David Alejandro Malavé B.
El Futuro como nostalgia:
El famoso psicoanalista británico, Wilfred Bion, escribió una novela ensayo llamada Memorias del futuro, en ella hace un homenaje a la Melancolía como estado anímico de los tiempos por venir, pues en esta situación es en la que parece inevitable caerá la humanidad a consecuencia de los supuestos cambios psíquicos que los tiempos futuros nos deparan. Cuando leemos a los teóricos de la Postmodernidad Váttimo, Baudrillard, Lyotard, y lo que estos autores dicen en relación al futuro de la humanidad, las condiciones de la existencia subjetiva por venir, las relaciones interpersonales, la condición del sujeto, del ciudadano, las relaciones laborales, los patrones de consumo masivo, pero sobre todo del amor del futuro, la reacción psíquica mas frecuente a experimentar es un estado depresivo teñido de nostalgia por un pasado aún no advenido, pero que suponemos fue mejor.
Teóricos del futuro, nos anuncian la desaparición de la capacidad de amar, de enamorarnos de una persona o un ideal, de establecer vínculos íntimos profundos. Todo ello originado por la ausencia de la condición necesaria para ello: la carencia. Es decir por una satisfacción inmediata de aquello que convoca la epifanía del deseo, a saber la situación de ausencia y la necesidad.
Cuando el cineasta Wong Kar Wei, nos presenta el futuro como un lugar al cual se llega a todos lados de inmediato, a través de una red ferroviaria que recubre el mundo, nos introduce en una dimensión en la cual no cabe lugar para las distancias, lo exótico y lo extraño, como tampoco para el deseo o el amor. A todos lados se llega rápida y eficientemente, por lo que no hay añoranza, ni anhelo por lo desconocido, no hay curiosidad, ni entusiasmo, sino un eterno presente donde los paisajes o las personas se suceden instantáneamente, sin generar emociones. Lo mismo ocurre con las personas, las mujeres del futuro para el Sr. Chow, no son seres llenos de misterio, no son fuente de emociones, me atrevo a decir que tampoco de sensaciones voluptuosas, el futuro está poblado de androides; eficientes, complacientes, limpios, estériles y sobre todo desechables que no requieren de compromiso o vinculación. Su trabajo es la satisfacción cabal de los clientes del eterno viaje en tren que es un asfixiante presente.
La nostalgia es también por un futuro en el cual no hay lugar para la confidencia, el secreto, la intimidad. El señor Chow, extraña el tiempo en que, si se tenía un secreto, por lo general un dolor, una pena, o un amor no correspondido, las gentes subían una montaña, buscaba un árbol con un hueco, lo susurraba y luego lo cubría con barro. En general, todo gran amor es un secreto, particularmente aquel que nos marca con lágrimas. Lo que desconocemos en general es que todos hemos perdido, gracias a los dioses, un gran amor, ese primer amor por el Otro; por lo cual nos introducimos en la dialéctica del Deseo. Ese amor por un imposible llamado el Otro, presente como imposible desde el origen mismo del sujeto, que nos precipita en la eterna búsqueda de aquello perdido; aquel resto que estaremos siempre buscando en los otros de la vida cotidiana, en las personas de las cuales nos enamoramos. Ese resto que es un secreto hasta para nosotros mismos, un permanente desconocido, que nos condena a la eterna nostalgia, al deseo nunca completamente satisfecho, siempre en fuga, siempre desplazado a nuevos objetos/ situaciones. Es así como Chow abandona su gran amor en Singapur, Shu Li Zhen, para recorrer la geografía buscando sus huellas en cada nuevo amor, en cada nueva aventura erótica, sin saber que el Otro del primer amor, ni fue Shu Li Zen por quien tanto pena, ni nunca será hallado en otra mujer. La búsqueda es para Chow y para cualquiera de nosotros un juego de espejismos, ya que nunca encontraremos sino trazas, huellas de eso que creímos poseer, tener, amar en un remoto pasado, en el origen de nuestra condición de sujetos. Por eso ni siquiera cuando de vuelta en Singapur encuentra nuevamente a la misma mujer en la persona de Gong Li, es ella la misma, ni sería la misma si encontrara a Shu Li Zen. Nunca podremos reconstruir ese primer encuentro, ni Chow ni nosotros, aunque sea la misma mano enguantada, el mismo vestido negro, la misma sinuosidad y cadencia de caderas, la misma atmósfera decadente. Porque ese encuentro con el Otro que nos marca, es único, mítico, irrepetible y para algunos hasta inexistente, un espejismo creado por la necesidad y la satisfacción, por las tensiones corporales del infante y su aplacamiento. Por ello enamorarse será una condena, una permanente nostalgia y amar una aceptación sosegada de lo perdido, de la falta y la carencia en uno mismo y el otro.
