mal sueño se articulan las frases lógicas, los operadores tomarán una vía en una de mis arterias y pondrán dos centímetros cúbicos de escapolamina; el sueño es humo sanguinolento, el humo mojado por la lluvia, polvo de humo; la gente grita. No es gente, es humo rojo y urticante, una manipulación de mis percepciones, no hay mundo ni personas en él, nada se mueve. Sueño. Hago un esfuerzo por sentir el cuerpo; dolor, molestia, placer; de mover el dedo de una de mis manos, procuro respirar, hacer un sonido profundo, vulgar y determinante; las imágenes pasan como fantasmas, son transparentes y fugaces; si atrapo, si alzo las manos y las atrapo, si las abrazo, los operadores me acusarían de estar haciendo esfuerzos por despertar y me castigarán con improperios y acusaciones; al menos despertaría, el tiempo suficiente para arrepentirme y dar patadas; establecería un paréntesis entre un sueño y otro, volvería a dormir como antes y mis expresiones serían una huella de vida, una patada sobre la tierra seca o al pavimento mojado. Ahora no tengo la percepción exacta de mi cuerpo, sé que estoy tendido boca arriba, me ahoga y copa una ansiedad inmanifiesta; dura lo necesario para cerrar la frase lógica y figurar uno de los rostros de la pesadilla; la pesadilla se instala en la realidad y la realidad se enuncia en la determinación de tomar el control de mis decisiones, encontrar los puentes, los caminos, el atajo, el lugar donde se juntan los nervios, las conexiones imprescindibles para generar un movimiento. Los operadores deben hacer su trabajo; llevarme a un hemiciclo de charlatanes y mostrar en una mesa de disección sus resultados, desvirtuar los reflejos crispados en mi piel, aprobar las leyes del sueño y procurarse el goce sádico de condenarme; luego de recrearse en los espasmos violentos dirán, eso no expresa un movimiento verdadero y me enterrarán vivo.
Un hombre paralizado por la catalepsia recuerda al amor como último recurso; debo insurgir, dar un grito de horror, reordenar mi fuerzas eróticas, las más joviales, los recursos del cazador, el poder del recuerdo, de la conquista, poseer el cuerpo deseado; ella se acerca a mi, nada la avergüenza, descarada es atrapada por los espejos, se mira de soslayo, es pícara, vital y adorable, ha arriesgado su vida y la desborda, ríe; sus tibios pezones rozan mi boca, mi pecho, me besa con desenfado, me abraza y la siento abrirse húmeda, dejarse entrar hasta sus confines, me ha devorado alegremente, sin drama, ha dejado las suspicacias para mejores tiempos, ahora disfruta la furia de nuestros cuerpos; bastaría el recuerdo, el olor a vainilla, su frágil voz, ululante y secreta, bastaría la imagen de su boca activa, provocadora, imprecante, a la espera del látigo de semen, del golpe cálido y repetido sobre su pecho; tibio se derrama, tibio baja; bastaría ese momento, el cruce del relámpago y la descarga eléctrica en el tallo del cerebro para dilatar mis arterias, hacerlas tronar con sangre, punzar el impacto y producir un sismo en mi piel, levantar una erección determinante; los operadores han colocado agujas en todo mi cuerpo, parecen soldados o tropa antimotines, bombardean con sustancias urticantes y cuelgan un ancla en mi pene, las manos no acopian la fuerza para mover sus dedos, para tocarme, he debido tocarme pero se escapa la ilusión, el recuerdo y no sé exactamente por qué he debido tocarme si tengo sondas para orinar, todo está resuelto; el hormigueo se dispersa, me infecta y paraliza; desdibuja la mirada, la frase: sólo te vi y lo supe, te amaría para siempre.
Las adormideras triunfan, no sé si descanso o me fatigo, si estoy sobre una cama, los deseos de pararme, me abandonan las ganas de caminar por las veredas de eucalipto y recibir en mi cara el viento; trepar hasta la cima ya no es un sentido, ni comer naranjas en un refugio cerca de la quebrada de Chacaito. Acepté dormir, no moverme, acepté la sutura sobre mis párpados; mis párpados son cortinas pesadas, telones en teatros viejos. Cubren mis ojos, imagino ser una paraulata y apenas me muevo sobre el travesaño de una jaula, ciega y sin sonido, una paraulata aterradora, distorsionada en el sueño aceptado. A veces, cuando la voluntad de vivir dictaba un sentido, cuestioné al miedo, sentir miedo es natural, paralizarse, dejarse dormir es una opción, se pueden evitar los dolores deparados por la existencia; volverse indiferente como las hojas de los árboles, y abandonar la expresión es inhumano. Acepté dormir, abandoné la gestualidad, las emociones; me han suprimido la conciencia de riesgo, no puedo ser violento ni atentar contra la paz de los pueblos, la patria es una condena, no arriesgaré ser traidor ni desleal, me liberé de las opciones, de la humanidad contradictoria y trágica; integrado a lo absoluto, me he tendido en un lecho de hojas podridas, han empapado mi cuerpo con jugo de amapolas, los operadores han ganado, soy el sueño del déspota.
En algún lugar, fuera, cuelan café y baten leche cremosa, hornean el pan; existen las panaderías; la gente celebra sus inconsecuencias, los desacuerdos; no es necesario hacer un mundo perfecto. Los operadores persisten y venden sueños.

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