19 diciembre 2007

La cocina de Heráclito


Octavio Armand



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Alemania, que nos dio la Crítica de la razón pura, afortunadamente nos dio también la aspirina Bayer. Así Francia, cuyo Descartes nos hizo dudar hasta de nuestra propia sombra, nos enseñó a despertar las sensaciones y reminiscencias esquivas. Un maridaje del ocio y la sensualidad más extrema, y no cronometradas y neuróticas consultas psicoanalíticas, permiten recuperar y hasta pulir el tiempo perdido. Contamos con Proust para recordar. Más que con Mnemosine o el doctor Alzheimer.

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No se atrevían a entrar. Vacilaban. A todas luces la visita era inoportuna. El maestro estaba en la cocina, tomando calor junto al horno.

__ Volveremos otro día, mañana mismo.

Pero esa tarde entrarían y se quedarían un buen rato, sorprendidos, casi secuestrados, por una invitación irresistible, que les abría puertas al infinito.

__ Pasen, pasen, dijo Heráclito. Aquí también hay dioses.


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Aristóteles recurre a esta simpática anécdota para seducir con analogías. Lo hace en el primer libro de Sobre las partes de los animales al inclinarse decididamente a favor de la disección. La estructura de los animales, asegura, revela algo natural y bello. El filósofo tiene que superar el disgusto, hasta el asco, para dedicarse al conocimiento de la naturaleza. Disecar es una forma de asomarse a la anatomía y el mito. Una repulsiva pero maravillosa gramática de las partes del cuerpo y de las fuerzas invisibles que todo lo rigen. En las vísceras hay dioses.

Sazón y razón, cuerpo y alma, vísceras y dioses: a través de las entrañas se cae en el abismo del mito. Hay que buscar lo invisible en lo visible, la esencia incorruptible en las partes que se desgastan y descomponen. De este escrutinio surge una ciencia del cuerpo: la anatomía, pero también una ciencia de la adivinación: la esplancnomancia. Y durante mucho tiempo, por difícil que ahora resulte reconocerlo, hubo más interés por la esplancnomancia que por la anatomía. De hecho la hepatoscopia antiguamente no se ocupaba de la estructura del hígado tanto como de la estructura del futuro. El hígado era un reloj de lo que estaba por suceder.

Las entrañas están repletas de dioses y de tiempo. De ahí la relación entre el macrocosmo y el microcosmo, percibida en la exactitud de los ciclos astronómicos y corporales: la traslación de los planetas y la ovulación de las hembras, por ejemplo; o en ciertas simetrías generalizadas entre el cuerpo y la Tierra: exceptuando el sistema nervioso, según Leonardo, en todo lo demás hay semejanzas: huesos-rocas, venas-ríos, respiración-mareas. Por eso la astrología fue parte de la ciencia médica durante milenios. Y sobrevive todavía. No solo en los proliferantes horóscopos que ayudan a acumular amores y dinero sino en el lenguaje mismo: todavía hay lunáticos y padecemos desastres. "Nadie que ignore la astronomía, lo subrayaba Paracelso, puede llegar a adquirir una verdadera sabiduría médica." El cuerpo es doble y dual: planetario y terrestre.

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Las correspondencias baudelerianas, intuidas en palabras confusas, ecos, perfumes que se esparcen hasta el infinito, se inscriben borrosamente en esta heredada madeja de símbolos. Pero unos siglos antes las correspondencias eran precisas. Para "el muy noble, ilustre y erudito Filósofo y Médico Aureolus Filippus Teofrasto Bombasto de Hohenheim, llamado Paracelso", entre anatomía y astronomía la relación era exacta: Jupíter es el hígado, la luna el cerebro, el sol el corazón, Saturno el bazo, Venus los riñones, Mercurio los pulmones. No resulta nada extraño que haya tropezado con el fundamento de los sacrificios aztecas: "El corazón es el Sol del cuerpo. Y así como el Sol influye por sí mismo sobre la tierra, así el corazón lo hace sobre el cuerpo. Por eso, aunque el Sol no se manifieste esplendorosamente, puede el cuerpo aparecer de este modo, debido justamente al corazón." (1)

Eslabón entre la medicina medieval y la renacentista, en este muy noble, ilustre y erudito científico nacido en 1493 se perfila el curso que iba a tomar el estudio anatómico, donde él reconocía tres ramas complementarias: (1) la anatomía local, o sea el cuerpo como estructura revelada por la disección; (2) la anatomía material, que es el cuerpo como función, donde se estudian "las trasmutaciones por las cuales se introduce en el hombre la vida nueva"; (3) y por último, la anatomía de la enfermedad o anatomía de la muerte. Es decir, anatomía, fisiología y patología.