También extraña Chow una escucha, alguien que pueda escuchar su drama, con interés y confidencialidad ¿extrañará la escucha de un analista? El siglo XIX inventó este tipo de escucha, la analítica, donde la intimidad y las miserias, quedan selladas con el silencio. ¿Se tratará del temor a una sociedad futura donde las comunicaciones o su control, no alberguen espacio para semejante experiencia de intimidad?
He de mencionar que en los juegos numéricos con los que Wong Kar Wei juega permanentemente en esta película, 2046 es el año en el que finaliza la promesa para Hong Kong por parte de la China Popular del régimen de un país dos sistemas. A menos que los cambios experimentados hasta ahora por China, continúen su progreso, Hong Kong, podría perder su Democracia Representativa autónoma de Beijing, así como el régimen económico liberal, ecos de nostalgias mas locales.
El famoso psicoanalista británico, Wilfred Bion, escribió una novela ensayo llamada Memorias del futuro, en ella hace un homenaje a la Melancolía como estado anímico de los tiempos por venir, pues en esta situación es en la que parece inevitable caerá la humanidad a consecuencia de los supuestos cambios psíquicos que los tiempos futuros nos deparan. Cuando leemos a los teóricos de la Postmodernidad Váttimo, Baudrillard, Lyotard, y lo que estos autores dicen en relación al futuro de la humanidad, las condiciones de la existencia subjetiva por venir, las relaciones interpersonales, la condición del sujeto, del ciudadano, las relaciones laborales, los patrones de consumo masivo, pero sobre todo del amor del futuro, la reacción psíquica mas frecuente a experimentar es un estado depresivo teñido de nostalgia por un pasado aún no advenido, pero que suponemos fue mejor.
Teóricos del futuro, nos anuncian la desaparición de la capacidad de amar, de enamorarnos de una persona o un ideal, de establecer vínculos íntimos profundos. Todo ello originado por la ausencia de la condición necesaria para ello: la carencia. Es decir por una satisfacción inmediata de aquello que convoca la epifanía del deseo, a saber la situación de ausencia y la necesidad.
Cuando el cineasta Wong Kar Wei, nos presenta el futuro como un lugar al cual se llega a todos lados de inmediato, a través de una red ferroviaria que recubre el mundo, nos introduce en una dimensión en la cual no cabe lugar para las distancias, lo exótico y lo extraño, como tampoco para el deseo o el amor. A todos lados se llega rápida y eficientemente, por lo que no hay añoranza, ni anhelo por lo desconocido, no hay curiosidad, ni entusiasmo, sino un eterno presente donde los paisajes o las personas se suceden instantáneamente, sin generar emociones. Lo mismo ocurre con las personas, las mujeres del futuro para el Sr. Chow, no son seres llenos de misterio, no son fuente de emociones, me atrevo a decir que tampoco de sensaciones voluptuosas, el futuro está poblado de androides; eficientes, complacientes, limpios, estériles y sobre todo desechables que no requieren de compromiso o vinculación. Su trabajo es la satisfacción cabal de los clientes del eterno viaje en tren que es un asfixiante presente.
