01 agosto 2010

Participation mystique




José Antonio Parra

Una y otra vez, durante casi todos mis años de vida he recorrido ciudades, templos imaginarios; conjunción de la idea del hombre. Atravieso pasadizos boscosos y urbanos y destaca de ellos la materia como manifestación sutil de si misma, una y otra vez, en ese espiral paradójico. Es indecible la sensación definitiva del recorrido, alegoría de mi vida, de mi realidad. Atravieso rostros, me escondo tras miradas calmas y ansiosas, tras la paz y la vehemencia. Soy expresión de lo abismal. Soy lo que he dejado de ser. Camino y soy quietud en movimiento, cuerpo que deviene, que se disuelve para hacerse lo otro. Desde mí veo al mundo fenoménico, aquel donde el cielo migra, donde las olas refluyen, aquel por donde pasan transeúntes y motoristas que inauguran su vuelo astral. El mundo urbano y el mundo platónico, el mundo verde azul y su origen inefable. Idea imperecedera, expresión atávica.


Mi noción de mí es lo que veo afuera; y ello eventualmente lo he comprendido como manifestación de una misma cosa. Energía del alma que adopta muchas formas, que es tanto adentro como afuera. Es lo Uno y entre ambos surge la participation mystique, la manifestación de la “cosa” que no tienes fronteras aunque si un límite subjetivo: la piel.

Y la vida surge y se muestra con sus singularidades. De la interioridad de la misma aparece la atmósfera del mundo. Coincidencias numéricas, encuentros fortuitos, semblanzas del nombre, proyección del verbo; y mi mano apunta hacia lo que es. A lo Real. No puedo decirlo, pero son las flores y el elan vital dándose de modos prodigiosos. El mundo yace abierto cuando acudo a la bienvenida de la vida. Cuando te presiento. Y mirando a mi origen inmediato veo a mi propio padre recorriendo el camino que recorro hacia la proyección de quien vendrá. Veo la actuación de mi padre, y por qué no decirlo, si parece la pieza grandiosa de un bailarín que convoca a la risa y a la emoción más impredecible. Me figuro en las luces del tráfico, en las estrellas que se lanzan contra el cielo, que están vivas, que son la expresión del hombre que dice, que conjetura y camina. El hombre que enciende la llama. Del caminante que asciende la montaña. Del iluminado que agita los brazos contra el amanecer incendiado. Somos eso que reflexiona una y otra vez a la existencia, ese salto infructuoso contra silencios; desde la visión hacia los adioses.

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