26 noviembre 2007


Pausides González



Se me había olvidado cómo correr.

Entre sacar la basura
antes de que se fuera el camión del aseo
y apagar el café antes de que hirviera,

tuve esta mañana
unas buenas zancadas,

amplias y veloces.

No sentí molestias en mis rodillas
ni en la zona lumbar.

En un minuto
comprendí o reconquisté
la vieja idea entre el cuerpo y el alma.

Sin exagerar,
me sentí un griego en la primera hora
de la humanidad,
como un personaje de Píndaro.

Entre la acera y la cocina
la costumbre perdió algo de sus costras

y me alivié.

Supe cómo ciertos aplacamientos del alma
tienen mucho que ver
con las indigencias del cuerpo.

Hasta sudé
y la llovizna que caía
(porque esta mañana fue una de esas de lluvia)
limpió un pasaje de mi memoria,

cuando era atleta y cuando era útil.



Inédito

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