La nostalgia es también por un futuro en el cual no hay lugar para la confidencia, el secreto, la intimidad. El señor Chow, extraña el tiempo en que, si se tenía un secreto, por lo general un dolor, una pena, o un amor no correspondido, las gentes subían una montaña, buscaba un árbol con un hueco, lo susurraba y luego lo cubría con barro. En general, todo gran amor es un secreto, particularmente aquel que nos marca con lágrimas. Lo que desconocemos en general es que todos hemos perdido, gracias a los dioses, un gran amor, ese primer amor por el Otro; por lo cual nos introducimos en la dialéctica del Deseo. Ese amor por un imposible llamado el Otro, presente como imposible desde el origen mismo del sujeto, que nos precipita en la eterna búsqueda de aquello perdido; aquel resto que estaremos siempre buscando en los otros de la vida cotidiana, en las personas de las cuales nos enamoramos. Ese resto que es un secreto hasta para nosotros mismos, un permanente desconocido, que nos condena a la eterna nostalgia, al deseo nunca completamente satisfecho, siempre en fuga, siempre desplazado a nuevos objetos/ situaciones. Es así como Chow abandona su gran amor en Singapur, Shu Li Zhen, para recorrer la geografía buscando sus huellas en cada nuevo amor, en cada nueva aventura erótica, sin saber que el Otro del primer amor, ni fue Shu Li Zen por quien tanto pena, ni nunca será hallado en otra mujer. La búsqueda es para Chow y para cualquiera de nosotros un juego de espejismos, ya que nunca encontraremos sino trazas, huellas de eso que creímos poseer, tener, amar en un remoto pasado, en el origen de nuestra condición de sujetos. Por eso ni siquiera cuando de vuelta en Singapur encuentra nuevamente a la misma mujer en la persona de Gong Li, es ella la misma, ni sería la misma si encontrara a Shu Li Zen. Nunca podremos reconstruir ese primer encuentro, ni Chow ni nosotros, aunque sea la misma mano enguantada, el mismo vestido negro, la misma sinuosidad y cadencia de caderas, la misma atmósfera decadente. Porque ese encuentro con el Otro que nos marca, es único, mítico, irrepetible y para algunos hasta inexistente, un espejismo creado por la necesidad y la satisfacción, por las tensiones corporales del infante y su aplacamiento. Por ello enamorarse será una condena, una permanente nostalgia y amar una aceptación sosegada de lo perdido, de la falta y la carencia en uno mismo y el otro.
También extraña Chow una escucha, alguien que pueda escuchar su drama, con interés y confidencialidad ¿extrañará la escucha de un analista? El siglo XIX inventó este tipo de escucha, la analítica, donde la intimidad y las miserias, quedan selladas con el silencio. ¿Se tratará del temor a una sociedad futura donde las comunicaciones o su control, no alberguen espacio para semejante experiencia de intimidad?
He de mencionar que en los juegos numéricos con los que Wong Kar Wei juega permanentemente en esta película, 2046 es el año en el que finaliza la promesa para Hong Kong por parte de la China Popular del régimen de un país dos sistemas. A menos que los cambios experimentados hasta ahora por China, continúen su progreso, Hong Kong, podría perder su Democracia Representativa autónoma de Beijing, así como el régimen económico liberal, ecos de nostalgias mas locales.
Una lección de cómo funciona el deseo masculino:
Los múltiples enredos amorosos del Sr Chow, nos sirven de ejemplo a fin de ilustrar, algunos de los más gráficos trabajos de Freud. Me refiero a Sobre una particular elección de objeto; trabajo ambientado en la Viena decimonónica, que pareciera valer para explicar las elecciones de objeto amoroso y sexual, en el Hong Kong de los sesenta. No es casual que hable de objeto amoroso y objeto sexual, pero es que la dicotomía que vive Chow en relación a las mujeres es tal cual. Organiza su relación con las mujeres entre aquellas que sirven a la admiración, la contemplación, el intercambio intelectual y artístico, y aquellas que sirven a la satisfacción sexual.
Bai Ling, la hermosísima y sensual joven que se prostituye con clientes de dinero, le procura a Chow las más intensas y plenas satisfacciones sexuales. Aún a sabiendas de que Bai Ling no es exclusiva para él como objeto sexual, aún compartiéndola con otros clientes, aún cuando sus encuentros sexuales están mediados por el dinero, para Chow, es la mujer de su saciedad erótica. Cuando Bai Ling intenta que la relación no esté intermediada por el dinero, cuando está dispuesta a enamorarse y convertir a Chow en su objeto de amor, el mantiene la degradación del vínculo a través de su insistencia en el pago, simbólico que suavizará ella reduciéndolo a diez dólares. Cuando ella es la que desea convertirlo en su amor, sarcásticamente le cobra para mantener la degradación y hacer imposible cualquier relación.
