Saber la hora exacta no siempre resulta conveniente para el viajero que con suma facilidad se desconcierta. Hoy no he venido sino a dar compañía a los hombres extraños que ahogaron mi vida, a los esclavos del poder; he venido a traer más silencios a tierras inhóspitas, soy el viandante de los atardeceres que se queman en su propia melancolía, esto es una plegaria y por ello aguardo almas, impresiones y deseos que ya no sean. Esta vez no soy y por ello me muerdo los labios, saboreo lo quebrado de este viaje y a la luna septentrional, miro los nombres de las avenidas, acaricio al perro que pasa a mi lado, tomo prestada una flor del jardín de las campanitas, miro azoteas, a las mujeres que pasan en compañía de sus amantes de papel y desentraño nuevamente el rostro secreto que personifica al viaje. Es entonces cuando acercamos nuestros labios y saltan rubíes, tiempo de no ser, instante predilecto del leopardo.
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