A través de estas anatomías y por ende de la disección se irradia el conocimiento. El tema se pondrá de moda hasta en la poesía: basta recordar la elegía de John Donne por la muerte de la quinceañera Elizabeth Drury, An Anatomy of the World. O Love's Exchange, del mismo poeta: "... if the unborn/ Must learn by my being cut up and torn,/ Kill, and dissect me, Love." Pero por supuesto primero toca todos los ámbitos de la disciplina médica. El estudio de la mente, valga por caso. En 1540 se publica en Wittenberg, conjuntamente con una completa anatomía y fisiología del cuerpo humano, el primer tratado de psicología escrito en Alemania: Commentarius de anima, de Melanchthon, donde se introduce la afectividad en la interpretación de la conciencia; en 1575 aparece una obra clave: Examen de ingenios, de Juan Huarte de San Juan; y apenas medio siglo después, en 1621, un título que no podría ser más revelador: Anatomía de la melancolía.

"La melancolía asienta en el bazo, había escrito Paracelso un siglo antes, cuyo astro es Saturno, lo cual no quiere decir que siempre que haya una enfermedad del bazo debe andar en juego Saturno, pues la melancolía puede manifestarse sola perfectamente." Burton amplía el marco de este mal. Sus causas son muy diversas: el pecado, la concupiscencia, los demonios y las brujas, las estrellas, la intemperancia, la constipación, el exceso venéreo. También sus síntomas y sus curas. Entre las curas posibles figuran la dieta, la oración, laxantes, diuréticos, medicinas, ejercicio, juegos, aire fresco, música, vino, grata compañía, flebotomía, baños. De sus síntomas, mencionaremos solo uno: las pesadillas. "Troublesome dreams", y no, ay, un risueño Midsummer Night's Dream, revelan un antecedente de La interpretación de los sueños.


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Ecos y resonancias: del anima de Melanchthon a la melancolía de Burton, la ciencia de la conciencia trasciende sus límites. Muy diversas disciplinas se ocuparían del examen de la mente. Catorce años después de la obra de Burton, en 1635, en otro oblicuo antecedente de Freud: La vida es sueño de Calderón de la Barca, se retoman y analizan temas como el pecado y las pesadillas. Los troublesome dreams del melancólico Segismundo, tocayo por azar muy objetivo del psicoanalista, permiten observar el funcionamiento de la mente cuando titubea entre sueño y vigilia. Con Calderón volvemos a los teatros de anatomía que aparecieron en Europa a finales del siglo XV. Asistimos a la espectacular vivisección de Segismundo. Una dramática esplancnotomía. Lo vemos primero con los ojos de Rosaura: está en una prisión "que es de un vivo cadáver sepultura". Luego él mismo se describe como "esqueleto vivo" y "animado muerto". Una lección digna de los claroscuros de Rembrandt y del preclaro profesor Tulp.

En 1641, escasos seis años después de La vida es sueño, Descartes publica sus Meditaciones. El filósofo procede como filoso cirujano: saja, corta, taja, diseca el pensamiento. Ve la mente. O mejor: la razón, esa diosa tenaz que imperará desde mediados del siglo XVI hasta fines del XVIII. Desde el plomo de Elzevir al acero de Sansón. Desde las órbitas elípticas de Kepler a la guillotina y sus elipsis desorbitadas y tajantes. Los dioses no se hacen visibles para todos, como decía Homero. Pero los reyes, sí. Y cómo. Rasurada, rapada, arrasada, en 1789 la razón rodó con sus cabezas.


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La Edad de la Razón fue también la Edad de las Pelucas. Se escruta, analiza, distingue, ordena, clasifica, separa. Como los reos descuartizados en las plazas públicas, o los nobles que luego serían mecánicamente guillotinados, el hombre queda trunco, dividido, esquizoide, abierto en canal: res extensa, res cogitans. Una carnicería de abstracciones. Al pensarse Descartes se ve como modelo para una lección de anatomía. "Pensé -- dice en la segunda Meditación -- que poseía un rostro, manos, brazos, y toda esa estructura a la cual daba el título de 'cuerpo', compuesto como está de los miembros discernibles en un cadáver". El proceso de penetración de la mente en la mente es quirúrgico.