En cambio Wan Jing, la hija del dueño del hotel, se la presenta como una mujer sublime, hermosa, buena escritora, casta pues su deseo es romántico y puro, por imposible ya que se trata de un odiado japonés y en todo caso es un deseo por un amor imposible. Tan sublime es la hija del hotelero, que su presencia se acompaña del aria Casta Diva, de Norma, sacerdotisa celta, de inmaculados deseos que muere por el amor imposible a un romano, enemigo de su pueblo. Ese es el amor ideal para Chow, como tal lo reconoce, y luego lo extrañará. Sin embargo no conserva a Wan Jing, para sí, no lucha por ella, hace todo para que ella colme su amor por el extranjero, el enemigo japonés de la pasada guerra. Reconoce que sería la mujer ideal, pero no siente que el tiempo y el azar estén de su parte.
Me atrevo a decir que deja pasar ese tren, por cuanto inconscientemente sabe que ese primer objeto, el Otro que mencionaba anteriormente nunca será nuevamente hallado. Es un imposible en el tiempo y en la práctica por cuanto las demandas que hacemos al otro amado, nunca son en el tiempo exacto porque son respuestas en el tiempo de la Realidad. La respuesta será siempre o tardía o muy temprana, por cuanto no hay conformidad en la dimensión de la demanda… y Chow se lo explica a si mismo en esta frase: “nunca estamos a tiempo”
En la dialéctica entre estas dos mujeres, traspuesta a las androides del futuro, estamos frente a la descripción clásica que Freud hacía del deseo masculino en el trabajo mencionado. La esposa, madre de los hijos del matrimonio burgués debía mantenerse pura, casta, inmaculada inclusive dentro de la práctica sexual que debía en todo caso servir a la reproducción. La mujer para la satisfacción sexual plena, para dar rienda suelta a las más floridas fantasías y al desborde sexual, quedaba vedada para el matrimonio o una relación estable. Podía ser la amante, la cocotte, el segundo frente, pero jamás la compañera del viaje de la vida. Quedaban en estos tiempos e inclusive ahora, la mujer sexual y el deseo erótico irremediablemente degradados.
Lo que debemos dejar en claro es que dicha degradación la introduce el personaje masculino, atrapado en los complejos y tabúes de un patriarcado que funciona como prisión para la mujer, pero como freno a la felicidad en los hombres, supuestamente privilegiados por dicha situación.
Es tan patética la situación para Chow que estando por fin totalmente enamorado de Wan Jing, llega a proferir palabras como las siguientes: “los sentimientos son algo que no se puede controlar”.
Sobran las interpretaciones. Un ser que se aterra de las emociones porque las mismas lo pueden inundar y amenazan su integridad psíquica ¿neurótico obsesivo? En todo caso, esta frase, junto a lo dicho anteriormente, permitiría decir a los colegas junguianos, definitivamente un ánima mal integrada.
Esta situación en la película me resultó extraña por cuanto la ambientación es en Hong Kong, durante los años sesenta, década conocida como el momento en el cual los valores sexuales fueron sacudidos a nivel mundial. Claro no todo el mundo vivió de la misma manera el sacudón en torno a la ética sexual que se dio principalmente en Europa y los Estados Unidos. Resulta algo anacrónico un dilema así en los sesenta, aunque la sociedad china, aún en el Hong Kong capitalista quizás era muy conservadora, y seguía anclada en los patrones y paradigmas de los años cuarenta y cincuenta. Algo plausible en la vestimenta, la música y los gestos que los actores encarnan. La iconografía femenina, las poses de las mujeres, las manos enguantadas y los cigarrillos humeantes son permanentes referencias a esos tiempos y no a los sesentas que conocimos nosotros. Dato curioso lo constituye el hecho de que los disturbios a los que se hace referencia, no provienen de los sectores juveniles en búsqueda de libertad sexual o rebelión en contra del poder de las instituciones, sino de los sindicatos cercanos al partido comunista chino y a la revolución cultural maoísta, que intentaron acabar con el tratado de independencia de Hong Kong entre Inglaterra y China, según pude investigar.
