01 marzo 2011

A lo Dietrich - Michelle Roche Rodríguez



Anoche lo hice todo de nuevo. Pero si es sólo una noche más. Otra fiesta: dos tragos y me voy, pensé. Así que al llegar del trabajo, aunque el cansancio me pesaba en cada articulación de mi cuerpo me metí en la ducha. Tanto tiempo duré bajo la regadera, que por un momento pensé que ese sólo ritual podía vestirme con mi piel de rumba más vistosa.


Pero claro que no era así, aún tenía que arreglarme. Lo más difícil. Y yo que desde hace años no estoy en edad ni en posición de ponerme cualquier cosa, no podía descuidarme. Sobre mi pecho, desnudo hasta el nacimiento de las tetas, coloqué una cadena de plata con un dije pequeñísimo en forma de esfera bañada hasta la mitad de barniz azul. Según me ha enseñado la experiencia, mientras más pequeños son los artefactos que penden de las largas cadenas más llaman la atención sobre el escote. Y yo, claro, había hecho esto para llamar la atención de los hombres, porque esta noche iba a haberlos en cantidad. ¡Así de baratos son los trucos que deben usarse para conseguir pareja en esta ciudad, donde la gente cada vez menos se fija en la persona que tiene a su lado! Pero yo bien que lo sabía desde hace años y para eso me había puesto un par que me daban orgullo, pues cada prótesis me había costado carísima y no iba a desaprovechar ninguna oportunidad para lucir mi inversión.

Razón tiene La Agrado en decir que una mujer es más auténtica cuanto más se parece a la que ha soñado ser. Pensaba en mis tetas y en los gastos de mi tratamiento y me felicité por pensar en Pedro Almodóvar y por recordar a su una actriz como La Agrado que a su vez hace tributo a otra actriz celebérrima como lo fue Lola Membivres. Las noches como aquella comenzaban siempre con un recuerdo del cine. Así era mi vida, una colección de luces que describen ficciones ciertas. Por eso mismo, a mi también me ha costado bastante ser auténtica, pero no debe uno entregarse a tacañerías con lo relacionado al aspecto. Bien que lo sé yo ahora que gasto más que mi sueldo en tratamientos. Quizá por eso, por dinero, no puedo separarme de Pablo.

Fue no más entrar al local y sentir el primer par de ojos fijarse en mi para saber que había cumplido mi cometido. Una hora y media vistiéndome para parecer una mujer que tiene ánimos de fiesta y lo había logrado. No quedaba ni una sombra de cansancio sobre mis párpados, tampoco rubor de las rabias acumuladas en el trabajo ni el brillo que deja la saliva de los dientes cuando muerde labios en los arranques de desesperación. Me había marcado las cejas finas e inclinadas, a lo Marlene Dietrich y, para acentuar el efecto de los locos años veinte, me había amarrado una cinta negra al cuello. ¡Quién sabe dónde consigo yo esas informaciones sobre la moda, siempre pendiente como estoy más bien de las finanzas!

Por allí había visto —creo que esto fue en una revista Cosmopolitan reciente— que se habían puesto de moda los tocados sobre la cabeza: las rosas negras, las amapolas enormes, los pequeños sombreros. Conseguí en el Mercado de Chacao uno de copa a escala, como si estuviera diseñado para un perro pequinés y, para que no se moviera de su sitio, le había cosido una cinta elástica de esas que rodean toda la cabeza. Ahora sí me sentía más Dietrich que nunca. Cuando terminé de ponerme los seis collares de perlas falsas, me miré en el espejo y pensé que aunque cada día tenía menos dinero, aún podía desear mi propio reflejo. Por eso mismo era que aquél par de ojos me había deseado en cuanto crucé la puerta del local.

Una media hora más tarde, o quizás más, ya se me habían acercado varios hombres. Los primeros vinieron en pareja, como un par de morochos, diferentes en su presencia, pero coordinados en sus movimientos. Uno de ellos, al verme tomar la copa con el segundo vino tinto que había ordenado para la noche, me tomó la mano derecha y se quedó un rato viéndome le gran sortija que, a duras penas, permitía ver mis manos. Tan coordinados como habían venido se alejaron.

Lo mismo pasó con los otros dos que vinieron juntos, en absoluta descoordinación y con uno que vino solo y que apenas se quedó cinco minutos. A veces tardan más en darse cuenta. Cuando vi a un borrachín dirigirse hacia mí, hice como si tuviera ganas de ir al baño. Pero, en cuanto agarré la cartera mínima con la que había llegado al local sentí que una mano pesada me la aplastaba.

Era Pablo que me había salido por detrás. ¿Cómo escapar de ese hombre si parecía que me leía cada uno de mis pensamientos? Me dieron ganas de llorar, porque ya sabía lo que me esperaba. Mucha Dietrich y mucha Agrado, pero lo que venía era palo. Yo nunca aprendo. La belleza cuesta mucho dinero, así que sólo puede comprarla quien tenga para pagarla. Y para alguien como yo, la única opción es conseguir quien se la pague, así que no me queda de otra que soportar las maneras violentas de ese hombre.

Al final de la barra, justo antes de salir del bar, estaban sentados los dos hombres que me habían buscado al principio de la noche, todavía se movían como un cronómetro: cuando uno levantaba el vaso de whisky para beber el otro hablaba y viceversa. Al ver cómo Pablo me tomaba de la mano y la rabia con la que nos movíamos, uno de ellos reaccionó, pero pronto el otro lo detuvo:

– Quédate tranquilo—le dijo— ¿No te diste cuenta de que las suyas son las manos de un hombre?

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Michelle Roche Rodríguez es periodista y crítica literaria en Venezuela. Es la encargada de la fuente de Literatura en la sección de cultura de  El Nacional.  colabora con la revista estadounidense bilingüe Literal Latin Amercian Voices, con  el suplemento literario venezolano Papel Literario y con http://www.prodavinci.com/. En abril participó en la Semana de la Narrativa Urbana con el cuento “Ojos como espejos”. Hace ocho años obtuvo su título de periodista en la Universidad Católica Andrés Bello. En 2008 completó un posgrado en la Universidad de Nueva York (Master of Arts in Humanities and Social Thought), con la tesis Lo Real Siniestro: La Representación del Fracaso de lo Moderno en la Literatura Venezolana. Lleva el blog http://www.michellerocherodriguez.blogspot.com/

1 comentario:

VICTORRES dijo...

Excelente narrativa, muy fresca y actual. Me encanto la mención de La Agrado, el personaje de Almodovar en "Todo sobre mi madre" (si mal no recuerdo) así como de la eterna Femme Fatale Marlene Dietrich. Lo único que me falto dilucidar fue lo de "las manos de hombre" ?????
Espero seguir disfrutando de sus publicaciones. Muchos Exitos.