En la segunda parte del Discurso del método figuran las cuatro reglas de acceso a todas las cosas que un ser humano puede conocer, ninguna de las cuales está "tan remota o más allá de nuestro alcance o tan oculta que no la podamos descubrir". En esas cuatro reglas se hacen evidentes las técnicas del quirófano y la morgue: dividir las dificultades, examinar las partes, organizar los pensamientos, partiendo de los más simples, para luego, ascendiendo poco a poco, llegar hasta los más complejos. El examen de la mente por la mente es análogo a una autopsia, donde capa tras capa se entra en el cuerpo, de la piel, que es lo más simple, a las vísceras, más complejas. Solo que está regido por una simetría inversa: se corta, se penetra, siempre hacia arriba. La profundidad, no obstante, es idéntica: el abismo de lo desconocido. Y la duda metódica, el instrumento empleado en este rigurosísimo examen, ¿qué es sino un escalpelo templado y afilado por la razón? "A pesar de que la utilidad de una duda tan generalizada, a primera vista, pueda no ser aparente -- reza en la sinopsis de la primera Meditación --, es muy grande, sin embargo. Nos libera de todos los prejuicios; nos abre la vía más fácil para separar la mente de los sentidos; y por último, nos impide seguir dudando de aquello que estimemos cierto".

La diligente prosa de la razón es la acumulada y demorada raíz de la prosa sin prisa de los sentidos. Matemática más que vegetal, genera a oscuras, a ciegas, la expansiva y frondosa obra de Marcel Proust. La rigurosa lógica de lo adyacente suscita derivas, lejanías. Al tropezar con sus propios excesos, la filosofía seduce inesperadamente; y su carga axiomática se convierte en una elemental y virulenta fuerza ctónica. Como instrumento de liberación, la implacable, casi prusiana duda metódica, se dinamiza en la memoria involuntaria proustiana, integradora de la mente y los sentidos. La fijeza del silogismo y la crecida de la memoria suman sus causas. Y sus cauces. Concurrente cálamo: la prosa del infinito y la prosa del horizonte cruzan rectas y curvas, arcos, perpendiculares. Se confunden, en una sinestesia que le hubiera encantado a Baudelaire, la razón y el olfato. Se barajan al azar el saber y el sabor, la abstracción excluyente y los sentidos proliferantes, pródigos. El método es una sintaxis sinuosa, proteica, atomizada; pensar, como el sueño, una orilla remota aún por descubrir; todo el presente descarnado del cogito y el sum arborescente del pasado, vidrio ardiente, dúctil, que será un Lalique o un Gallé, o cigarra estremecida que muere en aceite y resucita en vinagre.


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Aristóteles abre el cuerpo y ve dioses en las entrañas: ve el mito. Descartes abre el pensamiento como un cuerpo. Lo penetra, lo diseca, y ve la mente. O una afanosa actividad de la mente. Su hipertrofia: la razón. Se instaura así un mito que tres siglos más tarde permanece aún asombrosamente francés y asoma nada menos que en el surrealismo. La locura lo cura, lamente la mente, parece postular Breton, quien resulta cartesiano hasta en su anticartesianismo. Es tan clásico como Racine y tan neoclásico como Boileau. Organiza la indisciplina. Ordena el caos. No sorprende leer, como en un Larousse de bolsillo, la siguiente definición, tomada del primer manifiesto:

Surrealismo: sustantivo, masculino. Automatismo psíquico puro por
cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier
otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del
pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda
preocupación estética o moral.

Breton piensa como Descartes aunque sueñe como Freud. Su sintaxis, impecable, nunca dejó de ser una jaula para las más exóticas fieras del inconsciente. La sofocante lógica que la renegadora razón quería extirpar.

Un polizón del siglo XVII llega a América con Breton y sobre todo con Lévi-Strauss. Pero entonces se muestra capaz de entregarse a las espirales de la imaginación; capaz, en fin, de enhebrar los hilos de la razón en caracoles tallados. Cuentas de ese asombroso collar que es el pensamiento mítico. Más surrealista aunque no menos francés que Breton, al examinar la mente primitiva Lévi-Strauss le permitió al mundo europeo ver desde adentro "el funcionamiento real del pensamiento". En Brasil se encuentran el mito de la razón y la razón del mito: la anatomía de sus códigos, su estructura. Lo crudo y lo cocido -- más que Los vasos comunicantes -- nos asoma al inconsciente y de hecho al conocimiento de la inmortalidad del alma, conocimiento, este, apetecido por los filósofos desde los albores de la cultura. En De anima Aristóteles establece el marco clásico de esa apetencia. Las Meditaciones le fijan obsesivamente un rumbo: volcada sobre sí, la razón busca la añorada esencia de su propio ser, pues aunque el cuerpo es perecedero, la mente, según Descartes, por su naturaleza misma es inmortal. El hombre, primitivo de nuevo, siempre, se llena de dioses. Se entusiasma.