Don Juan en China:
De los personajes más estudiados por todas las corrientes del Psicoanálisis, uno de los más famosos es Don Juan Tenorio. Experto en mujeres, seducción, conquista femenina, galanteos buena vida, pero absoluto fracaso en la capacidad de mantener una relación profunda, un compromiso con el otro. Las razones esgrimidas por psicoanalistas de todos los tiempos son diversas:
Desde la clásica homosexualidad encubierta, no reconocida, que invita a la mujer para ser burlada y abandonada. Hasta la lectura que dan Lacan y algunos Junguianos, que excluyen cualquier rasgo homosexual, insistiendo más bien en una hiper virilidad, que como tal, quizás diría Jung, desconectada de su ánima, no guarda ninguna consideración a los afectos ni los sentimientos.
Lacan plantea si mal no recuerdo en una de las lecciones del seminario Aun, que nada mas lejos de la homosexualidad que el Don Juan -entiendo lo relaciona más con un problema en la dimensión del Goce-.
Algunas visiones arquetipalistas, lo describen como la virilidad en su esencia (aunque no me ubico entre los amigos del esencialismo) Virilidad descarnada, sin atisbo alguno de emociones o consideración por el otro que entrañarían una relación profunda con el ánima, lo inconsciente. Lo comparan al dios Hades y le atribuyen como a éste la condición del raptor. Pues Hades fue el raptor de Kore, la doncella, el alma inmaculada, pura, que llama al rapto, al encuentro con lo oscuro, lo sombrío a fin de desarrollar el proceso de su propia evolución.
Guardan los casos arriba citados, similitud con ese Chow, que abandona a Bai Ling, a Su Lin Zen, que usa a Lulú/Mimi, a la hija menor del hotelero, que le dice a las mujeres “hay una sola cosa que no puedo prometer, que no puedo dar” dinero, placer, sexo si, pero afecto, compromiso jamás.
Visto desde el punto de vista kleiniano, podemos pensar en una incapacidad total de reparación, como el reencuentro con algo de su pasado, la mujer de Singapur que podría ser un sucedáneo de Sun Lin Zhen o Bai Ling, la prostituta, lo demuestran. Teniendo una segunda ocasión, de rehacer la relación o reconstruir su vida al lado de las mujeres que lo erotizaron y amaron, Chow no da oportunidad. Para reparar, hace falta haber atravesado la posición depresiva, haber podido alcanzar la consideración por el otro, y sobre todo hay que haber sanado de las heridas y las pérdidas a las que todos los humanos estamos obligados, me atrevo a decir que condenados. La única oportunidad que se da de entregarse al objeto y al amor, la pone en un remoto futuro. Es para el personaje escritor Chow, un asunto de Ciencia Ficción, tan lejano, que no se da con mujeres humanas sino con androides.
Para mí, a tono con el aire emocional de este film, el Don Juan es un melancólico. Alguien que se quedó petrificado en la pérdida de ese primer objeto de necesidad, de ese Otro que todos necesitamos para constituirnos en sujetos, pero que para tal fin debemos perder. Esa fijación a la pérdida, lo lleva a la repetición compulsiva con la fallida intención de encontrar otra vez ese objeto maravilloso, engañoso, pues nunca existió. Pero es una búsqueda infructuosa estéril que transcurre al modo del dicho criollo, “buscando para no encontrar” que garantizará, un estado de permanente tensión psíquica, que quedará sellado a fuego en la estructura del melancólico. Caso parecido a la tristeza que deja el relato de los permanentes abandonos que realizaba Leonardo en las distintas cortes que lo albergaron, parecido a la del Holandés Errante en el espectro de la Ópera. En este sentido me gusta mucho la explicación que daba el Dr Julio Aray, donde concebía el problema del Don Juan, como un disfraz maníaco de una profunda melancolía. Alguien que es víctima de una tragedia, que vierte lágrimas en otros ojos y no de los propios.
