21 febrero 2008

El muro


Rodolfo Häsler



falta aire,
respirar el aire,
fuelle de la fragua,
la población, los clavos,
el suelo desaparece
bajo las huellas,
la tierra blanca, calcárea,
se excava,
límpido olivar,
su fruto verde, negro,
el olivar y la enramada
mueren sin ser socorridos,
busca un deseo
que sea fruto borde,
un deseo de virtud
en una tierra enmudecida
por la raíz de la nada,
no digas nada,
no puedes decir,
qué decir,
el olivar rugoso,
las manos tiemblan
de tanto peso muerto.
la cosecha arrancada
y aplastada,
no es así la vida,
lágrima del ojo
que no puede mentir.
dejar de existir,
¿para quién? ¿qué es?
desviar los párpados
de la colina encendida,
el joven que cava
en el huerto, sueña,
no sólo sueña,
su deber es perpetuar,
dejar la risa y el esfuerzo
en la escena del dolor,
cielo encapotado,
pero no llueve,
es niebla en el olivar.




la puerta de damasco,
la piedra de jaffo,
el montículo de la esperanza
hundido entre zarzas,
el fuego te lastima
con su golpe celeste,
no puedo caminar,
no hay por dónde ir,
cierra la puerta
y no escuches la voz,
sigue sin voz
un camino solitario,
una vereda torcida,
la miel se descompone
en el panal olvidado,
la reina de la estirpe
se apodera del granado.
belleza que te serena,
el pozo está seco,
brusco sobresalto
entre rocas afiladas,
huerto cerrado,
fuente sellada,
cae de un lado, del lado
que equivale a más,
un desperdicio el suelo,
muerte inútil,
cuentas lo que no tienes,
vuelve a levantar la voz
por un trago de agua.
la vida disminuye
su fuerza donde no cabe,
una flor de hibisco
y un mazo de perejil
son el ripio,
la destrucción.







en la frente
se agita el tiempo,
un campo de centeno,
de pan ácimo,
pan y aceitunas,
poco más
para saciar el hambre.
el café derrama los secretos,
la ausencia de los días,
la trágica prensa diaria,
mirar y esperar
y otra vez empezar.
toma arena en la mano,
el polvo de los dedos
ahoga la simiente,
no pierdas el compás,
un racimo tras otro
marca la proximidad del otoño,
grisácea la mirada
festeja el rito maronita.
la higuera hendida,
la rama se adentra
en la casa desolada,
la higuera es alta
y el fruto es dulce
como almíbar,
como almíbar de la tahona.
cómo te vas a negar,
la rama
señala al horizonte,
de donde mires
el fruto es dulce
y negro el tronco,
ojo que vuela,
sabe lo que vale.
en el cobertizo
gime la higuera,
gime y muere.







soledad, soledad,
no te transformes,
sigue porfiando,
es una losa
donde exclamar,
donde expresar
la extrañeza del reino
del meridión,
estar en la tierra soñada
no más que el ciclo
de una cosecha,
una siega, una hoz,
el trigal espera
tu aparición.
la flor de plata
de la pobreza
se deja adorar,
pero no dice más,
un sol, un astro,
una constelación morada
que atrapa a la noche;
no la toques,
deja la espina volar
y marcar el cuerpo
del celebrado.
el muro sentencia
la duración,
nadie se rinde
ante su recorrido,
cumplir el calendario
de un mes de vida,
la floración,
el goce diario.
tu boca saborea
la pasta de garbanzos,
el vinagre adereza
la casa de maría,
para escuchar,
ausentarse, ausentarse,
cuánta desposesión.
la sangre huele,
sigue su rastro
ancho, tenso,
el río cuajado
de la existencia
es una arteria
que cercenar,
sin tregua
en el viento preñado.
la sangre resbala,
húmeda, espesa
en el grito que sube
a la garganta,
caliente líquido
que asombra,
la vista azorada
la rechaza,
no hay más,
una culebra se yergue
en la punta de la cola,
dos corderos agonizan,
el betún de sus cuellos
tiene el sabor de una nube,
el poder de nombrar
para ser uno más,
el tono, la sangre,
el adiós.
reconocerla
no es lo propio,
busca el asiento,
un fresco sitial
bajo la parra,
la sangre entorpece
el labio, el paladar,
la cuchilla
se hunde certera,
no logras recordar.
anunciación repetida
semejante al duelo,
la náusea,
la sequedad,
el destino se decide
en un lugar
desollado,
sin piedad,
cercano al hueso.

desierto de farán

la delicadeza,
la debilidad,
lector compulsivo
de lírica oriental,
un amorío
con patas de cabra,
un tacto ralo,
una aproximación
que la mano conduce
hasta el lugar.
perdiz asada,
copioso plato,
filtro de amor.
una garza que goza
un beso.
la luz se quiebra
por la agitación,
un soldado,
una hazaña
cuida el guerrero,
la ropa
encima de la silla,
hoy no se va a ejercitar
el hijo de la chumbera,
día de asueto
que pide el señor.

1 comentario:

Beatriz Alicia García Naranjo dijo...

Me encantan estos poemas. Tenía muchísimo tiempo sin leer algo que me emocionara tanto.
Sigo en deuda, José Antonio, ya te enviaré algunos poemas.

Beatriz Alicia García