12 agosto 2009

Prosa de Juan Carlos Feijoo


Juan Carlos Feijoo



Mi entorno se contrae como para hacerme salir expulsado. No logro entender realmente lo que ocurre, pero me siento flotando en un líquido viscoso y allí viene otra vez esa desagradable sensación de aprisionamiento que me empuja cada vez más hacia esa borrosa luz que logro divisar a lo lejos.

De pronto unas manos enormes, sobre dimensionadas, pero humanas, me toman por las manos y me halan con fuerza. El punto de borrosa luz ahora se amplía a todo mi entorno y una agobiante sensación de asfixia me hace tomar una helada bocanada de aire que me recorre la nariz y la garganta y siento como se esparce por mis pulmones sustituyendo a un incómodo líquido que siento que sale por mi boca y mis fosas nasales. Un frio intenso me recorre desde la punta de los dedos como esa gélida sensación que no experimentaba desde que en mi niñez, a regañadientes, tenía que salir de la piscina en una soleada tarde de verano, con los labios morados y titilando bajo la enorme toalla de Mickey Mouse que me ayudaba a batallar con la fría brisa de la tarde caribeña.

Pero todavía el resto de mi cuerpo estaba aprisionado y las grandes manos seguían halándome con fuerza intentando zafarme de mi cálida prisión. Al enésimo intento me liberé y quedé exhausto tendido en el piso.

Con el frio recorriéndome el cuerpo y sin poder apenas moverme, envuelto en una especie de velo de tul, un masajeo indescriptible generaba en mi un escalofrío de bienestar que no sabría cómo explicarlo. Iba y venía acompañado con fuertes bocanadas de aire caliente que normalizaban la temperatura externa haciendo que paulatinamente disminuyera el incomodo frío, sustituyéndolo por un reconfortante calor maternal.

No logro entender el porqué, pero siento una agobiante necesidad de ponerme en pie como si se tratara de un primitivo instinto de supervivencia pero me voy de bruces contra el piso, menos mal que un buen fajo de paja amortiguó el golpe. Lo intenté de nuevo, pero sentía como mis brazos y mis piernas no podían soportar mi peso, aunque con cuarenta y ocho kilos, poco esfuerzo tendría que hacer ya que me encontraba en plena forma física. Pero no me explicaba que ocurría.

Coloqué mis manos en el piso y acto seguido lo mismo hago con mis pies, pero no logro estabilizarme. Es como si tuviera puestos unos de esos zancos circenses, tan de moda en los eventos deportivos últimamente. Vamos de nuevo. Coloco mis manos, ahora los pies, me estoy levantando y zas, de bruces al piso, menos mal que había un buen fajo de paja que contrarrestó el inminente golpe. Si alguna característica define mi personalidad es la testarudez, así que allí vamos de nuevo. Esta vez logro hacer equilibrio pero apoyándome en mis manos y en mis rodillas. Siento como mi columna esta paralela al piso, pero también noto la extraña sensación de que puedo doblar mis piernas. Como puedo tener la espalda paralela al piso apoyado en mis manos y en mis pies. Bueno manos y pies enzancadas claro está. Condición para nada cómoda y difícil de mantener, aunque poco a poco voy tomando el equilibrio necesario, con trastabilleos incluidos, para no caerme. Abrí un poco más los brazos buscando un ángulo más amplio y lo mismo hice con mis piernas. Cuando logré mantener de alguna manera el equilibro, conseguí un punto de apoyo que no era más que aquella fuente de placer y calor, que no dejaba de moverse impidiendo que cayera. Su aroma era único y podía diferenciarlo del resto de olores que me invadían desde que respiro. Consciente de mi nueva posición no puedo más que aceptar que… estoy en cuatro patas.

Ya en “pie” trato de ver a mí alrededor pero todavía no diviso nada que no sean sombras borrosas, aunque debo acotar que mi campo visual es inmensamente amplio, como si pudiera ver todo a mi alrededor. Los sonidos también son bastante raros. Oigo voces pero no palabras, solo ruidos como los regaños que la profesora le daba en clase a Charlie Brown y sus amigos. Insectos volando, paja crujiendo y siempre de fondo, aquella respiración fuerte y cálida que poco a poco amainaba en ritmo mas no en temperatura. Termostato natural que seguía ofreciéndome una sensación de calma y confianza que repito sigo sin poder describir a ciencia cierta.

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