(Si esta pérdida monumental resulta en una heterosexualidad o una homosexualidad, creo que depende más de un azar asociado a las características de ese resto perdido, que a cualquier otro mecanismo explicativo )
No está demás en subrayar, la relación entre melancolía y una profunda capacidad o talento para lo estético, y la creación, tal es el caso de Leonardo descrito por Freud, o de escritores como Jorge Luis Borges, Marcel Proust, Marguerite Yourcenar u otros artistas expertos en recrear atmósferas o tiempos añorados.
Cómo se hace una historia:
El protagonista enuncia una frase magistral para todo aquel que pretenda escribir narrativa, una frase enunciada una y otra vez por autores de la talla de Fiodor Dostoiesvky, Franz Kafka, Thomas Mann o Jorge Luis Borges; “Hago las historias con retazos de las vidas de las personas que me encuentro”. El Sr. Chow, continuamente observa, escudriña, averigua los dramas de las personas que le rodean; las cantantes asesinadas, las hijas que desobedecen en su deseo amoroso al padre, las prostitutas que atienden a los clientes, los relatos de porteros, mesoneros, vigilantes, y sobre todo lo que a él mismo le acontece, luego pretende olvidarlo y cuando se sienta a escribir irremediablemente cuela en sus creaciones lo vivido por él o quienes le rodean. Por supuesto esta observación, en la vida real, es selectiva y fragmentaria, como tantas de las tomas que hace Wong Kar Wei, a través de ventanas, hendiduras en las puertas, por encima de escritorios, mirillas y huecos en las paredes. Siempre se dijo que era a través de lo nimio, del desecho que el Psicoanálisis arribaba a las grandes verdades del sujeto.
En cuanto a la Literatura, Dostoiesvki leía las páginas rojas de los rotativos de San Petersburgo y todas las Rusias, en busca de noticias que convenientemente olvidadas y desfiguradas servirían para construir sus más grandes y exitosas novelas como es el caso de Los Demonios o Crimen y Castigo. Borges y Bioy Casares, escriben los problemas para Don Ignacio Parodi a partir de las noticias de la última página de los diarios porteños, sólo de allí podía alimentarse la mente de un supuesto criminal que ayuda a resolver los mas difíciles y truculentos casos. Poe relata una técnica similar.
Acaso ¿difiere esto en lo descrito para el proceso de creación literaria por Sigmund Freud? ¿No resultan similares los comentarios de los escritores citados con el texto sobre la Gradiva?
¿Como se construyen los sueños? Freud nos enseñó que el sueño consiste en la particular gramática que nace del encuentro de nuestros deseos insatisfechos, con los más triviales hechos y ocurrencias de la vida de vigilia. Durante el día nuestros sentidos recaban miles de datos fragmentados, parciales, insignificantes que quedan almacenados en la memoria inconsciente. Una vez allí aquellos deseos que la vida social, la censura y las instancias psíquicas no permiten expresarse, los toman como vehículos para su realización fantaseada. Ese es el origen de los relatos que nos contamos todas las noches. Freud, no se conformó con explicar nuestras mediocres narraciones personales, se atrevió a incursionar en los mecanismos de la creación literaria. Sorpresivamente sus hallazgos, coinciden con el mecanismo anteriormente descrito por los grandes mencionados. El narrador observa su entorno, acumula las anécdotas relatadas por sus congéneres, las olvida y con el tiempo las reescribe introduciendo siempre sus deseos insatisfechos, ocultos, prohibidos o inviables. Ninguna narración es totalmente original, siempre contiene algo de la propia intimidad. Eso si, no todos podemos ser grandes narradores, pues muy agudamente Freud observa que la capacidad de mantener la atención del lector, y la belleza que el texto alcanza, no responde a mecanismo alguno de los develados por él, sobre el funcionamiento del Inconsciente. Constituyen un don, una especial capacidad del artista o escritor de agregar un plus libidinal a sus textos, para hacerlos agradables o terribles, bellos o siniestros, pero en todo caso atrapantes de la atención o calificables como obra de arte.