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A veces Miguel Angel ni talla ni esculpe: libera las figuras atrapadas en el mármol. Libera el alma de la materia. La búsqueda de lo invisible en lo visible suele develar algún misterio. En el Liber quartorum, del siglo X, se habla de la extracción del pensamiento como luego se hablaría de la extracción de la piedra de la locura. O como pudiera hablarse, y valga por caso Miguel Angel, de extraer la locura de la piedra. Y es que para los alquimistas la sabiduría podía ser destilada de la materia. No anda muy lejos de la alquimia el arte de fines del siglo XV cuando define los ojos como ventanas del alma. La mirada, en el retrato, refleja la verdad última del ser. Aquella profundidad incorpórea pero como oculta o sumida en la carne que la perspectiva no podía dominar. Esta representación de lo incorpóreo, de la personalidad o el estado de ánimo, si se quiere, que se plasma en la mirada, no se sustenta en una estética o una teoría, sino en los estudios anatómicos. "El ojo, instrumento de la visión -- señala Leonardo -- se esconde en la cavidad superior ... En el hoyo b (foro óptico) es donde el poder visual pasa al sentido común".

Basándose también en la anatomía, y siguiendo como Leonardo el curso de las sensaciones, Descartes llega al alma. En la Dióptrica afirma que no se ve con el ojo sino con el alma por medio del cerebro. Las impresiones, que llegan desde fuera, pasan por los nervios al sensus communis. El filósofo parece repetir la observación del pintor. Pero en una obra posterior, Las pasiones del alma, de 1649, añadirá curiosas precisiones. El alma está unida a todas las partes del cuerpo pero funciona específicamente en una de ellas: la glándula pineal. Esta anatomía y su concomitante fisiología la sitúan, pues, en una parte recóndita y minúscula del cerebro, es decir la parte pensante del cuerpo: "El alma ejerce sus funciones de manera inmediata no en el corazón, ni en el cerebro como conjunto, sino en la parte más íntima del cerebro, cierta glándula muy pequeña, situada en una posición intermedia, y suspendida sobre el pasaje por donde los espíritus animales de las cavidades anteriores se comunican con los de las cavidades posteriores."


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Lo visible en lo invisible, lo inmaterial en lo corpóreo. Existe el lugar sin lugar, la utopía, el alma, y es tarea de todos buscarla. Y encontrarla. Puede estar en alguna parte del cuerpo. O en cualquier sitio. El empeño, solitario y melancólico, quizá no resulte enteramente inútil. Por lo pronto, ahí está la glándula pineal, como Abraxa con Moro en la costa. No hay que desistir. A pesar de la duda, o gracias a ese insólito puente, los filósofos han podido llegar al alma. Y los utopistas, al dudar del hombre y su progreso, han sabido inventar rincones para ella. A buscar lo invisible, pues. A encontrar una ínsula. Una glándula. Un lugar sin lugar donde haya dioses todavía. "I will make an Utopia of mine own -- concluyamos con Burton -- in which I will freely domineer."


Caracas, 27 de mayo l990

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De esta analogía generalizada a la escalofriante lógica del sacrificio hay tan solo un paso. Lo daría, muy explícitamente, el propio Baudelaire. El poema LXXXVI de Las flores del mal, Paisaje, cierra con una personalísima síntesis de la fisiología del ritual. Una imagen azteca: extraerse un sol del pecho, sacárselo del corazón. Este tipo de correspondencias asoma también, y justamente en el marco del sacrificio, en la hagiografía. Muchos santos y mártires están relacionados metonímicamente a diversas partes del cuerpo: Santa Lucía / los ojos, Santa Agata / los senos, Santa Cecilia / la garganta. Asimismo, y volviendo al caso de Baudelaire, la sinestesia y los fenómenos que nacen de la confusión de los sentidos recuerdan ciertas experiencias de satori. "Interior y exterior se habían fundido en una sola cosa -- , tras la cual, no había diferencia entre ojo y oído, oído y nariz, nariz y boca: eran todo lo mismo. Mi mente se había helado, mi cuerpo se había disuelto, mi carne y mis huesos se habían confundido. Era totalmente inconsciente de dónde se hallaba mi cuerpo, o de lo que había bajo mis pies. El viento me llevaba de aquí para allá, como paja seca, o como hojas que caen de un árbol. En realidad, no sabía si cabalgaba el viento, o el viento me cabalgaba." Así describe su estado de iluminación el taoísta Lieh-tzu hacia el 400 a.C.

1 comentario:

Anónimo dijo...

bravo!!! excelente tu articulo, quede gratamente impresionada...gracias