21 enero 2008

Carlos Enríquez González




Lala Herrera





Carlos Enríquez González pasa más de seis horas diarias conectado al mundo virtual, conectado al Internet en perfecta comunión con una tribu de coleccionistas de juguetes Kaiju y Seijin, (ediciones limitadas de los monstruos que aparecieron en las décadas de los 60 y 70, en las series de Goldar y de Ultramán entre otras muchas). Sus influencias, su obsesión, se encuentran dentro de esa tribu de cibernautas del siglo veinte y uno ubicada al borde de cualquier cultura caribeña, latina, de cualquier elemento popular venezolano. Este artista plástico hipnotiza a sus visitantes con videos de series televisivas de los años 60 en donde un Robot Gigante con melena de Barbie, o melena Rubia de Artemisa, combate las amenazas que recibe la tierra del espacio exterior, nos embeleza con películas de culto como Los payasos asesinos del espacio exterior o la serie completa e integra en blanco y negro de Perdidos en el espacio y películas tan abominables que giran por completo hasta convertirse en arte, películas B del director de cine Ed Wood. Carlos Enríquez González nos enseña una estética puntual que lejos de ser Pop adquiere mucha significancia al final de un siglo en donde ya no monstruos pero si aviones 747 se estrellan contra las Torres Gemelas. Yo misma quedé hipnotizada frente al televisor de Carlanga, quien como forma de vida crea obras plásticas que dialogan en el sistema de coherencias del arte contemporáneo y que a su vez es tan venezolano como las caraotas refritas y la miel de aricas.

Observo capítulos enteros de Goldar, el Robot Gigante de Quince metros de largo, dorado, que en traje de goma espuma combate a monstruos galácticos que atacan a nuestro frágil planeta. En este momento siento que mis sentidos se descomponen y me pregunto ¿Cuánta hiper-sensibilidad habrá atacado a este artista y coleccionista de Seijin japoneses? -juguetes de culto asiático, llenos de simbolismos y arquetipos pop que por alguna razón tienen una estética vanguardista que los hace muy actuales y traspasan las barreras al siglo XXI-

Sigo sentada a su lado y ahora veo videos de música underground Punk que descifran los orígenes de out-sider y de rebeldía crónica, las ganas de gritar contra el sistema de orden social más obvio, ganas de señalar a gritos lo obvio.

El medio escogido para testimoniar nuestra cultura es la figura de Astroboy.
Actualmente Carlos trabaja en fibra de vidrio y pinturas de última generación de colores brillantes como los cometas, esta figura ha sido re-interpretada, apropiada, re-dimensionada por Carlos, es su juguete, su molde, su niño, al igual que en la década de los setenta y de los ochenta lo hiciera Koons, maestro de las apropiaciones de nuestra cultura de consumo, nuestra cultura banal. Este artista toma un molde pop para realizar su obra plástica, Astroboy, es un robot niño inmortal, es un súper héroe de los años 60 y hoy tan universal en el medio del calor Aragueño como en una aldea nipona clavada en el centro de la cultural Oriental. Es el Arquetipo de la terrible niñez. Astroboy emblema pop de una década pasada pero que hoy, descontextualizado y mimético, aparece sepultado en el Museo de Aragua. Aparece rosado y camuflajeado en Carabobo. Es un producto directo de todas las imágenes de las mangas japonesas, mezcladas en una licuadora con el sentir social de un artista que nos da la respuesta criolla a las miles de millones de imágenes visuales y escritas que están en un mundo globalizado y que por sus venas corre la cultura pop de los comics, pero ya no con un fin de esparcimiento infantil sino con el fin de evidenciar la estética infantil de una época apocalíptica.

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