Cuando los exóticos somos nosotros:
Recientemente en un evento en torno a Jorge Luis Borges, tuve la ocasión de escuchar una ponencia sobre La China, y lo Oriental, como elemento emblemático de lo exótico en la escritura de dicho autor. Muchas veces China y Japón fueron los representantes de lo extraño, lejano y misterioso, para el Occidente, en los cuentos infantiles, en la literatura del siglo XIX, en el Impresionismo, en los cuadros de Van Gohg y sus contemporáneos. Me llamó la atención al mismo tiempo que me causara algo de gracia, cuando la encarnación del exotismo resulta en lo familiar para nuestros ojos y oídos. La música latina, el bolero romántico del Caribe propio de los cuarenta y cincuenta, como la conocidísima canción de Siboney, subraya lo exótico, sensual, misterioso, femenino que el cineasta quiere denotar así, anuncia el bolero, a las mujeres que encarnan el deseo del actor principal. Cada vez que quiere subrayar la sensualidad y el misterio que la mujer encarna, la adorna de las clásicas imágenes construidas por la iconografía de los cincuenta, peinados con altura, aguantados a fuerza de laca, el humo de un cigarrillo, manos enguantadas, mitones y el infaltable bolero. Es como si el espejo, o el ojo que mira lo exótico, hubiera cambiado de posición, ahora nosotros encarnamos lo ajeno, extraño, misterioso. Quizás no es nueva esa visión pues para Europa o Norteamérica siempre fue así, pero ahora China emerge como potencia económica y cultural y busca sus propias fuentes de exotismo.
¿Qué subyace al exotismo? ¿Qué intenta mostrar el cineasta con esta imagen? Creo que nuevamente estamos en el terreno del oscuro objeto del Deseo. Lo exótico resulta irremediablemente lejano, ajeno, perdido al menos para la vida cotidiana. Lo exótico es aquello que se anhela visitar alguna vez, conocer en vida alguna vez, pero que sabemos no entra en los planes de la vida diaria. Siempre por tanto se lo representa o figura con países y culturas que están muy alejados en la distancia, zonas Geográficas cuya visita implicaría un esfuerzo de tiempo, trabajo, dinero, desplazamiento y comprensión. Entonces ¿qué mejor imagen? sino lo exótico para figurar en el lenguaje hablado o visual, el objeto del deseo, ese resto para siempre perdido, nunca hallado, siempre en fuga pero que nos mantiene en movimiento, inclusive vivos durante nuestra historia vital. A los oídos y la psique china, el Caribe, Cuba o Siboney deben ser tan inalcanzables como para nosotros Schezuan, Indochina o las ruinas de Angkor Vat ¿qué mejor lugar para proyectar esa extraña y deliciosa locura llamada “enamoramiento”?
¿Qué es 2046? Una habitación donde los cuerpos anhelan, se desean, se entregan al amor y al sexo, al placer y a la agonía que significa estar vivos? O supone el artista que para el año 2046 la humanidad habrá llegado a un estado de anhedonia, de tedio tales, que el amor será solo una nostalgia, el sexo sólo una función fisiológica para la cual nos bastará el encuentro con el ciber humano. ¿Será 2046 el año en que tendremos que preguntarnos como especie si estamos vivos? ¿Será 2046 la pesadilla anunciada por Baudrillard?: una humanidad atravesada por un continuo flujo de información y objetos de consumo. Una humanidad que no vive, sino es vivida, vampirizada por los objetos de consumo y la información. En un tiempo fui muy pesimista con el panorama que nos dibujaban los teóricos de la postmodernidad, suponía que acabaría con esa arcaica y conservadora estructura llamada la Psique y por supuesto sus manifestaciones, el amor, las emociones. Por suerte todos contamos con aquella amada que nunca nos fallará y siempre nos regalará el mundo de la carencia, la incompletud y la castración simbólica, bases indestructibles de ese aliento para vivir llamado deseo. 2046 es la amada infalible, oscura, misteriosa, podría ser en palabras de San Francisco de Assis, la hermana Muerte.
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