08 octubre 2011

editorial

Las representaciones del erotismo son territorio propio de la multiplicidad. Como una aspiración a recrear lo inherente al placer –y más allá de ello, al goce—el demiurgo resignifica al mundo que le es propio y ajeno. Su cuerpo encarnado e imaginario, así como el de un otro, reaparecen con una escenografía súbita; que provoca, que asusta y seduce. Ello toma lugar en el bucle interminable de la experiencia artística que confluye a resonar con una nada masiva.

El espectador encuentra en la representación misma una faceta que le pertenece y que ilumina sus aspectos sombríos. Es la inauguración de lo indecible y lo avasallante.

Como un anhelo al estado de totalidad y de madura elaboración, ésta es una invitación a la desintegración infinita que sobreviene al goce de la entrega; momento divino y extático, así como estadio ulterior al placer.

José Antonio Parra

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